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       El siglo VIII estuvo marcado por incursiones de los jázaros llegados del norte del Caspio, por ataques y contraataques entre bizantinos y árabes, así como por la resistencia cristiana periódica a la dominación musulmana que, tolerante en sus inicios, practicó cada vez más la conversión forzosa. En el este de los territorios georgianos, las provincias de Kajetia y Hereti consiguieron mantener cierta autonomía bajo la dirección de sus señores, los mtavaris. En general, los árabes tenían el control de los puntos estratégicos y de las ciudades, mientras que los príncipes georgianos controlaban los campos. Los reyes de Kartli se retiraron a Uplistsikhe por ejemplo, mientras que los árabes tenían Tiflis.

      Sin embargo, a principios del siglo IX surgieron dos potencias autóctonas en los territorios georgianos. Al este, la casa de los Bagrátidas (Bagrationi), prima de los Bagrationi armenios, que restablecieron la monarquía en Armenia en la misma época. Con el apoyo del califa (al controlar a un emir rebelde de Tiflis) llegó a convertirse en la primera familia aristocrática de Kartli. Respaldada por sus bases en Tao-Klardjetia (provincia histórica georgiana hoy en Turquía, al sur de Adjaria) y por sus aliados armenios, no dejaría de subir en potencia, mientras que el poder central del califato se desintegraba progresivamente en una multitud de emiratos y de magnates locales.

       En 888, Adarnase IV Bagrationi era coronado rey de Kartli-Iberia por el rey de Armenia, convirtiéndose en el primer monarca en Georgia oriental desde hacía tres siglos. Los Bagrátidas se convirtieron en la única dinastía de reyes de Georgia hasta la anexión rusa de 1801.

      Al oeste surgió el reino de Abjasia con Koutaisi como capìtal, que arrancó Lazetia a Bizancio después de haberse emancipado de la influencia de esta última; este reino se convirtió en el más poderoso de los territorios georgianos.

      Tras una coalición cristiana entre los Bagratides de Kartli, Guiorgui II de Abjasia, Achot II de Armenia y el Imperio Bizantino, la dominación árabe fue derrocada definitivamente en el siglo X. Pero inmediatamente después, la poderosa dinastía macedonia tomó el poder en Constantinopla y, con sus victorias sobre los árabes, aseguró su hegemonía en Transcaucasia, impidiendo a los monarcas locales emerger políticamente. Los territorios georgianos estaban divididos en: reinos de Abjasia y Kartli-Iberia, principado de Kajetia y Emirato de Tiflis. En el sur, en Tao, surgió un poderoso Estado formado por David el Grande.

      Siglo XI: hacia un reino de Georgia

      David el Grande de Tao había tomado Bagrat, el heredero de la corona de Kartli, como protegido. Le garantizó la corona de Abjasia. Si las victorias de Bizancio sobre Tao obligaron a David a ceder sus propias tierras a su muerte, las consecuencias de esta constelación fueron que cuando Bagrat heredó de Kartli al morir su padre, se convirtió en Bagrat III de Abjasia-Kartli (1008-1014), primer monarca georgiano que reinaba en provincias del oeste y del este del territorio reunidos, con Koutaisi por capital. Fracasó en la anexión de Kajetia y cuando invadió Tao-Klardjetia, se ganó la ira de Bizancio. Su hijo tuvo que devolver la provincia, pero el camino hacia una unificación de los principados georgianos estaba en marcha. Sin embargo, este Estado seguía siendo muy descentralizado, sobre todo feudal; el rey seguía siendo dependiente de una aristocracia muy poderosa, y los períodos de unidad puntuales estaban constantemente amenazados por la rebelión o el cambio de alianza de un señor. Por ejemplo, bajo el reinado de Bagrat IV (1027-1072), la persona más poderosa del reino no era el rey, sino el eristavt-eristavi (guardia) Lipariti Orbéliani.

      En 1065, los turcos selyúcidas de las estepas de Asia Central hicieron incursión en Transcaucasia y devastaron el reino bagrátida. Tiflis, que después de siglos de emirato había vuelto a los georgianos, cayó; los turcos rompieron la influencia bizantina en Asia Menor con la victoria de Mantzikert y, dado que Armenia estaba devastada, el reino georgiano se convirtió en el único Estado cristiano en el este. Este período de agitación es reconocido como un trauma en la historia de Georgia, bajo el nombre de Didi Turkoba, «los grandes disturbios turcos». Nómadas turkmenos saquearon el país después del paso de los turcos, destruyendo ciudades y culturas, mientras que los habitantes huyeron masivamente hacia las montañas. El reino se desintegraba mientras que el rey de Kajetia, que finalmente se convirtió en vasallo de los Bagrátidas, se convertía al Islam.

      

      Siglo XII: siglo de oro de la Realeza Georgiana

      Entonces aparece una figura mayor de la historia georgiana: el rey David IV (también conocido como David II) Aghmashenebeli, el Reconstructor (1073-1125). Con tan solo 16 años al acceder al trono, se aprovecha del comienzo de las cruzadas que sacude el poder selyúcida para lanzar una serie de ataques contra los turcos; finalmente rechaza pagar el tributo, consigue movilizar a los grandes feudales y anima a los habitantes a regresar de sus refugios montañosos. Consigue una victoria decisiva en Didgori, al oeste de Tiflis, y luego expulsa a los turcos fuera de la ciudad. Así, devuelve de nuevo la capital a Tiflis desde Koutaisi, para luego asentar las bases del reino más poderoso de la región. Soberano ilustrado, estructura la administración, dota al Estado de un cuerpo de leyes, lleva a cabo una política centralizadora; hace construir fortalezas, carreteras y puentes, desarrolla Tiflis. Si la ortodoxia es la religión de Estado, los fieles de otras religiones están protegidos por leyes de tolerancia. Favorece el comercio e invita a los comerciantes armenios a establecerse en las ciudades del país. Hace construir brillantes academias en Guelati y en Ikalto, prueba de su erudición. Además es mecenas, hace construir iglesias y monasterios, financiando escritores y músicos. Representa para Georgia una primera era de oro.

       Una vez más en la historia georgiana, las ganancias del padre se pierden con el hijo. Los tres sucesores de David no consiguen conservar las adquisiciones territoriales, luchan entre sí y se enfrentan con los grandes señores. Sin embargo, el país tiene cierta estabilidad interna que permite el desarrollo de una civilización cristiana original. En el ámbito del arte, la arquitectura, la literatura, los georgianos desarrollan técnicas y concepciones propias, reuniendo las influencias de las culturas bizantinas e iraníes así como también su herencia particular.

       A finales del siglo XII situamos el apogeo de la monarquía georgiana, con la subida al trono de la reina Tamar (1184-1212), la bisnieta de David. Su padre Guiorgui III la incluye en el poder mientras vive para asegurar su sucesión. Cuando éste muere, primero debe derrotar a una revuelta de nobles del oeste de Georgia que se niegan a someterse a su autoridad. En primer lugar, repudió a su primer marido, un príncipe ruso brutal y alcohólico, y luego, con su nuevo esposo David Soslan, un Oseta criado en la corte de Georgia, consigue sofocar la rebelión en 1191. Comienza entonces una época de conquistas y de expansión única en la historia georgiana.

      La reina Tamar (reina desde 1184 a 1213)

      Figura legendaria de la historia georgiana y en particular, de su «edad dorada», el siglo XII. A pesar de que su poder fue perjudicado desde un principio por los grandes señores, el Darbazi (Consejo) confirmó la legitimidad del poder de la Reina. La política conquistadora de la soberana hizo de Georgia, a finales del siglo XII y a principios del siglo XIII, un poderoso imperio cristiano ortodoxo que incluía en sus fronteras los territorios de la actual Azerbaiyán, Armenia y la orilla meridional del Mar Negro. La reina también participó en la creación del reino de Trebisonda, Estado greco-georgiano.

      Estado próspero económicamente, el reino comerciaba con muchos países. La reina Tamar, auténtico icono, era admirada, cantada por los poetas. Se hacían joyas con su efigie, así como cuchillos, bastones de peregrinos… Como símbolo de su autoridad, sus contemporáneos, quienes le entregaron la espada de los reyes, la llamaban «el rey Tamar». Los poetas la describían como muy hermosa, los pretendientes se peleaban ante la Asamblea, que le eligió primero un

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