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del sexo como sagrado o «especial» y al ideal contemporáneo de relación pura que describe Anthony Giddens, en el cual el sexo se ancla a una coherencia y persistencia emocionales.43 El sexo ocasional, el sexo kinky, el sexo violento, e incluso el sexo monógamo, hetero, vainilla, que puede ser fruto de la rutina, el aburrimiento, la diversión o la búsqueda de emociones fuertes no cumple con estos estándares. Se asume que el sexo tiene un propósito apropiado, y no se considera la variedad de prácticas sexuales que la gente desarrolla, las diversas maneras de concebir el sexo o las múltiples razones por las que las personas mantienen relaciones sexuales. Aunque rechazan categóricamente que se les describa como «antisexo», autores como Dines descartan las posibilidades de una sexualidad plural y en constante construcción.

      Salvar a los hombres

      En este sentido es interesante ver de qué manera han aparecido los hombres en los nuevos escritos antiporno. Citemos a Dines:

      Aquí hay una naturalización del interés masculino por la pornografía y una implicación de que esto puede ser debido a la ubicuidad de la pornografía. Las mujeres deben «proporcionar el análisis» y esto debe ser suficiente para convertir a un espectador de porno en un compañero apropiado. El «análisis» es, por supuesto, que la pornografía está mal, pero también que «secuestra» la sexualidad, y que consumirlo es una señal de debilidad, que demuestra falta de imaginación, autoconocimiento y espíritu crítico. Los escritos feministas antiporno recientes han tendido a distanciarse de la idea ampliamente criticada de sus «efectos», obtenida de estudios en laboratorio, para centrarse en una visión de los hombres en la que están programados por sus hábitos de visionado. En estas narrativas de adicción, los hombres llegan a preferir el «sexo pornográfico» y a presionar a sus parejas para que se comporten como estrellas del porno. Esto puede tener el efecto nocivo adicional de encontrar el porno más excitante que a sus parejas, de perder la habilidad de obtener o mantener una erección o de experimentar dificultades con la eyaculación, dañando por tanto su sexualidad auténtica y destruyendo la intimidad emocional de sus relaciones.

      Por suerte, el «análisis» antiporno está aquí para salvarles:

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