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«humanas» supuestamente universales.17

      Sería poco honesto afirmar que el activismo antiporno obtiene mayor atención que cualquier otro enfoque, pues sí que hay espacios en los medios de comunicación para las opiniones plurales y divergentes sobre la pornografía. Del mismo modo, en los estudios sobre el porno elaborados por otros académicos feministas, por estudiosos gays, por investigadores interesados por las nuevas tecnologías y los nuevos medios de comunicación y por activistas sex-positive, sex-radical y a favor del trabajo sexual, podemos ver el inicio de unas narraciones sobre la historia, producción, distribución, consumo y significado de pornografías diversas. Pero en la mayor parte de los debates públicos los argumentos que no comienzan sospechando de la pornografía son relativamente invisibles, y el debate solo puede operar dentro de ciertos límites porque el terreno se ha circunscrito claramente en un marco de preocupación de la «narrativa intrínseca» de la sexualidad «natural». La postura pro-porno más visible en los debates públicos es, con diferencia, la de la libertad de expresión y el derecho del individuo a interactuar con la pornografía. Sin embargo, defender la pornografía como parte de la libertad de expresión no sirve de mucho para desafiar la presentación del porno como una forma específica en la que se degrada o subordina a las mujeres, o que es irreparablemente dañina para los niños que lo ven «demasiado pronto». Los argumentos que esgrimen la libertad de expresión simplemente requieren que los materiales sexualmente explícitos no se censuren para los adultos, y que en sociedades libres y democráticas la pornografía debe tolerarse. Pero esta tolerancia es siempre un logro inestable para cualquier grupo o interés minoritario, siempre abierto a una posible reevaluación o redefinición. Al argumentar haciendo referencia a la libertad de expresión, sus defensores a menudo ceden terreno al admitir que algunas formas de pornografía son de hecho horribles, dañinas y abominables y, por lo tanto, confirman el análisis básico de que hay algo intrínsecamente problemático sobre las formas culturales de la representación sexual y las personas que las buscan.

      Por lo tanto, pese a que el feminismo antiporno ha sido ampliamente criticado por su falta de rigor teórico, su pobre base empírica y su fracaso a la hora de distinguir su postura de otras visiones muy conservadoras de la sexualidad y el género, sí que ha conservado un importante arraigo en las esferas académica y populista como una perspectiva que solo puede ser circumnavegada. A continuación, queremos mostrar las maneras en las que el feminismo antiporno contemporáneo rechaza cada vez más los terrenos académicos de análisis y debate mientras hace llamamientos al sentido común y a la inteligencia emocional, precisamente porque este es el terreno en el que sus argumentos arraigan mejor.

      «Estamos aquí sentados con nuestro sentido común»: el mundo académico y el feminismo antiporno

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