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Claro que ahora, después de los desastres provocados por la tecnolatría salida de la revolución científica, los herederos de Kepler estamos obligados a aceptar el juego de la ampliación gnoseológica que postula Fernando. Me animo a decir que el asunto resucita algo dicho por san Pablo, cuando interpeló a los hebreos, quienes conocían por medio de los “signos”, y a los griegos, quienes lo hacían merced al “lógos”. Al fin de cuentas, sólo Cristo, según Pablo, que vino a plantearnos una divinización de los hombres en el fin de los tiempos, nos garantizaría la verdad de lo anunciado por los signos y de lo hipotéticamente deducido por el lógos. ¿Me contaré entre los que aguardan esa Segunda Venida de reconciliación en el seno de nuestra pequeña historia?

      Fui a cenar y al cine con Samuel Nyanchoga. Samuel me dio detalles acerca de la biblioteca de la Universidad Católica de África Oriental donde él trabaja. Posee la capacidad de albergar tres mil lectores al mismo tiempo. Su hemeroteca está suscripta a cien mil revistas tradicionales y electrónicas. Posee miles de libros en PDF y otros soportes. Recibe investigadores no sólo de Kenia, sino de Sudán, Etiopía, Eritrea, Tanzania, Zimbabue y Malawi. El Vaticano, itself or himself?, financió su construcción y provee los recursos para el mantenimiento. Es la biblioteca más grande y activa del África al sur del Sahara. Su director, el keniano Joseph Kavulya, ganó varios premios internacionales por la creatividad y la democratización del saber que han puesto en marcha sus proyectos al frente de la institución. Buen modelo. Imitémoslo en la pos-Perolandia. En el cine, vimos Langosta, film inglés del griego Yorgos Lanthimos en el que actúan Rachel Weisz y Collin Farrell. Historia antiutópica: el amor es inviable, tanto en la sociedad establecida cuanto en la resistencia solidaria y justa de quienes la combaten. Sin embargo, un hombre está dispuesto al sacrificio de quitarse la vista con tal de asegurar la permanencia de un vínculo amoroso verdadero. No cuento si lo logra o no, por si a algún desquiciado se le ocurre venir a espiar las páginas del diario sin haber pasado antes por el cine. Pensar que la sociedad regimentada equivale a la ciencia hipotética y el movimiento de la resistencia a lo imaginal de Fludd sería demasiado conceder a una coincidencia simbólica, arbitraria y casual. Que el lógos ponga un parate a los signos.

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      8 de noviembre

      Estudio. Me escapo y vuelvo al cine. Veo El hijo de Saúl, una película lacerante sobre los últimos momentos en la vida de un Sonderkommando, quien cree reconocer a su hijo entre las víctimas de la cámara de gas. En casi todo el film, sólo la cara del protagonista o las de quienes se acercan lo suficientemente a él están en foco. Los horrores del entorno y del fondo se ven siempre borrosos, salvo en las escenas de la cámara de autopsias. Los exteriores diurnos son breves y pocos. Por el contrario, los sonidos son definidos, invaden la sensibilidad: los gritos de los seres encerrados en la cámara de gas, las vociferaciones de los alemanes, los disparos, los ladridos de los perros. Saúl está distante, actúa como un mecanismo, se ha ensimismado en la idea de dar a su hijo una sepultura según el rito judío. Hacia el final, hay una aparición que muy bien podría ser del tipo simbólico-imaginal concebido por Corinaldesi. El tema de “Cómo sucedieron estas cosas” nunca dejará de acosarme. La película es una suerte de mentís a la teoría de la irrepresentabilidad de lo acontecido en las cámaras, que tanto obsesiona a Claude Lanzmann.

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      9 de noviembre

      Cuarta reunión del seminario de los lunes. El joven Samuel Truett, profesor de la Universidad de New Mexico, habla sobre “Fronteras atravesadas y relatos entretejidos en el mundo del siglo XIX”. Notable. El tener, en primera instancia, la buena fortuna de hallar un personaje al mismo tiempo único y ejemplar, una suerte de Menocchio; en segundo lugar, la sabiduría de estudiarlo como Truett lo ha hecho. Samuel inició su disertación con un panorama completo de la historiografía norteamericana que se ocupó del tema de las fronteras. En 1893, Frederick Jackson Turner expresó la necesidad de estudiar la cuestión de “la frontera” para entender la historia de los Estados Unidos. Unos veinte años más tarde, Herbert Bolton acuñó el término borderlands e hizo contribuciones fundamentales sobre el devenir de los territorios entre su país, la Nueva España y México, en términos de larga duración. Nuestro colega llegó al campo en los años noventa, cuando el género comenzaba a entretejerse con los de las historias global y transnacional. Truett apuntó a la ironía presente en el hecho de que, al contrario de los propósitos de los Estados e imperios que buscaron establecer separaciones netas entre los países y las áreas de poder e influencia, las borderlands hayan sido tradicionalmente, hasta el umbral del siglo XX, zonas de contactos intensos entre pueblos, culturas, creencias, lenguas y bienes, muy distintos entre sí. Samuel explora desde hace dos décadas las posibilidades de escribir una historia atenta a los recorridos individuales que atravesaron los bordes de las grandes organizaciones políticas, tanto del imperialismo europeo en Asia y África cuanto de los Estados nacionales construidos en las Américas. Es decir, se relata una biografía al mismo tiempo que se captan los movimientos y cambios de gran escala, se describen las influencias recíprocas entre individuos y entornos menores y mayores, naturales, sociales y culturales de la existencia humana. El foco se ha puesto en la figura de un hombre que se pretende común en el punto de partida pero que, en realidad, debido a su espíritu de aventura, a su educación y sus habilidades intelectuales, tiene una excepcionalidad que lo convierte, como al Domenico Scandella del Friuli, en el ejemplo concentrado de un typus social (el globetrotter aventurero, en nuestro caso).

      Truett ha dado con su figura: se trata de John Denton Hall, nacido en el seno de una familia de ceramistas de Staffordshire en 1827. La empresa de los Hall quiebra en 1832 y el padre huye a América. La madre y sus cinco hijos se radican en Londres, donde John asiste a la escuela del Christ’s Hospital. Descuella en las matemáticas, por lo que se lo destina a la Escuela Real de la especialidad donde son educados muchachos como él para ser convertidos en buenos navegantes. A comienzos de 1843, Hall y su compañero Henry Steele son reclutados por el marino George Steward, quien actúa como agente del aventurero James Brooke, instalado en Borneo. Truett contó entonces la historia de este Brooke, retoño de una familia inglesa de Calcuta, empresario que buscaba medrar con el comercio ejercido en las costas de Sarawak, en Borneo. Involucrado en los combates marítimos de la región, se vio consagrado gobernador de una provincia en aquel territorio, nombrado nada menos que por el sultán de Brunei. En 1843, nuestro Hall se suma, por poco tiempo, a los hombres de Brooke. Ya en 1844 y hasta 1847, John Denton navega en los clippers que hacían la carrera entre Bombay, Calcuta y Cantón, vinculados muchas veces con el comercio del opio. En 1849, Hall atraviesa el Pacífico y tal vez bordea las costas occidentales de América del Sur; sube muy pronto hacia el norte de California en busca de oro. Allí, se une a un grupo de mexicanos e indígenas ópatas, liderados por un tal don Chico quien lo lleva al pueblo de Cucurpe, en el estado de Sonora, al noroeste de México. Don Chico, Hall y un cierto M. C., texano, invierten sus dineros en una mina del sitio. La empresa fracasa. En Cucurpe, John Denton se enamora de Francisca Palomino, se une a ella y forma una familia a la que debe mantener, para lo cual realiza varias actividades –curandero, escribiente, contrabandista–. La masacre de mexicanos, perpetrada en Sonoita por colonos blancos de Arizona en 1859, enciende la indignación de Hall y lo coloca del lado de las víctimas. Mientras tanto, en los años sesenta, durante las noches y a la luz de una vela, redacta sus memorias. En un posible encuentro fortuito en Tucson (1879), Hall entrega sus memorias y un mapa del distrito minero de Cucurpe a William Myers, intendente de tiendas en Chicago. Myers edita la parte mexicana de ese relato, acompañada del mapa, en 1881. El libro se llama: Travels and Adventures in Sonora; su autor figura como Dr. John Hall. En 1892, nuestro hombre muere y es sepultado en Cucurpe.

      Truett descubrió el manuscrito completo en la Huntington Library, lugar soñado para un historiador si los hay en este mundo. Entre el libro publicado en Chicago y el manuscrito, Sam encontró los primeros indicios a partir de los cuales empezó a reconstruir el pasado asiático de Hall: un joven yuma le recordaba a otro visto en las costas de Borneo; los molinos de azúcar de México le permitían hacer una comparación con las máquinas utilizadas en el Ganges; signo de signos, Hall se había topado con un capitán de la marina mercante en las costas de la Baja California, en 1851, al que reconoció como uno de sus compañeros en los combates contra los piratas de los mares de China. Truett identificó a este capitán, sir Henry Keppel, quien llegaría a ser almirante de la

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