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Al interdicto del diálogo, se contraponía el monólogo o bien una serie de trampas astutas, como el simular que se hablaba con un loro, con una estatua –las chinas eran las preferidas–, con un fantasma (las contestaciones del loro, de la estatua y del fantasma corrían por cuenta de un actor escondido). Si no se podía hablar francés, pues se hablaba en jergas o se inventaban lenguas. Si directamente se prohibía el pronunciar un discurso, se actuaba con pantomimas o bien se componían “piezas mediante carteles”, es decir, se mostraba al público el texto de una pieza y los espectadores lo leían o lo cantaban en voz alta. Si acaso hasta los actores estaban proscritos, pues se los reemplazaba con marionetas. Tanto fue el desarrollo del arte de los títeres que, desde 1722, hubo óperas escritas para ser representadas con muñecos, generalmente parodias de grandes óperas como Hipólito y Aricia de Rameau, cuya versión titiritesca la profesora Rubellin nos pasó en un DVD reciente. Por supuesto que recordé de inmediato las lecciones de Roger Chartier sobre las óperas de marionetas compuestas por el infortunado judío brasileño, Antônio José da Silva, muerto en la hoguera por la Inquisición en 1739. Dos acotaciones finales. 1) Los trucos que Françoise nos enumeró, los conocemos por los documentos policiales donde se asentaron las denuncias de los delegados de la Comedia Francesa y se transcribieron los procedimientos contra los actores de los teatros feriales. 2) Aun en la Comedia Francesa, hasta bien entrado el siglo XVIII, hubo ciertos desbordes del público, como el de exigir asientos en el escenario para ver de cerca las actuaciones. Voltaire consiguió expulsar de allí a los espectadores en 1759.

      La conferencia de Françoise nos entusiasmó mucho, al punto de que Abaher El-Sakka, ni bien regresado a su oficina, nos mandó un link para que viésemos una opereta egipcia de títeres, El Leila El Kebira (La Gran Noche), escrita por Salah Jahin y musicalizada por Sayed Mekawy en los años sesenta. Se trata de una teatralización desopilante del Mawlid, la fiesta conmemorativa del nacimiento del profeta, que se realiza, en este caso, con figuras de payasos, juglares, actores circenses, tramposos y vendedores ambulantes.

      A las seis de la tarde, fuimos los fellows en tropel al Hôtel de Ville, donde la Casa de los Investigadores Extranjeros, una institución creada por nuestra Aspasia Nanaki cuando estudiaba en Nantes, y la alcaldesa socialista de la ciudad nos homenajearon con una bienvenida imperial. Mis primos tuvieron que pasear solos en el día de hoy. Trataré de resarcirlos mañana.

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      13 de noviembre

      Vamos al jardín japonés de la isla Versailles. Visitamos el parque de las máquinas y nos quedamos largo rato en el taller, donde descubrimos la presencia de François Delarozière, el cerebro que se encuentra detrás de la primera idea para cada uno de estos ingenios. El video de cómo se construyó el elefante nos llena de asombro. Jean quedó extasiado. Acompaño a mis primos a tomar el tren de regreso a París-Fontainebleau y me acuesto temprano, tras haber escuchado el primer CD de Barbara, una cantante finísima que me ha hecho conocer Marie-Françoise. Su canción sobre Nantes me emociona, ahora que conozco la ciudad: ambas son brumosas y melancólicas, una mediante la indefinición melódica, la otra con su clima que cambia cada media hora por la influencia de los vientos del océano.

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      14 de noviembre

      A las seis de la mañana, hora de Buenos Aires (diez de aquí), Aurora me despierta con las noticias del atentado en París. Me comunico con los Serra-Colomé y con Marian Alter. Todo el mundo de la familia está a salvo, pero me entero de que Samantha vive a escasos trescientos metros del lugar donde explotó uno de los hombres-bomba y se produjo la mayor cantidad de muertos. No sé nada de Roger y eso me preocupa, aun cuando no lo veo demasiado como customer del Bataclan. De todas maneras, me avergüenzo de haber discutido boludeces sobre la contienda Scioli-Macri, ¡en el IDAES!, durante unas cuarenta y ocho horas. Realmente, los argentinos nos hemos colocado en el lado oculto de la Luna. Somos los sueños absurdos, las sombras locas de la humanidad. Ahora, ruego por que los franceses no reaccionen como los norteamericanos después del 11 de septiembre y sancionen aquí algo semejante a la Patriot Act.

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      15 de noviembre

      Sigo paralizado la mayor parte del día. La sensación de soledad y luto es generalizada. El porvenir, oscuro desde donde se lo mire. La izquierda con sus “peros”, la derecha con su furia xenófoba. Se habla de una alianza ampliada entre Europa, Estados Unidos y Rusia, como en la Segunda Guerra Mundial, para acabar con el Estado Islámico. No hay que olvidarse de que los rusos acaban de perder a 225 personas por un misil del EI que derribó uno de sus aviones cargado de turistas. Assad se colocó fuera del cuadro con sus declaraciones acerca de que Francia ha probado su propia medicina. Veremos qué dice Hollande mañana en esa suerte de Estados Generales a los que convocó en Versalles. Resulta paradójico, pero sólo un socialista podría encabezar esta guerra sin poner en riesgo serio las libertades básicas de nuestro sistema. Y nosotros, en la Argentina, preocupados con el debate entre esos dos papanatas, salidos del magín de Menem. En fin, me quedo con Macri por las razones sabidas, pero francamente, cuando uno ve que el mundo está cerca del precipicio, las cuestiones de los subsidios, de la retirada grotesca del gobierno, de la caída de las reservas parecen pequeñeces. Eso sí, apostaría a que la señora K cree que lo de los hombres-bomba es una puesta en escena del cine catástrofe de Hollywood.

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      16 de noviembre

      Habló Hollande, declaró la guerra sin cuartel contra el EI, extendió el estado de excepción a tres meses y solicitó una reforma constitucional que haga posible vigilar mejor los movimientos de las personas y tomar medidas de seguridad más contundentes, al estilo norteamericano. Entre tanto, los dichos de Sarkozy son normales para un político de su extracción de centro-derecha, pero su gestualidad es aterradora. Parece estar entusiasmado y hasta secretamente feliz ante la posibilidad de convertirse en el jefe de la cruzada. Tiene la misma energía que desplegaban los soldados que partían al frente en 1914.

      Hicimos un minuto de silencio en el patio del IEA, pero no interrumpimos el seminario, que estuvo a cargo de Samuel Nyanchoga. El tema fue: “Herencia de la esclavitud, marginalización y conflicto en la costa keniana”. Truett introdujo al orador y subrayó su compromiso con el estudio y la praxis de los derechos humanos en el este de África, especialmente en cuanto atañe a las relaciones complejas entre el ejercicio democrático de las elecciones y los juicios contra perpetradores de genocidios en el continente. Algo de lo que Nyanchoga expuso ya lo sabía, por haber exprimido durante las comidas de varias jornadas a mi sacrificado colega con mis preguntas fuera de lugar. Pero lo sistemático, bien ordenado y exhaustivo de la presentación me atrajo con la misma fuerza de las otras intervenciones en el seminario. Samuel precisó el área de su trabajo: la franja costera de Kenia, de cuatrocientos setenta kilómetros de largo y diez millas de ancho. Si bien la abolición legal de la esclavitud en la zona se produjo a mediados del siglo XIX, la supresión de las relaciones amo-esclavo fue un proceso largo; tanto lo ha sido que, en ciertos aspectos, no puede dárselo aún por terminado. Lo que complicó el asunto en la costa keniana fue su dependencia del sultanato de Zanzíbar, uno de los principales proveedores de esclavos en todo el cuerno de África y en el sur de la península arábiga hasta bien entrado el siglo XX, a pesar de la abolición legal sancionada en Zanzíbar en 1895. Todavía en 1935, el sheikh Hayi Hassan descargaba oficialmente su ira contra los abolicionistas de la costa somalí, al afirmar que la “ley de Dios y del profeta” amparaba la existencia de la esclavitud. Por otra parte, la cuestión de la soberanía británica en la costa no quedó zanjada hasta la década del veinte, lo cual impidió un control de la potencia colonial sobre las actividades de la trata. De todas maneras, antes y después de 1920-30, el estatuto social y económico de los exesclavos no tuvo grandes cambios: fueron y son todavía ocupantes no reconocidos de una tierra ajena (squatters) o, a lo sumo, dependientes de los antiguos amos propietarios, quienes forman parte, por lo general, de una élite de africanos muy arabizada y practicante del islam. Aclaremos que buena parte de los seres humanos a los que nos referimos han permanecido católicos, convertidos por las misiones que se instalaron en el territorio a fines del siglo XIX. Samuel hizo un primer recorrido de las localidades actuales donde viven los descendientes de los antiguos esclavos ribereños y anticipó varias cuestiones de identidad y subjetividades que enseguida explicaría mejor: 1) Takaungu

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