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la estrecho y trato de sostenerle la mirada, pero, mientras aprieta su agarre, es como si me apretujara todo el cuerpo. Estoy de los nervios y me parece que la culpa es del brillo de sus ojos y de esa cara atractiva que sugiere «ámame, llévame a casa y cuídame, o fóllame».

      Deja caer la mano a un costado y la introduce en un bolsillo, y yo lo miro un segundo y me pregunto si él también ha sentido esa descarga eléctrica cuando me ha tocado.

      Luego baja la mirada hasta mis manos, como si, al igual que yo, hubiera caído en la cuenta de lo pequeñas que son mis manos en comparación con las suyas.

      —¿Te estás adaptando bien?

      —Sí, señor. Estoy absolutamente encantada de estar aquí.

      —Matt… —lo llama alguien.

      Inclina la cabeza hacia un hombre que le entrega un teléfono; entonces extiende su mano libre y la posa ligeramente en mi hombro mientras inclina la cabeza ante mí.

      —Nos pondremos al día, Charlotte.

      Me aprieta el hombro ligeramente con la mano y su toque me abrasa. No me lo esperaba. Aunque el contacto tan solo dura un segundo, envía una ola de calor por todo mi cuerpo. Los dedos de los pies se me encogen dentro de los zapatos.

      No puedo evitar observarlo mientras eleva el teléfono hasta su oreja y se retira a su despacho para atender la llamada.

      Dios, estoy metida en un buen lío.

      «¡Céntrate, Charlotte!».

      «No. En su culo, no».

      Aparto la mirada y me obligo a sonreír mientras me indican dónde se encuentra mi cubículo.

      ***

      Mi primer día consiste en un resumen básico de mis tareas como asistente política.

      —¿Por qué se ha presentado como candidato? Lleva años intentando proteger su privacidad a toda costa.

      Dos muchachas hablan junto a la mesa, una de cabello oscuro y la otra de cabello rubio y corto con un peinado bob.

      —Es verdad. Habrá cambiado de idea —le dice la rubia a la morena.

      Echan un vistazo en su dirección; resisto el impulso de hacer lo mismo.

      Matt se ha convertido en el centro de atención después de pasar años luchando con reporteros obsesionados por tener privacidad. De algún modo, los ingeniosos periodistas consiguieron infiltrarse en Harvard cuando empezó la universidad y, siempre que participaba en algún evento, en lugar de la causa que tan generosamente trataba de impulsar con su presencia en esos actos, era él quien acababa en los titulares.

      Eso le molestaba.

      —Cuando me ofreció el trabajo, le pregunté: «¿Por qué yo?». Y él me contestó: «¿Y por qué no?» —añade la rubia—. Porque estás tan bueno que ninguna mujer puede trabajar cerca de ti y pensar con claridad —se responde a sí misma entre risas.

      Sonrío y me concentro en organizar mi escritorio.

      Mi despacho es perfecto, con vistas a la ciudad. Fuera de este edificio, todo parece sereno; el país funciona como siempre, pero algo bulle en este recinto, en mis compañeros de trabajo, en mi interior.

      Después de situarme, me dirijo a la pequeña cocina para prepararme un café. Con la taza llena, me doy la vuelta al oír pasos detrás de mí, pero calculo mal lo cerca que está la persona que acaba de llegar. Me sobresalto cuando choco contra ella y derramo un poco de café en sus zapatos.

      Me siento avergonzada. «¡Venga ya, Charlotte!». Separo de la taza mis dedos manchados de café y la dejo a un lado para coger servilletas.

      —No me lo puedo creer; tus zapatos. —Empiezo a agacharme, pero la rubia del peinado bob también se agacha y llega antes que yo.

      —No pasa nada. Un poco de emoción nunca ha hecho daño a nadie. —Sonríe—. Soy Alison.

      Extiende la mano y yo se la estrecho.

      —Soy la fotógrafa oficial de la campaña.

      —Yo soy Charlotte.

      —Charlotte, sé cómo puedes compensármelo.

      Me pide que la siga y nos dirigimos al despacho de Matt; ella lleva su cámara colgada del cuello. Cuando comprendo que estoy a punto de verlo, me paso los dedos por el pelo nerviosamente. Diviso sus hombros anchos y su atractiva silueta en la silla detrás de la mesa; está guapísimo y ocupado, leyendo unos papeles.

      Mientras lee, mi dedo se engancha en un pequeño nudo de mi cabello y, rápidamente, trato de deshacerlo. Cuando finalmente lo consigo, reúno el valor para mirarlo; Matt me observa con el ceño fruncido.

      —¿Quieres salir en la foto conmigo? —Su voz es baja e increíblemente profunda.

      Me quedo mirándolo, confusa.

      —Uy, qué va. Para nada.

      —¿Todo ese esfuerzo y no dejas que el mundo lo disfrute? —pregunta. Su expresión es indescifrable mientras alza una ceja, señalando mi pelo.

      «Oh, Dios».

      Me ruborizo. Dicen que Matt disfruta de la vida, disfruta tanto de ella que quiere cambiarla. Sonrío, demasiado nerviosa, y me limito a quedarme a un lado mientras Alison prepara la cámara.

      —¿Aquí, Matt? —pregunta.

      —¿Por qué no hacemos algo más natural? —Su mirada oscura se detiene sobre mí mientras dobla un dedo para indicarme que me acerque—. Charlotte, ¿podrías pasarme uno de los impresos que están detrás de ti? —pregunta con la voz un poco ronca.

      Con un nudo de nervios en la garganta, tomo uno y me acerco a él, consciente de que observa cada paso que doy; oigo los clics del obturador.

      —Fantástico —dice Alison.

      Matt toma la carpeta con una elegancia perezosa. Su mirada sigue clavada en la mía y su voz todavía es increíblemente profunda e inquietante.

      —¿Ves? Sabía que había un motivo por el que te había traído. Haces que tenga buen aspecto —comenta en señal de aprobación. Sus labios se curvan ligeramente.

      Alzo las cejas; él arquea las suyas también, como retándome. El calor me repta por el cuello y las mejillas. En realidad, no hay nada que pueda hacerle quedar mejor de lo que está.

      Cuando regreso a casa, me siento más que avergonzada. «Adelante, queda como una tonta enamoradiza, Charlotte», me riño mientras me dirijo a mi piso.

      ***

      Al llegar a casa, tengo en mente el conjunto más serio que poseo. No importa si soy bajita y tengo cara de niña; quiero que la gente me tome en serio. Los pies me están matando, el cuello también, pero no me pongo el pijama hasta sacar del armario un traje de color negro hollín de ejecutiva: unos pantalones y una chaqueta corta negra para mañana. Extiendo el conjunto en la silla situada junto a mi ventana y lo miro con ojo crítico. Es formal y está impoluto; ese es exactamente el aspecto que quiero tener mañana.

      Matt Hamilton va a tomarme en serio como que me llamo Charlotte.

      Mis padres están orgullosos.

      Kayla me ha mandado un aluvión de mensajes, quiere detalles.

      Dedico un rato a responderle, sola en mi piso.

      No me había dado cuenta de lo sola que me sentiría durmiendo en mi piso sin nadie más. «Querías ser independiente, Charlotte. Pues ya está».

      La luz de mi contestador parpadea y aprieto el botón de reproducción de mensajes.

      «Charlotte, no me gusta nada que estés ahí, en ese pisito, sobre todo con lo que haces ahora. A tu padre y a mí nos gustaría que regresaras a casa si realmente quieres trabajar en la campaña durante un año. Llámame».

      Gruño.

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