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el vestido amarillo de espalda abierta.

      Me peino el cabello pelirrojo y me lo dejo caer por la espalda, añado una horquilla de cristal para mantenerlo apartado de mi frente y después bajo las escaleras. Mi madre me espera en el coche, un Lincoln Town.

      ***

      La última vez que vi a Matt fue dos años y ocho meses después de aquella cena en casa de mis padres. Yo había crecido, ya era oficialmente una mujer y, como mi madre, llevaba un vestido negro. Él también iba de negro, estaba junto a su madre, que parecía minúscula y agotada cuando él la rodeó con un brazo.

      Él era más adulto que en la cena, un poco más corpulento, mucho más masculino y sus ojos ya no brillaban al verme cuando seguí a mi padre y a mi madre para darle el pésame. Luego me senté atrás y traté de contener las lágrimas al ver a Matt enterrar a su padre.

      Su madre lloraba en silencio y con delicadeza, y el país también lloraba. Ahí estaba él, fuerte y orgulloso, el chico al que su padre educó, el que fue entrenado para capear una tormenta y seguir adelante.

      ***

      Nos rodean adornos blancos salpicados de plata y azul.

      Me siento un poco fuera de mi zona de confort cuando sigo a mi madre hasta el salón. Cruzar las puertas es como abrir las páginas de una enciclopedia viva, llena de nombres importantes: políticos, filántropos, herederos, además de gente con cargos en lo más alto de las mejores universidades del país: Duke, Princeton, Harvard.

      Y luego todos los artistas, poetas y escritores…

      Ganadores de los premios Pulitzer y Nobel, y caras que se ven en los éxitos de taquilla del año… De alguna forma, todos ellos se desvanecen con Matt Hamilton en esta misma habitación.

      Se encuentra en la parte más alejada, alto y de hombros anchos. Su pelo oscuro brilla bajo la luz de las lámparas. Lleva un esmoquin negro perfecto y una corbata de color plateado, y su impecable camisa blanca contrasta con el tono dorado de su piel.

      La boca se me seca y parece que mi cuerpo se esfuerza más en bombear la sangre por mi sistema.

      No es fácil perderle la pista a Hamilton. Es el niño mimado de los medios.

      Primero adolescente rebelde, luego chico de universidad privada, y finalmente el hombre en el que se ha convertido. Es el aspirante más joven de la historia (cumplirá treinta y cinco años para el día de la toma de posesión) y mi madre dice que representa los años dorados que su padre nos regaló: crecimiento, trabajo, paz. Eso es lo que quiero. Cada uno de los miles de partidarios que están aquí esta noche quiere eso.

      Mientras nos abrimos paso a través de la refinada multitud y con el ambiente cargado de perfumes caros, saludo a algunos de los conocidos de mi madre, todos vestidos para impresionar. Los famosos siempre han gravitado hacia los Hamilton, su presencia es un apoyo silencioso. Han pasado nueve años, más o menos, desde la última vez que vi a Matt. (En realidad, sé el tiempo exacto, pero quiero fingir que no lo he contado tan religiosamente).

      Es más alto incluso de lo que parecía por la tele, supera a los demás en altura por unos cuantos centímetros.

      Y Dios.

      Es todo un hombre.

      Cabello marrón oscuro. Ojos color café. Un cuerpo de dios griego.

      Exuda confianza por todos los poros.

      Incluso el traje negro que lleva puesto es perfecto.

      Si alguna vez hubo un hombre con un aura de privilegio y éxito, ese es Matthew Hamilton.

      Los Hamilton han sido influyentes desde su nacimiento. Su linaje se remonta a lores y ladies ingleses. Lo llamaban príncipe cuando su padre estaba vivo, ahora está a punto de subir al trono del rey.

      Cuando la revista People lo nombró «Hombre vivo más sexy», Forbes lo nombró «Empresario de mayor éxito». Desapareció unos años tras terminar la carrera de Derecho para construir y expandir el imperio inmobiliario de su familia discretamente. A juzgar por la cantidad de furgonetas de prensa que veo desde el salón de la fiesta inaugural, el mundo se ha visto arrasado con la tormenta de su regreso.

      Todos los titulares de la prensa de hoy incluyen el nombre Hamilton.

      No he visto a tantas personas importantes juntas en un mismo sitio en toda mi vida. No puedo creer que todos hayan venido para apoyarlo.

      Cuando soy consciente del alcance de la influencia de Matt, me siento repentinamente asombrada por haber conseguido una invitación para esta fiesta de inauguración.

      En Mujeres del Mundo, ayudamos a mujeres que pasan por momentos difíciles en su vida: divorcios, problemas de salud y traumas. El espíritu de la organización es el de ayudar humildemente. Esto se trata más o menos de lo mismo; todo el mundo está unido por una causa común, pero la atmósfera aquí rezuma poder.

      Las personas que se encuentran aquí son las que mueven y sacuden el mundo. Y, esta noche, su mundo se mueve en torno a Matthew Hamilton.

      De pronto, veo a Matt charlando de forma distendida con una actriz. Está cariñosa con él, y lleva un vestido diminuto que enseña sus tonificados músculos, su culo respingón y sus firmes pechos.

      El estómago se me retuerce, en parte por la envidia y en parte por la fascinación. No sé de qué podría hablar yo con esa mujer, pero no puedo evitar sentirme fascinada.

      —Es muy guapo —susurra mi madre mientras nos dirigimos hacia él.

      Mis nervios aumentan. Ya hay demasiada gente alrededor de él, a la espera de poder presentarse. Lo veo estrechar manos, la firmeza de su agarre, la forma en que establece contacto visual. Es tan… directo.

      El nudo de mi estómago se tensa aún más.

      —Creo que voy a sentarme por allí —susurro a mi madre, y señalo una zona de estar donde hay pocas personas y estaré más tranquila.

      —Ay, Charlotte —la oigo quejarse.

      —¡Yo ya lo conozco! Deja que los demás tengan la ocasión de hacerlo.

      Impido que siga protestando y me dirijo apresuradamente hacia esa zona apartada. Desde ahí, observo a la multitud.

      Es muy fácil para mí tener una conversación con la gente de mi trabajo, pero esta multitud intimidaría a cualquiera. Diviso a J. Lo con un vestido blanco de marca en una esquina de la sala. Bajo la mirada hacia mi vestido amarillo dorado y me pregunto por qué he elegido un color tan llamativo cuando sería mejor pasar desapercibida entre la gente. Puede que pensara que el dicho de «finge hasta que lo consigas» funcionaría, que tendría un aspecto tan sofisticado como todos los demás y que pronto también me sentiría así.

      Dirijo la mirada de vuelta a la persona que ha motivado tanta agitación hoy.

      Todo el mundo quiere saludar al príncipe Hamilton y veo que mi madre tardará un buen rato en conseguirlo, sobre todo cuando hay hombres que intentan llevárselo de la fila.

      Examino el salón en busca de los baños y los diviso en la parte opuesta. Me pongo en pie, mantengo la vista al frente y paso junto a la fila, dejando atrás al increíblemente atractivo Matt entre un grupo de políticos, mientras voy en dirección al lavabo de mujeres, donde entro, me retoco el maquillaje y me arreglo un poco.

      Tres mujeres charlan mientras se acicalan delante de los espejos.

      —Quiero llevarlo encima como si fuera piel —ronronea una de ellas.

      Me río por dentro y finjo que no me hacen gracia sus comentarios, sobre todo cuando son lo bastante mayores como para ser su madre.

      Cuando salgo, cruzo el salón y me dirijo con decisión a mi mesa, pero me piso el dobladillo del vestido al llegar a la zona alfombrada. Bajo la mirada hasta mis zapatos y me levanto el vestido un par de centímetros, sin ralentizar el paso, y entonces choco contra una gran figura.

      Un brazo

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