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en una semana o dos su brillo había disminuido notablemente y a los pocos meses era apenas visible a simple vista”.

       Beyond the Wall of Sleep: escrito y publicado en 1919.

      Una maligna luna creciente brilla tenuemente en el valle de Nis abriéndose paso con su luz y sus borrosos rayos a través de los mortíferos follajes de los grandiosos árboles upas. En la zona más profunda del valle, justo allí donde no alcanza la luz, hay unas figuras que se mueven y que no están hechas para ser vistas. En las laderas, donde las odiosas enredaderas y las plantas rastreras se enroscan alrededor de los muros de los viejos palacios arruinados, aprietan con fuerza columnas rotas y misteriosos monolitos y levantan del suelo las losas de mármol que colocaron unas manos que nadie recuerda, la maleza crece miserablemente. En los ruinosos patios crecen árboles enormes y saltan pequeños monos, mientras entran y salen de profundas criptas llenas de tesoros, serpientes venenosas que se retuercen junto a seres escamosos sin nombre.

      Son enormes las piedras que duermen bajo las capas de musgo húmedo y eran poderosos los muros de los que se desprendieron. Fueron levantados para la eternidad por sus constructores y es innegable que aún sirven con nobleza, debajo de ellas aún vive el sapo gris.

      En el fondo del valle se encuentra el río Thad. Sus aguas son fangosas y están llenas de algas. Nace en arroyos ocultos y se mueve hacia grutas subterráneas. El demonio del valle no sabe dónde desemboca, ni por qué sus aguas son rojas.

      El genio que vigila en los rayos de luna le habló al demonio del valle, y le dijo:

      —Soy viejo y he olvidado muchas cosas. Háblame de los hechos, del aspecto y del nombre de aquellos que construyeron estas ruinas de piedra.

      A lo que el demonio contestó.

      —Yo también soy viejo, en cambio, mi memoria es buena y sé mucho del pasado. Esos seres no estaban hechos para ser entendidos, ellos eran como las aguas del río Thad. Sus hazañas no fueron más que momentáneas, por lo que ya no las recuerdo. Su aspecto era parecido al de los pequeños monos arbóreos. Y recuerdo con claridad su nombre, porque rimaba con el del río. Esos antiguos seres se llamaban Humanidad.

      Entonces, el genio regresó volando a la luna creciente y el demonio se quedó pensativo y observando un pequeño mono que se había subido a un árbol que crecía en un ruinoso patio.

       Memory: escrito en 1919 y publicado en 1923.

      Hechos tocantes al difunto

      La vida es algo terrible y desde lo más profundo que hemos conocido de ella asoman indicios malignos que, a veces, la vuelven más terrible aún. En caso de desatarse en el mundo, quizá sea la opresiva ciencia con sus tremendas revelaciones quien aniquile definitivamente nuestra especie humana si es que somos una especie aparte, porque jamás podrán ser imaginados por nuestros cerebros mortales su cantidad de sorprendentes horrores. Si supiéramos qué somos, haríamos lo que hizo Arthur Jermyn, que se prendió fuego una noche después de empapar sus ropas de gasolina. No hubo quien guardara sus restos carbonizados en una urna, ni quien le dedicara un monumento funerario, ya que aparecieron algunos documentos y un objeto dentro de una caja que han hecho que los hombres prefieran olvidar. Algunos de quienes lo conocían niegan, inclusive, su existencia.

      Cuando llegó de África, Arthur Jermyn, después de ver el objeto de la caja, subió al páramo y se prendió fuego. Lo que lo impulsó a acabar con su vida fue este objeto y no su extraño aspecto personal. Muchos no habrían soportado su existencia de haber tenido los extraños rasgos de Arthur Jermyn, pero él era un hombre de ciencia y también poeta por lo que nunca le importó su aspecto físico.

      Llevaba el saber en su sangre. Su bisabuelo, el barón Robert Jermyn, había sido un renombrado antropólogo, y su tatarabuelo, Wade Jermyn, uno de los primeros exploradores de la zona del Congo así como autor de diversos estudios profundos sobre sus tribus, animales y sus supuestas ruinas. Wade estuvo dotado, ciertamente, de un celo intelectual muy cercano a la manía. Su excéntrica teoría sobre una civilización congoleña blanca le ganó punzantes ataques cuando apareció su libro titulado, Reflexiones sobre las diversas partes de África. Este atrevido explorador fue internado en un manicomio de Huntingdon en 1765.

      La gente se alegraba de que los Jermyn no fueran muchos ya que poseían un rasgo de locura. El linaje carecía de ramas y el último de ellos fue Arthur, de no haber sido así, no se sabe qué habría ocurrido cuando llegó aquel objeto. Los Jermyn jamás tuvieron un aspecto del todo normal, podía notarse en ellos algo raro, aunque el caso más dramático fue el de Arthur. Sin embargo, antes de Wade, los viejos retratos de familia de la Casa Jermyn mostraban rostros muy hermosos. Claro está que la locura empezó con Wade, cuyas estrafalarias historias acerca del continente africano eran, a la vez, las delicias y el terror de sus nuevos amigos. Su locura quedó reflejada en su colección de ejemplares y trofeos que eran muy distintos de los que un hombre normal poseería, y se hizo más evidente con el nivel de reclusión en el que mantuvo a su esposa. Él solía decir que ella era hija de un comerciante portugués que había conocido en África y que no compartía las costumbres inglesas. Se la había traído al regresar de su segundo y más largo viaje, junto a su pequeño hijo nacido en África. Luego, ella lo acompañó en el tercero y último, pero no regresó con vida.

      Durante la corta estancia de esta mujer en la mansión de los Jermyn nadie la vio nunca de cerca, ni siquiera los criados, por causa de su violento y extraño carácter. Ocupó un ala remota de la mansión y solo su marido la atendía. En efecto, Wade fue muy particular con las atenciones para con su familia, ya que al regresar de África tampoco permitió que nadie atendiese a su hijo, salvo una desagradable negra de Guinea. Luego, después de la muerte de la señora Jermyn, él asumió los cuidados del niño completamente.

      Pero cuando Wade se encontraba bebido, su manera de hablar fue lo que hizo suponer a aquellos que lo conocían que estaba loco. En el siglo XVIII, la época de la razón, era una locura que un científico hablara de raros paisajes bajo la luna y de visiones sin sentido, o de una ciudad en ruinas con murallas y pilares gigantes e invadida por la vegetación olvidada. Menos aún, de secretas y húmedas escaleras que interminablemente bajaban a oscuras criptas abismales e inconcebibles catacumbas en el Congo.

      En particular, hablar con tal delirio de los habitantes que poblaban esos lugares era una osadía. Seres mitad de la jungla, mitad de esa antigua y sacrílega ciudad. Seres que el propio Plinio habría descrito incrédulamente y que pudieron surgir después de que los grandes monos invadieron la moribunda ciudad de las murallas, los pilares, las criptas y las misteriosas catacumbas.

      Sin embargo, al regresar de su último viaje, casi siempre después de su tercer vaso en el Knight’s Head, Wade hablaba de esas cosas con un entusiasmo desmedido y misterioso y alardeaba de lo que había descubierto en la selva y de que había vivido entre las terribles ruinas que nadie más conocía. Al final, hablaba de tal manera de los seres que allí vivían que lo internaron en el manicomio. Cuando lo encerraron en una celda enrejada de Huntingdon no se mostró muy afectado, ya que su mente funcionaba de forma extraña. A partir del momento en que su hijo comenzó la adolescencia, su hogar le fue gustando cada vez menos, al punto que hacia el final, parecía agobiarlo y el Knight’s Head llegó a convertirse en su domicilio habitual. Así que cuando lo internaron pareció mostrar una vaga gratitud, como si para él fuera una protección. Tres años más tarde, murió.

      El hijo de Wade Jermyn, Philip, era una persona particularmente rara. Aunque tenía un gran parecido físico con su padre todos acabaron por rehuirle, ya que su aspecto y comportamiento eran, en muchos detalles, muy toscos. No heredó la locura como muchos temían, pero era muy torpe y muy propenso a repentinos accesos de violencia. Era pequeño de estatura, sin embargo, poseía una fuerza y una agilidad increíbles. Doce años después de recibir su título, se casó con la hija de su guardabosque, que se comentaba era de origen gitano, y antes de nacer su hijo se alistó en la marina de guerra como marinero, lo cual fue el detalle que colmó

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