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F. (2016) Lo íntimo. Lejos del ruidoso amor. Buenos Aires, El Cuenco de Plata.

      Maquiavelo, N. (2009) Antología. Barcelona, Península.

      Marco Aurelio (1999) Meditaciones. Madrid, Gredos.

      Marx, W. (2009) Vie du lettré. París, Les Éditions de Minuit.

      Montaigne, M. (2007) Les Essais. París, Gallimard-Bibliotèque de La Pléiade, Edición a cargo de Jean Basamo, Michel Magnien

      y Catherine Magnien-Simonin, según la edición de 1595 de Marie

      de Gournay.

      Mouawad, W. (2009) Incendies. París, Babel.

      Nehamas, A. (2005) El arte de vivir. Reflexiones socráticas de Platón a Foucault. Valencia, Pre-Textos.

      Ortega y Gasset, J. (1974) Unas lecciones de Metafísica, Madrid, Revista de Occidente - El Arquero.

      Pardo, J. L. (2004) La regla del juego. Sobre la dificultad de aprender filosofía. Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores.

      Pavie, X. (2012) Exercices Spirituels. Leçons de la philosophie antique. París, Les Belles Lettres.

      Pérez Cortés, S. (2004) Palabras de filósofos. Oralidad, escritura y memoria en la filosofía antigua. México, Siglo XXI Editores.

      Pieper, J. (2017) El ocio y la vida intelectual. Madrid, Rialp.

      Platón (1988) Diálogos. Vol. V : Parménides, Teeteto, Sofista, Político. Madrid, Gredos.

      Proust, M. (2003) En busca del tiempo perdido, 7 volúmenes. Traducción: Carlos Manzano. Barcelona, Mondadori.

      Proust, M. (2011) À la recherche du temps perdu. IV: Le Temps retrouvé. Édition publiée sous la direction de Jean-Yves Tadié. París, Gallimard.

      Quignard, P. (2017) Vie secrète. París, Gallimard.

      Roth, Ph. (2012) El profesor del deseo, Barcelona, Debolsillo.

      San Víctor de, H. (2011) Didascalicon de studio legendi (El afán por el estudio). Madrid, BAC. Edición bilingüe.

      Séneca (2014) Epístolas morales a Lucilio, vol. I. Madrid, Gredos.

      Séneca, L. A. (2013) Sobre la brevedad de la vida, el ocio y la felicidad. Barcelona, El Acantilado.

      Stabile, A. (1988) I buoni mestri. Milan, Mondadori.

      Starobinski, J. (2012) L’encre de la mélancolie. París, Éditions du Seuil.

      Valéry, P. (2007) Cuadernos (1894-1945). Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores.

      Vianu, I. (2012) Amor intellectualis. Málaga, Miguel Gómez Ediciones.

      Williams, J. (2015) Stoner. Tenerife, Ediciones de Baile del Sol.

      Woolf, V. (2010) Un cuarto propio. Madrid, Alianza.

      Capítulo 3

      

      Impedir que el mundo

      se deshaga

       Jorge Larrosa

      Cada generación se siente destinada a rehacer el mundo.

      La mía sabe que no podrá hacerlo.

      Pero su tarea es tal vez mayor.

      Consiste en impedir que el mundo se deshaga.

      Albert Camus.

      Se sabe que, para Hannah Arendt, la escuela tiene que ver con la transmisión, la comunización y la renovación del mundo. El famoso último párrafo de su texto sobre educación lo dice así:

      La educación es el punto en el que decidimos si amamos el mundo lo bastante como para asumir una responsabilidad por él y así salvarlo de la ruina que, de no ser por la renovación, de no ser por la llegada de los nuevos, sería inevitable. También la educación es donde decidimos si amamos a nuestros hijos lo bastante como para no arrojarlos de nuestro mundo y librarlos a sus propios recursos, ni quitarles de las manos la oportunidad de emprender algo nuevo, algo que nosotros no imaginamos, lo bastante como para prepararlos con tiempo para la tarea de renovar un mundo común. (1990b: 208)22

      El objetivo de la escuela, dice Arendt “ha de ser enseñar a los niños cómo es el mundo y no instruirlos en el arte de vivir”. Insiste también en que “no se puede educar sin enseñar alguna cosa” porque la educación no puede ser “una retórica moral-emotiva”. Y con una radicalidad que contrasta con uno de los tópicos fundamentales sobre la escuela, ese que dice que la escuela es el lugar del aprendizaje, afirma también que “cualquiera puede aprender cosas hasta el fin de sus días sin que por eso se convierta en una persona educada”.

      La escuela no está para enseñar cómo se debe vivir, tampoco para moralizar o para emocionar, tampoco para aprender en general o, como se dice ahora, para aprender a aprender. La escuela está para el mundo, para que los niños y los jóvenes se interesen por el mundo, para que le presten atención, para que lo cuiden y lo renueven, para impedir que el mundo se deshaga. Lo que está en juego en la escuela, dice Arendt, es nada más y nada menos que la salvación del mundo. No la transformación del mundo, sino la salvación del mundo. Y de la única manera que esa salvación es posible: entregándoselo a los nuevos para su cuidado y para su renovación. Salvar el mundo es in-acabarlo, saber que la conservación del mundo implica aceptar su donación y su radical inacabamiento, es decir, aceptar nuestra finitud, nuestra mortalidad, y asumir que el mundo no nos pertenece. Y salvar el mundo es también traerlo a la presencia, hacerlo presente, y eso sólo puede hacerse limitándolo y delimitándolo, destacando en él algunas cosas (no todas) finitas y acabadas, para que puedan existir (y sostenerse en la existencia) al convertirse en objetos de atención compartida.

      Pero ¿qué es el mundo? ¿De qué está hecho el mundo? ¿Qué cosas conforman el mundo? ¿Qué es lo que hace que los seres humanos sean seres mundanos, que no sólo vivan en la tierra, sino que habiten el mundo? ¿Cómo los hombres hacen mundo, y transmiten mundo? ¿De qué manera el mundo que se transmite y se renueva en la escuela constituye, o aspira a constituir, un mundo común? ¿Qué quiere decir que la escuela prepara a los niños (con tiempo) para la renovación de un mundo común? ¿Qué quiere decir que los profesores, en la escuela, ponen o disponen el mundo sobre la mesa, lo convierten en materia de estudio, lo muestran, lo abren y lo hacen hablar?

      Para tratar de responder o, al menos, de dar un cierto sentido a esas preguntas, haré algunas anotaciones teóricas, claro, algunas distinciones, pero insertaré también pequeñas escenas escolares en las que eso de la transmisión, la comunización y la renovación del mundo, eso de la salvación del mundo, eso de impedir que el mundo se deshaga, aparezca en una especie de fenomenología material de la escuela hecha de pequeños gestos pedagógicos. De hecho, en algún momento pensé titular este texto utilizando un verso de Manoel de Barros, ese que habla de “las grandezas de lo ínfimo”. Y eso porque, de alguna manera, lo que voy a hacer es mezclar un leguaje relativamente altisonante, filosófico y político, hecho de grandes palabras, de grandes peligros y de grandes promesas, con algunas escenas en las que eso del arrasamiento y de la salvación del mundo se encarna en gestos escolares mínimos, ordinarios y muchas veces invisibles de tan cotidianos. Lo que pretendo, por tanto, es darles una cierta dignidad y una cierta grandeza a los gestos ordinarios de los profesores y, a la vez, darle una cierta sonoridad concreta y humilde a ese lenguaje un tanto abstracto y grandilocuente.

      Víveres, herramientas y maravillas

      Voy a trabajar primero con una distinción muy hermosa de Santiago Alba Rico (2007) que está inspirada en Hannah Arendt (en su teoría del mundo y de la cultura, pero también en la diferencia entre el vivir y el habitar, entre la labor y el trabajo, entre la vida desnuda y la vida mundana, entre la vida como supervivencia

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