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un vecindario del casco urbano de Apartadó, población localizada en la húmeda región noroccidental de Colombia, se encontraban participando en una celebración barrial el 23 de enero de 1994, cuando de repente llegaron varios hombres y comenzaron a disparar. El número total de muertos fue 32. “Claro que pensamos salir”, me comentó la madre de una de las víctimas, trece años después del evento, en el centro comunal del mismo barrio. “Pero no pudimos abandonar la comunidad”. A pesar del cruento episodio, muchos de sus vecinos también decidieron quedarse. La de La Chinita es una de las muchas masacres que fueron perpetradas en la región desde finales de la década de 1980.

      Calle abajo, a menos de dos kilómetros, otro barrio “quedó abandonado”, según me indicó el antiguo líder de un grupo armado.1 En el barrio, llamado Policarpa, vivían los supuestos perpetradores de la masacre de La Chinita. Sus residentes, incluyendo a Arturo, a quien conocimos en la introducción del libro, eran, en su mayoría, trabajadores pobres, que estaban empleados en los cultivos de banano de los alrededores. Tuvieron que abandonar las casas que se habían esforzado en construir durante años y partieron hacia otras regiones de Colombia, a pesar de la incertidumbre.

      Con frecuencia concebimos el desplazamiento de población civil que tiene lugar durante las guerras como una crisis humanitaria, lo cual, no cabe duda, es así. Pero esa perspectiva omite los aspectos políticos del desplazamiento y deja la impresión de que es un fenómeno aleatorio que no puede ser estudiado de manera sistemática. Aun así, queda por explicar, ¿por qué la gente de La Chinita se quedó en el poblado a pesar del episodio de violencia encarnizada, mientras que muchos de los habitantes de Policarpa optaron por irse? Las personas que vivían en esos barrios compartían perfil étnico y clase socioeconómica, y la mayor parte se dedicaba al mismo tipo trabajo en la industria bananera.2

      Si los residentes de ambos barrios hubieran pertenecido a grupos étnicos distintos, podríamos atribuir la divergencia a algún tipo de aversión o a un hostigamiento racista. La limpieza étnica tiende a ser percibida como un proceso orquestado de manera meticulosa, cometido por grupos a los que guían intereses estratégicos o sentimientos de odio, o ambos. Aunque la consecuencia elemental de lo ocurrido en Policarpa y la limpieza étnica son semejantes –es decir, que un grupo de civiles se vea obligado a abandonar la comunidad a la que pertenece después de haber padecido una intimidación dirigida específicamente en su contra– sus respectivas características son bien distintas. Este libro muestra que, incluso en ausencia de una campaña organizada contra grupos étnicos, la limpieza puede ir dirigida hacia identidades colectivas. Después de pasar varios años en Colombia, de haber entrevistado a docenas de personas y de haber recolectado información original y detallada en archivos poco accesibles, he logrado establecer que las identidades de los grupos y las lealtades percibidas cumplen un rol fundamental en el desplazamiento, incluso en guerras civiles que carecen de naturaleza étnica.

      En este capítulo, abordo el sustento conceptual y teórico del libro. En primer lugar, sostengo que las decisiones de los civiles con respecto a quedarse o abandonar una comunidad no dependen del grado de violencia, sino de la manera en que los grupos armados ponen en el punto de mira a esas personas. Los grupos armados arremeten contra objetivos militares de manera selectiva, indiscriminada y colectiva. Cada tipo de objetivo militar da lugar a diferentes reacciones por parte de la población civil, así como a distintas formas de desplazamiento. Me enfoco en la identificación de objetivos militares colectivos, que ocurre cuando los grupos armados ponen a los civiles en el punto de mira porque estos tienen alguna característica en común. En el momento en que una familia cae en un punto de mira colectivo, la evaluación que sus miembros hacen sobre el riesgo depende de las decisiones de otros civiles que también han sido convertidos en objetivo militar: si todos se quedan, se reduce el riesgo de que cada hogar individual llegue a experimentar situaciones de violencia directa. Debido a la violencia continuada que puede ser ejercida en contra del grupo, sin embargo, es posible que las familias decidan irse, lo cual conducirá a que otros hagan lo mismo. La forma de desplazamiento que se deriva de esa situación es lo que denomino “limpieza política” y puede estar basada en cualquier característica distintiva de un grupo, como condición étnica, ideología aparente o barrio. La limpieza étnica, por lo tanto, es una forma de limpieza política.

      Segundo, formulo una teoría acerca de los momentos y los lugares en que, con mayor probabilidad, los grupos armados seleccionan objetivos militares colectivos con el fin de limpiar un territorio y, de esa forma, ganar ventaja sobre un rival. Cuando los grupos compiten por el control de una comunidad, buscan desplazar a los civiles desleales debido a que ese desplazamiento socava la presencia del grupo armado rival y resulta más efectivo que asesinar o intentar convertir a los desleales. Para eliminar a los detractores, los grupos armados requieren identificar a las personas leales y a aquellas que no lo son. Si bien la información sobre las preferencias de los civiles es difícil de obtener en el contexto de las guerras civiles (en especial, en aquellas guerras que carecen de una disputa derivada de diferencias entre grupos), las elecciones celebradas antes o durante un conflicto violento constituyen un mecanismo que los grupos armados emplean para identificar a los desleales. La política contemporánea de democratización promueve la celebración de elecciones a la primera oportunidad, lo cual puede conducir a que los civiles queden expuestos a la violencia. El caso colombiano sugiere que el análisis cuidadoso de las leyes e instituciones electorales se hace necesario para prevenir ese impacto.

      Una definición del desplazamiento asociado con la guerra

      La cantidad de gente desplazada en las guerras ha venido aumentando de manera constante desde que millones de personas tuvieron que abandonar sus hogares durante y después de la Segunda Guerra Mundial.3 En la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados, de 1951, Naciones Unidas definió al refugiado como la persona que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país” (ACNUR 2010, art. 1). La Convención no incluyó, en un comienzo, a los desplazados internos (DI), aquellos que no atraviesan una frontera internacional. Con el tiempo, en 1998, Naciones Unidas implementó “principios rectores” sobre el desplazamiento interno, que definen a los DI como refugiados que se han reasentado por fuera de su lugar de residencia habitual dentro de sus estados originarios.4 Entre 1980 y 1990, la cifra mundial de DI, por un lado, y refugiados, por otro, estuvo cerca de triplicarse “a 22 millones de 23 países y cerca de 17 millones de 50 países, respectivamente” (Vincent 2001).5 Este libro esboza y explica el desplazamiento en tiempo de guerra, entendido como la migración de civiles provocada, de forma directa o indirecta, por uno o varios grupos armados.6 Este término se diferencia de la definición jurídica escogida por Naciones Unidas, que se centra en la identificación de personas desplazadas. Por el contrario, la definición en la que se sustenta este trabajo es desplazamiento, que es, ante todo, una interacción entre grupos armados y población civil. El libro se centra en la interacción más que en el destino final de los desplazados, bien sea dentro de su propio país o en uno distinto. Se parte del supuesto de que los esquemas de desplazamiento en su fase inicial tienen bases similares, independientemente del destino final de los desplazados.7

       El contexto: guerras civiles irregulares

      Los contextos en los que interactúan los grupos armados y la población civil son cruciales para entender la naturaleza de esas interacciones y sus consecuencias. Las guerras civiles son los contextos analizados en este libro. Desde luego, el aumento de refugiados y DI ha coincidido con el incremento de la cifra de guerras civiles en la segunda mitad del siglo XX. Las dinámicas de la Guerra Fría condujeron a un aumento de una forma de guerra conocida como “guerra de guerrillas” o “insurgencias”, al tiempo que los Estados Unidos y la Unión Soviética apoyaban rebeldes con los que compartían afinidad política, que de otra manera habrían sido derrotados por estados fuertes (Kalyvas y Balcells 2010; Hobsbawm 1996). Estas guerras civiles “irregulares” (Kalyvas 2005) representan cerca de la

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