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todos los aspectos, cómo se iluminan los aspectos unos a otros, porque se iluminan unos a otros. La Palabra de Dios recibida coherentemente nos hace conocer a Cristo de verdad y, si no, no nos hace conocer a Cristo, nos hace conocer tal o cual palabra. La radicalidad precisamente es ser consciente de que cuando estamos recibiendo la Palabra de Dios, es Palabra de Dios. Es simplemente el llegar hasta el final en las cosas; vamos, por lo tajante.

      La tendencia que tenemos nosotros, por todas las razones anteriores, es un poco a quedarnos en los medios, mientras que el evangelio va siempre hasta el final. El final en cuanto a que vamos, aspiramos a, esperamos, la perfección de la santidad, para nosotros y para los demás. Vuelvo a repetir: la perfección de la santidad de esta persona que, como es una persona humana progresiva y falible, y como además puede tener condicionamientos inculpables, puede suceder perfectamente estar en plena coherencia, que obliga a reconocer que somos incoherentes, porque la personalidad total no se va a realizar más que en la resurrección y la resurrección no se va a dar aquí en la tierra y, por tanto, no podemos pretenderla aquí en la tierra... Pero tenemos que tender siempre. Esto no es más que lo que expresa santo Tomás hablando de un religioso, vamos de los religiosos en general: al religioso se le podría reprochar siempre que no tienda a la perfección, pero no se le puede reprochar nunca que no sea santo en este momento, porque no se ha comprometido a ser santo en el año veintitantos, se ha comprometido a tender a la perfección; mientras se ve que tiende no hay nada que decirle. “Usted tiene muchísimos defectos todavía...” Pues sí, no he dicho que no voy a tener defectos, he dicho que voy a tender continuamente a la perfección, que son dos cosas distintas.

      Aquí es igual: nosotros hemos de tender a la coherencia, la coherencia total, con nosotros mismos, que por nada en la tierra la vamos a conseguir, pero el Espíritu Santo nos mueve hacia una tendencia que incluye la humildad de reconocer que, en ciertos aspectos ya, que no dependan de nuestra voluntad, el Espíritu Santo puede dejarlos en absoluta incoherencia. Bueno pues, lo tajante en cuanto a cualquier situación; prudentemente tendremos que tener paciencia con mucha gente, irle dando cuerda, hasta que le propongamos la aplicación de lo tajante, pero tenemos que empezar, para nosotros mismos, por supuesto, y también tenemos que tener paciencia y ver que todavía no lo podemos realizar. Las cosas tienen que ser totales y por tanto tajantes; aquí una de las frases más fuertes es esa: que si tu ojo te escandaliza te lo saques y que si tu mano te escandaliza te la cortes; parece un poco difícil, no creo que la izquierda tenga fuerza para cortar... Esto no lo aplicamos casi nunca y, en cambio, lee uno la vida de los santos y son... Ahí tendríamos que ver que, como el evangelio es así, no digo que en tal o cual momento, pero ¿la gente es capaz de hacerlo siempre? No digo siempre en cada momento; acabo de decir que no. Digo que todo el mundo es capaz de hacerlo, es decir, que el evangelio crea las fuerzas.

      En un momento determinado no podremos exigir –porque sería una exigencias nuestra, que no tiene sentido siquiera– a tal o cual persona que “ahora mismo tiene usted que dejar a esta persona con la que está liada”, cosa que nos vamos a encontrar continuamente, lo estamos encontrando ya; yo no se lo puedo exigir porque no tiene fuerzas en ese momento; pero desde luego, el andar con paños calientes o el ir pensando que como es tan duro... Pues mire usted, ni duro ni blando, depende de las energías que tenga él; y siempre tenemos que contar que para muchas personas, en un momento determinado, la única forma de solucionar las cosas es romperlas ya; y que lo que tenemos que discernir es si es esto lo que tenemos que aconsejar –o lo que tenemos que hacer nosotros mismos–. Porque, así como hay casos en que la prudencia aconseja tener más paciencia, en cambio me parece que muchas veces faltamos a la prudencia porque no somos capaces de proponer las soluciones drásticas.

      12 Célebre jesuita español que se fue a vivir a El Pozo de tío Raimundo, un barrio marginal de Madrid, llegando a militar políticamente en el Partido comunista español.

      5. El pecado, rechazo de los dones paternales de Dios

      La lucha contra el pecado, lucha contra el demonio

      Cuando Jesucristo empieza invitándonos a la conversión y en todo el relato del comienzo de su vida pública, aparece ya el Padre, aparece Jesucristo, aparece el Espíritu Santo y aparece también el demonio. Es decir, que lo primero que aparece es precisamente que Jesucristo viene a luchar contra Satanás. Esto para nosotros tiene dos aspectos: uno que llevaría a colocar estas meditaciones bastante más adelante, como un aspecto de nuestra tarea, y otro que tenemos, al convertirnos, que salir del influjo del pecado en nosotros mismos. Hablaremos de los dos aspectos al mismo tiempo. Y además es que desde Carrión de los Condes no he vuelto a hablar del pecado... Estuvimos hablando tres días o por ahí... Hoy no tenemos tanto tiempo... Entonces, vamos a hablar un poco en general del pecado.

      En primer lugar la idea. La idea para sentirla una realidad viva, como desde los dos aspectos a que me he referido antes. Lo realmente importante es el perdón; la conversión es un perdón ya sin más; la Virgen, estrictamente, convertirse no se ha podido convertir nunca, ha ido progresando, que es distinto. Nosotros todos hemos tenido que ser convertidos, por lo menos por el bautismo cuando éramos pequeños, pero además es que ahora mismo, sin intención de ofendernos, convertirnos supone también salir de un dominio, de una manera u otra, del pecado y ciertamente para luchar contra el pecado en general y, en última hora, contra el diablo o contra los diablos, porque son muchos, según decían ellos...

      El pecado como rechazo de los dones paternales de Dios

      El concepto del pecado ¿qué es? El pecado consiste en que Dios nos ofrece paternalmente, por Cristo, la vida, siendo Cristo mismo la vida y comunicándonos al Espíritu Santo como principio de vida, y nosotros lo rechazamos. Si lo que rechazamos es la vida misma, pues tenemos un pecado mortal, y los que rechazan la vida se mueren...Si lo que rechazamos no es la vida pero sí el crecimiento, el acrecentamiento de la vida que tenemos, entonces hay un pecado venial. Entre paréntesis, y aunque no esté de acuerdo con el lenguaje del Papa propiamente hablando, pero al Papa le enseñaron otra cosa, pues estudió con el Padre Lagrange donde leí esta observación que me gustó hace muchísimos años: no suelo decir pecado grave y leve, porque si decimos pecado leve da la impresión de que es un pecado sin importancia. Es “leve” respecto del pecado mortal, pero nos fijamos más en lo de la levedad que en lo de pecado y, a última hora, un pecado leve no tiene importancia... Pecado venial ya es una cosa muy especial y puede ser más fácil que la gente capte que se trata de un pecado. Es cuestión de lenguaje.

      El pecado, algo no jurídico sino ontológico

      En todo caso se trata, en primer lugar, de algo ontológico. El ejemplo que he puesto muchísimas veces: si un padre ofrece la comida al niño y al niño no le da la gana de comer, suponiendo que el padre le dejara esa libertad... (porque si al niño no le da la gana de comer, el padre o la madre tienen varios sistemas: le pueden tapar la nariz y abre la boca, le pueden contar un cuento en el que hay que abrir la boca y cuando abre la boca el niño le meten la cuchara y, si no, para que abra la boca por delante se le da un azote por detrás y también es un sistema que puede dar resultado...), de manera que si un niño rechazara el alimento sin más, el niño se moriría; y no es que desobedezca o no desobedezca, es simplemente que es así; en cambio, si el niño no rechaza el alimento pero rechaza ciertas clases de alimento que le hacían falta y no come más que chocolates y cosas por el estilo, el niño se cría pero se cría canijote... No es una cuestión en primer lugar jurídica el pecado. El individuo que rechaza la vida sin más comete pecado mortal. Y el individuo que rechaza aspectos que le acrecentarían la vida, no se muere pero se cría canijo, que suele ser la situación más general por desgracia dentro de la Iglesia, y entre la gente que hace ejercicios, porque los otros no hacen ejercicios.

      En esto, lo primero es recalcar que se trata de algo real, de algo ontológico, que no se trata de unas normas que Dios pone y si no las cumples te castiga; se trata de que esto es así y no puede ser de otra manera. Como Jesucristo es la vida... En el evangelio de san Juan yo creo que sólo hay un pecado concreto, que es rechazar a Jesucristo, en lo cual va implícito las demás cosas. Luego, naturalmente, el ofrecimiento de la vida puede tomar muchos aspectos; como los alimentos, la madre puede ofrecer muchos alimentos al niño... Y ya entonces tenemos las diversas virtudes

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