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esto es una cosa instintiva; cuando no le pasa eso quiere decir que ese individuo no anda bien; si le puede aplastar tranquilamente el primer coche que se acerque, quiere decir que no tiene instinto vital, quiere decir que su vida es muy defectuosa... Pues, cuando estamos viviendo de esta manera en que nos estamos dejando debilitar continuamente por los pecados veniales y nos estamos poniendo en tantos peligros de pecados mortales, eso es una de las formas de ver qué vida tenemos: ¿tenemos una vida robusta? ¿tenemos una vida de caridad intensa?, ¿o tenemos una vida muy débil?

      Instinto de conservación del Cuerpo místico

      Ahora, también pasa una cosa; como el pecado no es una cosa individual, porque los individuos no existen como individuos, existimos dentro de la humanidad, existimos dentro del cuerpo místico, si un miembro no tiene un movimiento inmediato, reflejo, espontáneo, de protección de los demás miembros del cuerpo y de sí mismo –porque conciencia no tiene un miembro del cuerpo– , pero instintivamente, si el organismo funciona, cada miembro se siente amenazado cuando le pase algo a otro miembro, de modo que sacrificándose él salve al otro. Cuando no tenemos esta sensación de horror instintivo ante el pecado en el mundo, quiere decir que nuestra vida funciona muy levemente, que nuestra vida es muy pobre todavía, es o muy infantil o muy enfermiza ya, de alguien que está muy enfermo, que no se conserva bien siquiera. Daos cuenta que así solemos vivir.

      Daos cuenta de que aquí hay algo mucho más profundo todavía: el que se murieran unas cuantas personas, aunque fueran millones, se habrían muerto de todas las maneras... Pero lo malo no es que se murieran, lo malo es que las mataron, que ya no es lo mismo. Los grados de crueldad y los grados de egoísmo a que se llega son escalofriantes, pero no nos escalofriamos ¡esto es lo trágico! Esto quiere decir, entonces, que apenas tenemos sentido ni del pecado ni de la vida, pero ni de la vida humana siquiera; el valor humano de una humanidad como la actual que vive delante de ellos y se queda tan tranquila, es evidente que no existe... ¿Que es algo pasado?... pasó hace cuarenta años... De manera que vive todavía mucha gente; cuando canonizaron al P. Kolbe allí estaba a quien le había salvado la vida él...

      Amor a la vida y horror al pecado

      Ver qué vida tenemos; podemos medirla precisamente por esto: qué horror tenemos a la muerte –a la muerte natural no, al pecado–, qué horror tenemos al deterioro, qué amor tenemos a la vida, qué amor tenemos a la salud, al desarrollo. Naturalmente no nos puede chocar todo este terrorismo, por ejemplo, que se cargue con tanta facilidad a una serie de personas, que les estorban en cuanto que hace falta dar un golpe que sea sonado, porque las personas concretas no saben ni quiénes son en muchos atentados, todo lo que es el aborto y todas estas cosas... No puede extrañarnos... ¡Es que nosotros no tenemos amor a la vida...! Esa frase, creo del Libro de la Sabiduría, “Señor, amigo de la vida”... Dios ama la vida, porque es la vida misma; nosotros podemos constatar lo que hay en nosotros de hijos de Dios, de personas vivas, por el horror que tenemos a la muerte, por el horror que tenemos a todo lo que es peligroso; y no sólo a la muerte, sino a lo que nos amortigua, a lo que nos deja con falta de vida. Y, por supuesto, no tenemos que esperar que se acaben poco menos que de golpe todas estas actitudes de aborto, de eutanasia, todas estas cosas, sino al revés, tenemos que esperar que aumenten porque no están en proporción a argumentos, sino que están en proporción al amor a la vida que hay en el mundo.

      Mientras no haya un número –no sé cuántos tienen que ser, tendrán que ser muchos porque el mundo tiene muchos habitantes en estos momentos– de personas que amen realmente la vida, simplemente el amor a la vida no prevalece en la tierra; prevalece el egoísmo y la muerte no asusta y se van encontrando inmediatamente razonamientos... que, francamente, si no se tiene un sentido muy sobrenatural, me parecen muy difíciles de eliminar muchos de esos razonamientos; no estoy tan seguro qué razones tenemos mejores que ellos, aparte de la fe claro. Si no partimos de la fe... el aborto, la eutanasia, la eliminación de los subnormales, de los enfermos mentales, crónicos... yo no la veo tan absurda... Si no hay más que esto ¡qué pinta toda esa gente? No pinta nada... Y esto no son teorías porque esto es lo que ha pasado hace cuarenta años en el mundo; esto es lo que hizo Hitler... Y el que no piensa como nosotros, pues simplemente está estorbando, y esto es lo que hizo Stalin... Ahora dirán lo que quieran... Pero, en resumidas cuentas, tampoco están en una línea muy diferente, ya lo veis. Lo único que se hace de una manera más suave, más poco a poco; en los regímenes totalitarios es mucho más rápido, más eficaz, y, en último término, tiene más sentido común, dentro de la línea que están; los regímenes democráticos van a paso de tortuga, pero van llegando a lo mismo exactamente; y lo mismo digo de todas los demás errores y aberraciones que puede haber en cualquier nivel.

      La gravedad del pecado

      Darnos cuenta, examinando un poco, todas estas implicaciones del pecado. Un aspecto también del pecado –hablando en general– [es su gravedad] ¿Me doy cuenta de la gravedad en sí mismo? Decía santa Teresa –la frase está escrita de otra manera, pero la idea es esta– “¡que no me digan que no tiene importancia que yo sé que Dios quiere una cosa, por chica que sea, y yo hago otra!”. Aquí el lenguaje es bastante expresivo, lo que decía antes de los pecados leves... el empeño que tiene la gente por llamar faltas [a los pecados]... No sé si os dais cuenta que la gente un poco “educada” no se acusa de pecados, se acusa de faltas... y la verdad es que casi siempre son sobras... “pues me he enfadado... y ya no me acuerdo de más faltas...” Pero le cuesta un horror decir que ha pecado. Falta desde luego que es, falta de amor de Dios.

      La diferencia entre el pecado y la imperfección me parece que deberíamos expresarla así: la imperfección es aquello que nosotros no somos todavía capaces de hacer o no hemos sido capaces en ese momento, por falta de darnos cuenta, pero no ha sido una acto humano, responsable. Eso es una imperfección. Pero en el momento mismo en que yo concibo que el Espíritu Santo quiere una cosa y a mí no me da la gana de hacerlo, eso se llama pecado venial. Porque en eso consiste el pecado venial: si yo sé que el Espíritu Santo quiere –si no lo sé no puede haber pecado– que en este momento esté estudiando y no me da la gana, eso es un pecado venial cabalmente, decirle al Espíritu Santo que no, rechazar la acción del Espíritu Santo que me quiere santificar; si yo sé que el Espíritu Santo quiere que atienda a esta persona

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