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de tener todo lo habido y por haber... El hombre se veía que era buena persona, que trabajaba... Y uno le sugiere –yo no me atrevía a hacer semejante sugerencia–:

      –¿No será que personalmente no acabas de rematar y no haces bastante oración y bastante mortificación, no eres bastante austero..., en fin, no eres tú?

      Que nos demos cuenta de que, aparte de que no hay manera de santificarnos, es que escandalizamos mucho. Porque si uno hace una cosa que materialmente está en el evangelio y que, por tanto, tendría que hacer probablemente de una manera u otra, pero no hace las demás, entonces las personas a quienes les cae simpático naturalmente aquello dicen: “eso es lo que es un sacerdote – esto lo habréis oído todos– y no reza tanto y no obedece al obispo; los buenos sacerdotes son los que atienden a la gente y se dejan de tanta obediencia y tanto rezo” O viceversa, al que le cae mal o no tiene ganas de meterse y sentirse más o menos comprometido a una tarea de más caridad con la gente...: “pues D. fulano es bueno sin hacer extravagancias...” Con lo cual nadie puede recibir el testimonio entero. Pues mire usted, es que la oración lleva a esto o no es oración. O la atención a los pobres viene de Jesucristo o no es atención cristiana. Esto es claro para nosotros pero para la gente no es tan claro. Pero, aparte de esto, aunque no diéramos ese escándalo, que le damos de verdad, nosotros no nos santificamos y, por esa razón, basta y sobra para que no santifiquemos a la gente tampoco.

      La coherencia

      La coherencia en el evangelio incluye una cosa como base: que meditemos el evangelio, que le meditemos con mucha frecuencia, que le meditemos con buenas disposiciones. Cuando digo evangelio quiero decir Sagrada Escritura, pues toda es buena noticia. Que lo meditemos humildemente con las ayudas que necesitamos, pidiendo a Dios, pero pidiendo también el auxilio a los que la Iglesia ha puesto para que nos ilustren –a Julio y a Paco, que para eso los han mandado a Roma–, los libros que nos puedan recomendar, en fin, una atención seria a la Palabra de Dios. Esto es bastante sencillo, no es complicado porque hay libros de exégesis a montones, hay libros malos pero hay muchos muy buenos... El estar atentos partiendo y también en coherencia. El sentirse coherente cuando uno lee la vida de un santo, por ejemplo, y darse cuenta que no hace más que seguir recibiendo la palabra de Dios; porque, por la misma razón que entiendo de la sensibilidad, tendemos a establecer inmediatamente compartimentos totalmente separados para leer la Sagrada Escritura y leer la vida de un santo.

      Hay una consideración del P. Cossade que decía: una buena parte de la Biblia consiste en las interpretaciones que da el profeta de asuntos políticos: dar luz a la historia de Israel, las invasiones y todo eso... Sería un poco curioso que, después, que el Espíritu Santo se nos manifiesta actuara menos que antes, de manera que –estos son los signos de los tiempos– recibir la palabra de Dios también se recibe por las circunstancias que van pasando; hay que tener en cuenta que todos tenemos nuestra realidad profética. Con mucha humildad. Para partir, la base estará en la liturgia y en la Escritura, la palabra de Dios sin más, la interpretación y orientación nos la da la santa Madre Iglesia como tal, a última hora el Papa, en fin, la jerarquía, pero también nosotros tenemos nuestra capacidad de interpretación; partiendo de ahí, pero viendo si la cosa es coherente o no es coherente.

      Ahora mismo estoy leyendo la biografía del obispo de Pasto; es curiosísimo, porque a este hombre, que es un santo, le parece normal –y le parece un disparate lo contrario– que se arme una guerra para convencer a la gente. No sois buenos... pues a tiros... Uno dice: pero bueno, a mí me parece que el evangelio deja bastante claro que esto no es sistema; él quería que invadieran el Ecuador –el gobierno ecuatoriano de aquel momento era anticatólico, muy radical– y los más lanzados querían entrar en el Ecuador y derrocar al gobierno y cambiarlo y al obispo le parecía que era lo que había que hacer y esto en el nombre de la fe... Que hubiera que hacerlo por razones políticas... soy bastante inclinado a pensar que muchas veces no hay más remedio que acabar a palos... pero esto son razones humanas... Pero que el evangelio no se impone a tiros esto me parece evidente, creo que está bastante claro; pues es una cosa bastante clara que no la han entendido bastantes santos... Falta de coherencia. Si nos falta y el Espíritu Santo no nos quiere iluminar... pues qué le vamos a hacer, El sabrá... pero que no nos falte porque nosotros no la buscamos.

      Y esto supone toda una actitud. Y si esto no es coherente con lo demás, quiere decir que no viene del Espíritu Santo, por lo menos no viene tal como lo estoy entendiendo yo. Y hay cositas más pequeñas –que se preguntan muchas veces en el seminario–: el conflicto entre la obediencia y la caridad:

      –“Es que es más caridad atender al compañero e irle a entretener porque sé que se aburre estudiando y resulta que el reglamento dice que no salga del cuarto en tiempo de estudio... ¿y la caridad?”

      –¡Qué caridad ni qué niño muerto! La caridad ahora es más que la obediencia como virtud moral, pero precisamente la obediencia es la que te indica cuándo Dios te concede ejercitar la caridad... Si estas no son horas de salir del cuarto, quiere decir que Dios no te concede la gracia de ejercitar la caridad así... ¡deja al compañero que se aburra y que duerma tranquilo! En último término, tú obedece, que es lo que tienes que hacer, y así ejercitar la caridad.

      La tendencia que tenemos hacia la incoherencia es algo curiosísimo. Lo que estoy hablando es ya una actitud de abnegación. Positivamente es recibir la acción del espíritu Santo, saber discernir que viene por ahí: por lo radical, por lo interior, por lo coherente, pero lo interior recibido personalmente, por tanto exteriorizado después; por lo coherente, que nos va formando personalmente. Pero además hay que negar la tendencia contraria que también la tenemos: tendencia a la superficialidad, tenemos tendencia a lo no radical, tenemos tendencia a lo incoherente. El caso es que a todos nos molesta, cuando hablamos con alguien, ver lo incoherente que es y a nosotros mismos nos molesta no ser coherentes y pensar de una manera y obrar de otra; tenemos que tener la humildad de reconocer que empezamos así. Cada uno vea: hay que examinarse un poco, en qué nivel me parece que, más o menos, estoy. Para saber cómo tengo que entender al Espíritu Santo. Pero hay que saber que tenemos que tender, en lo que dependa de nosotros, a ciertas actitudes y lo que no me hace tender hacia ahí no viene del Espíritu Santo.

      Tenemos que ser coherentes también en la interpretación de los hechos. Y tenemos que tender a que haya coherencia entre nuestro pensamiento y nuestra realización. No el pensamiento que tengo yo pero en abstracto y las realizaciones que hago yo pero en abstracto, porque muchas veces mi pensamiento, precisamente porque le he recibido yo, va a obrar en mí y al obrar en mí va a obrar de unas maneras, porque tiene una coherencia en un nivel, en un grado, con unos matices distintos que la va a tener en otros. ¿Por qué? Porque soy yo el que lo hago, sencillamente.

      Y finalmente, después de esta radicalidad, de esta coherencia

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