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bebida envenenada. Esa «couigera» informó de la traición a un escudero del conde[49], que a suvez advirtió a Sancho. Lo que sucede a continuación es lo mismo que relata la Najerense y el Toledano, con la salvedad de que el conde, ante la negativa de su madre, habría sacado la espada:

      El contenido de esta leyenda que nos han legado las historias generales de España corrió una suerte dispar. No sucede con otros personajes como Viriato, Sertorio o el Cid, que aparecen sistemáticamente en cada una de ellas y a los que se les dedican extensas páginas que rememoran sus gloriosas vidas. Existen, por tanto, diferentes niveles en el tratamiento que las obras de síntesis realizan con respecto a este tema. Hay algunas que, en efecto, elaboran una narración de los hechos, pero siempre sin afirmar o negar completamente su historicidad. En segundo lugar, encontramos historias que otorgan tan poca credibilidad a este episodio que limitan notablemente su mención, incluso, como veremos, a una nota. Por último, en otras no hay rastro de este episodio.

      El jesuita, ante la confusión evidente derivada de las distintas versiones que sobre esta leyenda se manejaban a finales del siglo XVI, opta por una fórmula bastante eficaz y muy recurrente en su Historia. Desde el comienzo Mariana admitió que era un teólogo y no un historiador, asumiendo que no se iba a erigir en juez que dictaminase cuáles eran los hechos históricos y cuáles no. Mariana intentó desterrar en la medida de lo posible las fábulas que dominaban buena parte de la historia española, aunque debido a las fuentes a las que seguía y, entre las que se encontraban Florián de Ocampo o Ambrosio de Morales, aceptaba otras o, al menos, como sucede con la condesa traidora, no se mostraba más contundente al negar su veracidad. En el prólogo, que él mismo dedica al rey Felipe III, explica el jesuita que detiene su relato en 1516, a la muerte del rey Fernando el Católico, por «no lastimar a algunos si se decia la verdad, ni faltar al deber si la disimulaba». Esto lo lleva a concluir:

      No se aprecia en el relato de Mariana ningún tipo de traición, a no ser el abandono de Argentina mientras García Fernández se encontraba enfermo. Tampoco se observa en el jesuita rastro de la Najerense, algo lógico, ya que, a pesar de que conoce el nombre de Aba, adopta el contenido que populariza la Estoria del rey Sabio, en la que García tiene dos esposas.

      Mariana debe gran parte de su reconocimiento a su excepcional Historia general; no obstante, sería interesante examinar brevemente otro libro, De Rege et Regis Institutione, editado a finales del siglo XVI, en el que reflexiona acerca de algunas cuestiones asociadas al desempeño de la labor real. Hay un capítulo, que lleva por título «Si es licito matar al tirano con el veneno», que nos llama especialmente la atención y que guarda relación con este episodio. Parece claro que Sancho no es considerado un tirano por las crónicas e historias, pero es interesante conocer bajo qué condiciones era posible, de acuerdo con Mariana, matar a un gobernante de este tipo con un procedimiento que está tan presente en la leyenda de la condesa traidora. Para que fuese lícito habría que cumplir dos condiciones, de las cuales la primera es la que sigue:

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