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malo! ¡por gañán!

      Reynoso no podía defenderse; se lo impedía la risa.

      —¡Pues sí, quiero ir a Madrid! ¡quiero ir a Madrid! ¿Qué hay...? Y tú te darás por muy satisfecho con que te admita en mi hotelito y no te deje aquí para siempre entre las vacas y las ovejas...

      Al fin, cansada de golpearle, se dejó caer a su lado en el diván. Reynoso, acometido de un acceso de tos, estuvo algún tiempo sin hablar.

      —¿Pero es de veras que quieres ir a Madrid?

      —Mira, Germán, no empecemos, o...

      Y se levantó otra vez para echarle las manos al cuello.

      Reynoso cogió al vuelo aquellas lindas manecitas y trató de llevarlas a los labios.

      —¡No! ¡no!

      —¿Qué quiere decir no?

      —No quiero que me beses... no quiero... Eres un gañán... Te pasas la vida haciendo burla de mí...

      Y se defendía furiosamente. Al cabo se dejó caer de nuevo en el diván, se llevó las manos al rostro y se puso a llorar.

      —¡Hija mía, no llores!—exclamó Reynoso conmovido.

      —¡Sí, lloro! ¡lloro...!, y lloraré hasta que se me pongan los ojos malos—decía sollozando con dolor cómico—. Porque eres muy malo... Porque te complaces en hacerme rabiar... Si no quieres ir a Madrid, ¿por qué no lo dices de una vez...? Y no que te pasas la vida atormentándome...

      —¡Atormentándote, Elena!

      —Sí, sí, atormentándome.

      —Mira, prefiero que me arranques el bigote a que me digas eso.

      —¡Oh, no por Dios! ¡Qué feo estarías sin bigote!—exclamó separando sus manos de los ojos, donde brilló una sonrisa maliciosa detrás de las lágrimas.

      Reynoso aprovechó aquel furtivo rayo de sol para consolarla. Pero no fue obra de un instante. Elena estaba muy ofendida, ¡mucho! Era preciso que el detractor cantase la palinodia, hiciese una completa retractación de sus errores.

      —Confiesa que tienes más ganas que yo de ir a Madrid.

      —Lo confieso a la faz del mundo.

      —Porque te aburres aquí.

      —Porque me aburro soberanamente.

      —Y porque necesitas un poco de expansión con tus amigos.

      —Y porque necesito mucha expansión.

      —¿Bromitas todavía, socarrón?—exclamó la mujercita tirándole de la nariz.

      En aquel momento se oyó el ruido de un coche en el patio.

      —Ya está ahí Tristán... Sal tú a recibirlo... Voy a peinarme y vestirme en un periquete. Adiós, gañán... ¡Toma, por malo! (Y le dio una bofetada.) ¡Toma, por bueno! (Y le dio un sonoro beso en la mejilla...) ¡Rosario! ¡Rosario! Venga usted a peinarme.

       Índice

      ¡QUIETO, FIDEL!

      El joven que descendía del carruaje en el momento en que don Germán ponía el pie en la escalinata era alto, delgado, de agradable rostro ornado por unos ojos de suave mirar inteligente y por un pequeño y sedoso bigote negro. Se saludaron alegremente con un cordial apretón de manos.

      —No entremos en casa—dijo Reynoso—. Clara anda por ahí cazando y Elena se está vistiendo. Vamos a la glorieta a descansar y tomaremos una copa de vermut o de cerveza, lo que tú quieras.

      Se introdujeron en el parque, penetraron en la glorieta de pasionaria y madreselva y se acomodaron en dos butacas rústicas de paja delante de una gran mesa de mármol. No tardaron en servirles los aperitivos pedidos por el amo.

      —¿Cómo has dejado a tus tíos?

      —Sin novedad: mi tía casi loca y mi tío demasiado cuerdo—respondió el joven riendo.

      —¡Oh, es un matrimonio que me encanta!—replicó don Germán también riendo—. Son dos elementos químicos que se neutralizan y forman un compuesto admirablemente sólido.

      —¡Y tan sólido! Como que mi tío es de mampostería.

      —No, hombre, no; tu tío es un hombre de una razón muy clara. No sabrá escribir, como tú, libros y comedias ni tendrá gran ilustración, pero discurre con acierto, juzga con justicia y sabe lo necesario para conducirse en la esfera en que Dios le ha colocado. Desgraciadamente los que como él y yo hemos pasado nuestra vida dedicados al comercio no pudimos disponer de mucho tiempo para ilustrarnos...

      —¡Oh, no se compare usted con él!

      —¿Por qué no? Que yo he conservado alguna mayor relación con el mundo espiritual gracias a la música eso significa poco. Ambos, como vosotros decís, somos mercachifles.

      —Usted ha leído mucho.

      —Algunos libros que llegaban a mis manos allá en las soledades del campo. Lectura dispersa, heterogénea que entretiene el hambre intelectual sin nutrir el cerebro... Por lo demás, si tu tío carece de las cualidades de hombre de estudio, las de hombre de acción las posee largamente. Yo le he visto no hace mucho tiempo en circunstancias bien críticas dar pruebas relevantes de ello. Acababa de estallar la guerra con los Estados Unidos. El pánico se había apoderado de los hombres de negocios: por la Bolsa, por todos los círculos financieros soplaba un viento helado de muerte; los más audaces huían; los más valientes se apresuraban a poner en salvo su dinero; a las puertas del Banco de España se acumulaba la muchedumbre para cambiar por plata los billetes. En aquel día memorable he visto a tu tío en la Bolsa hecho un héroe, la actitud tranquila, los ojos brillantes, la voz sonora, lanzando con arrojo todo su capital a la especulación. «¡Compro! ¡compro! ¡compro!» gritaba. Y su voz sonaba alegre, confiada, en medio del terror y la desesperación. No sabes el aliento que infundió y cuánto levantó el ánimo de todos en aquellos instantes aciagos. No contento con esto hizo poner en los balcones de su casa un cartel que decía: Se cambian los billetes del Banco de España con prima. Y esto lo llevó a cabo sin ser consejero del Banco ni tener sino una parte pequeña de su capital en acciones.

      —Sí, ya sé que hizo esa locura.

      —¡Locura sublime! Locura de un mercachifle que acaso no realizara un poeta... Si tú lo eres, Tristán, si tú puedes tranquilamente entregarte a la contemplación de la belleza y verter en las cuartillas tus ideas y tus sueños, lo debes a que tu padre hizo el sacrificio de sus ideas y de sus sueños para labrarte un capital... Él también era un poeta, él también tenía talento... Pero naciste tú y comprendiendo que su lira no podía darte de comer la arrojó lejos de sí y se puso a trabajar... Agradece al diario, al mayor, al copiador, a esos prosaicos libros en blanco que tú desprecias el que puedas recrearte ahora con otros más amenos. ¡Feliz el que en su juventud no necesita luchar por la existencia y puede gozar libremente de su propio corazón y de los tesoros de poesía que la Providencia ha depositado en él!

      —Vamos, no me sermonee usted más, don Germán. Lo que he dicho de mi tío es una broma. Ya sabe usted demasiado que le estimo.

      —Serías un ingrato si otra cosa hicieras. Tu padre no dejó mucho más de cincuenta mil duros y tu tío acaba de entregarte ochenta mil.

      Tristán Aldama era hijo de un periodista que abandonó muy joven su profesión para dedicarse a asuntos comerciales. Cuando sólo contaba cinco años falleció su madre y aún no tenía doce cuando quedó también huérfano de padre. Este tenía una hermana casada con don Ramón Escudero y a este encomendó por testamento la tutela de su hijo. Escudero había sido cuando joven, primero criado, luego cobrador

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