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yo sepa, aunque me di cuenta de que Leonardo DiCaprio estaba vagando sin rumbo por el vestidor.”

      “Bien hecho, marido,” dijo Jessie con admiración mientras se metía a la cama. “Todavía estás en tu punto.”

      “Gracias, esposa,” le contestó, deslizándose debajo del edredón junto a ella. “De hecho, escuché que hay una sala para fumar puros por alguna parte, pero no fui en busca de ella. Creo que está oculta en algún rincón que está exento de las normas del club de no fumar. Pero apuesto a que hubiera podido conseguir un brandy si lo hubiera pedido.”

      “¿Conociste a alguien interesante?” le preguntó con escepticismo mientras apagaba la luz del dormitorio.

      “Sorprendentemente, sí,” dijo Kyle. “Eran todos bastante agradables. Y como dos de ellos están buscando inversiones potenciales, eso les hizo interesantes para mí. Creo que ese club puede ser un auténtico filón para hacer negocios. ¿Y tú?”

      “Todo el mundo era muy agradable,” dijo Jessie titubeante, esperando que la oscuridad de la habitación ocultara su ceño fruncido. “Muy abiertas con todo tipo de ofertas para ayudarme con cualquier cosa que necesite.”

      “¿Por qué puedo escuchar un ‘pero’ en alguna parte?”

      “No. Es solo que ni una vez durante todo el tiempo que estuve a solas con ellas, ninguna de esas mujeres habló de otra cosa más que de niños, colegios o familia. Ni una mención de trabajos o acontecimientos actuales. Resultaba todo muy provinciano.”

      “¿Quizá solo querían evitar temas polémicos en un almuerzo con alguien nuevo?” sugirió Kyle.

      “¿El trabajo es algo polémico hoy en día?”

      “No lo sé, Jessie. ¿Estás segura de que no estás buscándole tres pies al gato a esta inocente reunión?”

      “No estoy diciendo que sean como las Esposas de Stepford o algo parecido,” insistió. “Pero excepto Mel, todas eran compulsivamente narcisistas. No creo que ninguna de ellas le dedique ni un pensamiento pasajero al mundo que hay más allá de sus ventanas. Solo digo que después de un rato, empecé a sentirme un tanto… claustrofóbica.”

      Kyle se sentó sobre la cama.

      “Esa manera de hablar suena familiar,” dijo, con preocupación en la voz. “No te enojes conmigo, pero la última vez que hablaste de sentirte claustrofóbica fue cuando—”

      “Recuerdo la última vez,” interrumpió Jessie, disgustada. “Esto no es lo mismo.”

      “Muy bien,” replicó Kyle delicadamente. “Pero entenderás que te pregunte si te sientes cómoda con tu medicación estos días. ¿Todavía funciona la dosis? ¿Crees que quizá sea buena idea organizar una cita con la doctora Lemmon?”

      “Estoy bien, Kyle,” dijo ella, saliendo de la cama. “No siempre se trata de eso. ¿Es que no puedo expresar algunas reservas sin que te apresures a sacar conclusiones?”

      “Por supuesto,” dijo él. “Lo siento. Por favor, vuelve a la cama.”

      “Es que vamos, de verdad…. tú no estabas allí. Mientras tú estabas relajándote con los chicos, yo tenía una sonrisa falsa en la cara mientras estas mujeres hablaban de presentar demandas contra cafeterías. Esto no tiene que ver con la medicación. Tiene que ver con que ‘estas tipas son horribles’.”

      “Lo siento, Jess,” repitió Kyle. “No debería haber dado por sentado que se trataba de la medicación.”

      Jessie le miró, sin poder decidirse entre querer perdonarle o machacarle un poco más. Decidió no hacer ninguna de las dos cosas.

      “Regresaré en unos minutos,” dijo ella. “Solo necesito distenderme. En caso de que estés dormido para cuando regrese, te daré las buenas noches ahora.”

      “Muy bien,” dijo él sin ganas. “Buenas noches, Te quiero.”

      “Buenas noches,” dijo ella, dándole un beso a pesar de su falta de entusiasmo en ese momento. “Yo también te quiero.”

      Salió del dormitorio y se puso a vagabundear por la casa, esperando a que se disipara su frustración mientras pasaba de una habitación a la otra. Intentó sacarse el desdén de la cabeza, pero seguía colándose dentro de ella, irritándole a pesar de sus mejores intenciones.

      Se estaba calmando lo bastante como para regresar a la cama cuando escuchó el mismo crujido distante de la otra noche. Solo que esta noche no estaba tan distante. Siguió el sonido hasta que encontró el que parecía ser su origen—el ático.

      Se había detenido en el pasillo de arriba justo debajo de la puerta de acceso al ático. Después de un momento de titubeo, agarró la manivela que había en la puerta y le dio un tirón hacia abajo. Definitivamente, el crujido sonaba ahora más claro.

      Se encaramó a la escalera de acceso con todo el sigilo que pudo, intentando no pensar en cómo este tipo de decisión siempre acababa terriblemente en las películas de miedo. Cuando subió las escaleras, sacó su teléfono y utilizó la función de linterna para registrar el espacio. Pero, excepto por unas cuantas cajas raídas y vacías, no había nada más en todo el espacio. Y el crujido se había detenido.

      Jessie descendió con cuidado, reemplazó la escalera y, demasiado excitada como para dormir, reanudó su inquieto vagabundeo. Acabó en el dormitorio que estaban anticipando utilizar para el bebé, cuando y si alguno decidía unirse a ellos.

      Ahora estaba vacío, pero Jessie podía imaginarse donde iría la cuna. Se la imaginaba contra la pared de atrás, con un móvil colgando sobre ella. Apoyó la espalda contra la pared y se deslizó hacia el suelo, con lo que acabó sentada con las rodillas delante de su rostro. Las envolvió con sus brazos y se abrazó con fuerza, intentando convencerse de que la vida en este nuevo y extraño lugar sería mejor de lo que parecía por el momento.

      ¿Estoy malinterpretando todo esto?

      No podía evitar preguntarse que a lo mejor su medicación necesitaba un reajuste. No tenía claro si estaba siendo demasiado dura con Kyle o si estaba juzgando a las mujeres del Club Deseo con demasiada crudeza. ¿Era el hecho de que Kyle se estuviera adaptando tan fácilmente a este lugar mientras que ella no un reflejo de su adaptabilidad, de la fragilidad de ella, o de ambas? Kyle ya parecía sentirse como en casa, como si llevara viviendo años aquí. Se preguntó si ella llegaría alguna vez a ese punto.

      No estaba segura de si solo estaba nerviosa porque su último semestre de clases empezaba al día siguiente y tendría que volver a sumergirse en el mundo del estudio de los violadores, depredadores infantiles y asesinos. Y no estaba segura de si ese crujido que seguía escuchando era real o solo estaba en su cabeza. En este momento, no estaba muy segura de nada. Y le asustaba.

      CAPÍTULO CUATRO

      A Jessie le faltaba el aliento y le palpitaba con fuerza el corazón. Llegaba tarde a clase. Esta era la primera vez que pisaba el campus de la Universidad de California en Irvine y había sido toda una tarea encontrar su aula. Después de correr el último cuarto de milla a través del campus en medio del calor insoportable del mediodía, entró por la puerta. En la frente le brillaban unas gotas de sudor y su camiseta parecía estar ligeramente húmeda.

      Se encontró al profesor Warren Hosta, un hombre alto de ojos rasgados y desconfiados y con un solo y patético mechón de pelo negro grisáceo encima de la cabeza, que estaba obviamente en mitad de una frase cuando irrumpió en el aula a las 10:04 de la mañana. Ya había escuchado los rumores sobre su impaciencia y su actitud grosera habitual y no le decepcionó. Se detuvo y esperó a que encontrara su asiento, mirándola fijamente todo el tiempo.

      “¿Puedo continuar?” le preguntó sarcásticamente.

      Buen comienzo, Jessie. Vaya manera de causar una primera impresión.

      “Lo lamento, profesor,” dijo Jessie. “Este campus

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