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claro está.”

      “Así es,” dijo Jessie. “Llevamos un tiempo hablando de ello. Ha habido algún que otro… contratiempo por el camino, pero esperamos que el cambio de ambiente ayude.”

      “En fin, debería advertirte. Es probable que surja el tema a menudo entre las mujeres que vas a conocer hoy. Les encanta hablar de niños y de todo lo que se relacione con ellos. Seguramente te preguntarán acerca de tus planes, pero no sufras por ello. Esa es la conversación típica, que siempre acaba surgiendo por estos lares.”

      “Gracias por avisarme,” dijo Jessie cuando llegaron al final del sendero.

      Se detuvo un momento para admirar las vistas. Estaban sobre el borde de un acantilado que daba a la Isla de Balboa y a la Bahía Promontory. Más allá estaba la Península de Balboa, el último pedazo de tierra antes del Océano Pacífico. El agua azul marino se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y se acababa fundiendo con el cielo de un azul más pálido, punteado con unas cuantas nubes abultadas. Era realmente impresionante.

      Más de cerca, vio el animado puerto, con barcos que entraban y salían según un sistema tácito que era mucho más organizado y hermoso que el de la autopista. La gente, diminuta como hormigas desde aquí arriba, merodeaba por el complejo del puerto y su gran cantidad de tiendas y restaurantes. Parecía que estuvieran en un mercado de agricultores.

      El sendero había dado paso a una escalera enorme de piedra que descendía hasta el complejo. A pesar de los pasamanos de madera a ambos lados, era ligeramente sobrecogedor.

      “El sendero reaparece de nuevo unos cincuenta metros más adelante y desciende hasta el puerto,” dijo Mel, sintiendo la reticencia de Jessie. “Podríamos ir por ese camino en vez de subir las escaleras, pero se tarda veinte minutos más y la vista no es tan agradable.”

      “No, esto está bien,” le aseguró Jessie. “Es solo que últimamente no me he tomado muy en serio mi rutina en el Stairmaster y de pronto me estoy arrepintiendo.”

      “Las piernas solo te duelen al principio,” dijo Daughton al saltar delante de ella y tomar la delantera.

      “No hay nada como tener a un chiquillo que te rete a moverte,” dijo Jessie, tratando de reírse.

      Empezaron a descender el largo tramo de escalones, Daughton por delante, seguido de Mel, Jessie, y Kyle, con Teddy a la cola. Después de un minuto, Daughton se les había adelantado bastante y Mel se apresuró a ponerse a su altura. Jessie podía escuchar a los chicos hablando por detrás de ella, aunque no podía entender lo que estaban diciendo. Y con estos escalones tan traicioneros, tenía dudas sobre darse la vuelta para enterarse.

      Como a mitad de descenso, vio a una chica en edad universitaria subiendo por las escaleras, vestida solamente con un bikini y sandalias de playa, con una bolsa playera colgada del hombro. Todavía tenía el pelo mojado del agua y se le derramaban unas gotas de sudor por su piel morena y expuesta. Tenía unas curvas impresionantes que el bañador apenas contenía. Parecía que fuera a explotar por varios puntos en cualquier momento. Jessie intentó no mirar al pasarla de largo y se preguntó si Kyle estaría haciendo lo mismo.

      “Vaya culo tan bonito tiene esa,” escuchó decir a Teddy unos pocos segundos después.

      Jessie se puso tensa sin querer, no ya por la grosería sino porque lo más seguro era que la chica estuviera lo bastante cerca como para haberlo oído. Sintió la tentación de darse la vuelta y echarle una mirada de reprobación cuando escuchó la voz de Kyle.

      “¿Verdad que sí?” añadió, riéndose disimuladamente como un colegial.

      Jessie se detuvo en seco. Cuando Kyle le alcanzó, le agarró por el antebrazo. Teddy también se detuvo, con una mirada de sorpresa en la cara.

      “Continúa, Teddy,” dijo ella, colocándose una sonrisa de plástico en la cara. “Solo necesito hablar con mi hombre un segundo.”

      Teddy le lanzó a Kyle una mirada de asentimiento antes de seguir adelante sin hacer ningún comentario. Cuando ella estuvo segura de que ya no les podía oír, miró a su marido.

      “Ya sé que es tu amigo del instituto,” susurró. “Pero, ¿crees que podías dejar de actuar como si aún siguieras allí?”

      “¿Cómo?” le preguntó él a la defensiva.

      “Seguramente esa chica escuchó a Teddy y su tono lascivo. ¿Y tú vas y le animas? No está bien.”

      “No es para tanto, Jess,” insistió él. “Solo estaba haciendo una bromita. Quizá se sintió halagada.”

      “O quizá le puso los pelos de punta. Sea como fuere, preferiría que mi marido no apoyara la idea de ‘la mujer como objeto sexual’. ¿Es esa una petición razonable?”

      “Vaya… ¿así es como vas a reaccionar cada vez que pase una chica en traje de baño?”

      “No lo sé, Kyle. ¿Es así como tú vas a reaccionar?”

      “¿Venís, chicos?” les gritó Teddy desde abajo. Los Carlisle ya estaban como unos cincuenta escalones más abajo que ellos.

      “Ya vamos,” le gritó Kyle de vuelta antes de bajar la voz. “Quiero decir, si todavía te parece bien.”

      Kyle siguió hacia adelante antes de que ella pudiera responder, bajando las escaleras de dos en dos. Jessie se forzó a tomar una respiración larga y lenta antes de seguirle, esperando poder exhalar su frustración junto con el aire en sus pulmones.

      Ni siquiera nos hemos mudado aún del todo y ya se está empezando a convertir en la clase de cabrón que he tratado de evitar toda mi vida.

      Jessie intentó recordarse a sí misma que un comentario estúpido mientras se encontraba bajo la influencia de un viejo compañero de la escuela no quería decir que su marido se hubiera convertido de pronto en un filisteo. Sin embargo, no se podía sacudir de encima la incómoda sensación de que esto no era más que el principio.

      CAPÍTULO TRES

      Cinco minutos después, con Jessie aún furiosa, entraron al recibidor del Club Deseo, donde recibieron el alivio que necesitaban de un día que ya era tórrido con el aire acondicionado. Jessie echó un vistazo a su alrededor, observando el lugar. No pudo evitar pensar que el nombre, que, según Teddy significaba “Club de los Deseos”, era un tanto grandilocuente, a juzgar por lo que tenía delante.

      Casi pasa por alto la entrada al club, una puerta grande, sin carteles, de roble envejecido, adosada a una estructura de aspecto modesto en el extremo más silencioso del puerto. La recepción misma no era nada del otro mundo, con un podio sencillo para la recepcionista que estaba ocupada en este momento por una morena atractiva de aspecto diligente que parecía tener unos veintitantos años.

      Teddy se inclinó para hablarle en voz baja. Ella asintió e hizo un gesto al grupo para que pasaran a un pequeño pasillo. Solo cuando otra jovencita rubia, igual de bella, le pidió que depositara su bolso en un canasto, Jessie cayó en la cuenta de que el pasillo también hacía las veces de detector de metales, pero con estilo.

      Cuando atravesaron el pasillo, la joven le devolvió su bolso y le indicó que debía seguir a los demás a través de una segunda puerta de paneles de madera que parecía fundirse con la pared que había a su lado. Si hubiera estado ella sola, puede que se hubiera pasado la puerta totalmente por alto.

      Una vez atravesaron esa segunda puerta, toda la modestia de la recepción del edificio se desvaneció rápidamente. La habitación cavernosa y circular que estaba mirando con atención tenía dos niveles. El superior, donde estaba ella, tenía mesas en círculo y con vistas al nivel inferior, que se accedía mediante una amplia escalinata.

      El nivel inferior tenía una pequeña pista de baile rodeada de multitud de mesas. Parecía que hubieran diseñado todo el lugar utilizando madera reciclada de viejos barcos de vela. Había paneles que estaban juntos, de los que estaban hechas las paredes, de diferentes calidades

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