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frío, mirándole de vuelta con sus ojos inexpresivos.

      Por fin, a las 7:21, Kyle le llamó. Por el ruido que se oía de fondo, supo que estaba en un bar antes de que dijera nada.

      “Hola, Jess,” le gritó para que le oyera por encima de la música. “Disculpa por llamar tarde. ¿Cómo estás?”

      “Estaba preocupada por ti,” le dijo, tratando de que no se le notara su frustración en la voz.

      “Oh, lo siento,” dijo, sonando solo levemente arrepentido. “No tenía intención de preocuparte. Surgió algo de última hora. Teddy me llamó sobre las seis y dijo que tenía más clientes potenciales para mí. Me preguntó si podíamos vernos con estos tipos en un bar llamado Sharkie’s en el puerto. Supuse que no puedo dejar pasar este tipo de oportunidades cuando soy el chico nuevo de la oficina, ¿sabes?”

      “¿Y no podías haberme llamado para decírmelo?”

      “Es mi culpa,” chilló Kyle. “Todo fue tan apresurado que se salió del cauce. No he podido escabullirme hasta ahora para llamarte.”

      “Preparé una gran cena, Kyle. Pensábamos celebrar juntos esta noche, ¿recuerdas? Abrí una botella de vino de cien dólares. Se suponía que iba a ser una velada romántica.”

      “Ya lo sé,” le dijo. “Pero no podía escaparme de esto. Creo que puedo conseguir a los dos amigos de Teddy como clientes míos. Y siempre podemos probar con lo de hacer niños cuando llegue a casa.”

      Jessie suspiró largamente para poder mantener la calma en la voz al responder.

      “Va a ser tarde cuando regreses,” dijo ella. “Estaré cansada y tú medio borracho. No es así cómo lo había visualizado.”

      “Escúchame, Jessie. Lamento no haber llamado. Pero ¿pretendes que deje pasar por alto una oportunidad como esta? No solo estoy tomando chupitos aquí. Estoy haciendo negocios e intentando hacer unos cuantos amigos mientras estoy en ello. ¿Vas a utilizar eso en mi contra?”

      “Supongo que me estoy enterando de cuáles son tus prioridades,” le respondió.

      “Jessica, tú siempre eres mi principal prioridad,” insistió Kyle. “Solamente estoy intentando balancear todo. Supongo que la he cagado. Te prometo que estaré en casa para las nueve, ¿vale? ¿Encaja eso con tu horario?”

      Le había sonado sincero hasta esa última línea, que le salió llena de sarcasmo y resentimiento. La pared emocional que había erigido Jessie entre ellos se estaba derrumbando poco a poco hasta que escuchó esas palabras.

      “Haz lo que tú quieras,” le replicó con brusquedad antes de colgar.

      Se puso de pie y captó un reflejo de sí misma en el espejo del dormitorio. Llevaba puesto un vestido elegante de satén azul con un cuello que se hundía entre sus senos y una apertura alargada en el costado derecho desde su muslo. Tenía el pelo atado en un moño casual que había pensado deshacer como parte de su seducción después de la cena. Los tacones que llevaba le añadían como 12 centímetros a su altura normal, con lo que parecía que medía más de uno ochenta.

      De pronto, le resultó todo tan ridículo. Estaba jugando a un juego patético con eso de ponerse guapa. Pero a la hora de la verdad, solo era otra patética ama de casa esperando a que llegara su hombre a casa para darle un sentido a su vida.

      Agarró los platos y se dirigió a la cocina, donde tiró las dos comidas a la basura, con el pescado entero. Se cambió de ropa y se puso sus sudaderas. Después, regresó al comedor, agarró la botella que había abierto de Shiraz, se sirvió una copa hasta los topes, y le dio un buen trago de camino al comedor. Se tiró sobre el sofá, encendió la televisión, y se acabó conformando con lo que parecía ser un maratón de Life Below Zero, una serie de casos reales sobre gente que ha vivido voluntariamente en ciertas partes inhóspitas de Alaska. Lo racionalizó diciéndose a sí misma que esto le ayudaría a apreciar que había gente a la que le iba bastante peor que a ella con su mansión elegante al sur de California y su vino de cien dólares y su pantalla de televisión de 70 pulgadas.

      En algún punto del tercer episodio, con la botella medio vacía, se quedó dormida. Se despertó cuando Kyle le sacudió suavemente el hombro. A través de sus ojos borrosos, podía asegurar que iba medio borracho.

      “¿Qué hora es?” murmuró.

      “Poco más de las once.”

      “¿Qué pasó con lo de llegar a casa a las nueve?” le preguntó.

      “Me entretuvieron,” le dijo tímidamente. “Mira, cariño, ya sé que te tenía que haber llamado antes. No estuvo bien, y lo siento de veras.”

      “Muy bien,” dijo ella. Tenía la boca pastosa y le dolía la cabeza.

      Kyle le pasó un dedo por el brazo.

      “Me gustaría compensarte por ello,” le ofreció provocativamente.

      “Esta noche no, Kyle,” le dijo, echando su mano a un lado al tiempo que se incorporaba. “No estoy de humor. Ni siquiera un poco. Quizá la próxima vez puedas tratar de no hacerme sentir como el pobre segundo plato. Me voy a la cama.”

      Ascendió por las escaleras y, a pesar de las ganas que tenía de volver la vista para ver su reacción, siguió caminando sin decir ni una palabra más. Kyle no dijo nada. Se metió en la cama sin tan siquiera apagar las luces. A pesar del dolor de cabeza y de la boca pastosa, se quedó dormida en menos de un minuto.

      *

      Jessie notaba cómo unas ramas llena de pinchos le arañaban el rostro mientras corría a través del bosque. Era invierno y sabía que incluso descalza, sus pisadas, pateando las hojas caídas y secas que cubrían la nieve, se oían perfectamente; que seguramente él las podría escuchar. Pero no había elección. Su única esperanza era continuar en movimiento y esperar que él no pudiera encontrarla.

      Pero ella no conocía bien el bosque y él sí. Estaba corriendo a ciegas, completamente perdida y en busca de algún hito familiar. Sus piernecitas eran demasiado cortas. Sabía que él le estaba alcanzando. Podía escuchar sus pisadas fuertes y hasta su respiración todavía más sonora. No había lugar dónde esconderse.

      CAPÍTULO SEIS

      Jessie se incorporó de repente en la cama, despertándose justo a tiempo de oír su propio grito. Le llevó unos segundos reorientarse y caer en la cuenta de que estaba en su propia cama en Westport Beach, y que llevaba puesta la ropa en la que se había quedado frita la noche pasada con la embriaguez.

      Tenía el cuerpo cubierto de sudor y la respiración agitada. Creyó que realmente podía escuchar cómo le corría la sangre por las venas. Levantó la mano y se tocó la mejilla izquierda. La cicatriz causada por la rama todavía seguía allí. Se había difuminado y podía cubrirla con maquillaje, a diferencia de la otra más alargada que tenía a la derecha del cuello. Aun así, podía sentir dónde sobresalía del resto de su piel. Casi podía sentir el pincho afilado en este momento.

      Echó una mirada a su izquierda y vio que la cama estaba vacía. Podía asegurar que Kyle había dormido allí por el hueco que había en su almohada y el lío de sábanas, pero él no estaba por ninguna parte. Se quedó escuchando a ver si oía el sonido de la ducha, pero la casa estaba en silencio. De una ojeada a su reloj de sobremesa, vio que eran las 7:45 de la mañana. A estas horas, Kyle ya se habría ido al trabajo.

      Salió de la cama, tratando de ignorar su cabeza pulsante mientras se metía al cuarto de baño. Después de una ducha de quince minutos, de la que se pasó la mitad sentada en las baldosas frescas, se sentía preparada para vestirse y bajar. En la cocina, vio una nota que habían colocado sobre la mesa del desayuno. Decía “Lamento de nuevo lo de anoche. Me encantaría hacerlo de nuevo cuando estés dispuesta. Te quiero.”

      Jessie la puso a un lado y se preparó algo de café y avena, lo único que se sentía capaz de engullir en este

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