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supe lo que hizo con ella, pero resultó que la puso con el viejo que usted descubrió finalmente.

      —Si se había decidido a ayudarme, ¿por qué simplemente no averiguó su paradero y la fue a buscar usted mismo?

      —Por dos razones —dijo Anderson—. Primero, Wickwire no iba a darme la ubicación a mí. Era una información preciada y él la tenía muy bien guardada. Segundo, y no estoy orgulloso de esto, sabía que quedaría arrestado si venía hasta usted con su hija.

      —Pero usted se hizo arrestar unos pocos meses después por secuestros de niños —protestó Keri.

      —Hice eso después, cuando me di cuenta que tenía que tomar una acción drástica. Sabía que usted eventualmente investigaría a los secuestradores y traficantes de niños y llegaría hasta mí. Y sabía que podría ponerla en el camino correcto sin que Cave sospechara de mí. En cuanto a procurar que me arrestaran, eso es cierto. Pero recuerde que yo mismo me defendí en la corte. Y si verifica atentamente el registro de la corte, descubrirá que tanto el fiscal como el juez cometieron varios errores, errores en los que yo los hice incurrir, que casi con seguridad llevarían a que mi condena fuese anulada. Solo estaba aguardando el momento correcto para apelar mi caso. Por supuesto que es algo lejano ahora.

      Keri levantó la vista y vio una conmoción a través de la ventanilla de la habitación. Podía ver a varios oficiales que pasaban, al menos uno de ellos llevaba un arma larga. Era un francotirador.

      —No quiero sonar fría, pero necesitamos finiquitar esto —dijo—. No sería de sorprender que alguien allá afuera fuese un gatillo alegre o que Cave haya ordenado a uno de los suyos que le liquide a usted como precaución.

      —Tiene mucha razón, Detective —convino Anderson—. Aquí estoy yo parloteando en torno a mi conversión moral cuando todo lo que usted quiere saber es cómo recuperar a su hija. ¿Estoy en lo correcto?

      —Lo está. Así que dígame. ¿Cómo la recupero?

      —La verdad es que no lo sé. No sé dónde está. No creo que Cave sepa dónde está. Podría saber la ubicación del evento Vista de mañana por la noche, pero no es probable que asista. Así que es inútil hacer que lo sigan.

      —¿Así que me está diciendo que no hay esperanza de recuperarla? —exigió saber Keri, incrédula.

      ¿He pasado por todo esto para esa respuesta?

      —Probablemente no, Detective —admitió él—. Pero quizás pueda hacer que él se la regrese.

      —¿Qué quiere decir?

      —Jackson Cave la consideraba una molestia, un obstáculo para su negocio. Pero eso cambió el año pasado. Se ha obsesionado con usted. Él no solo cree que usted va a destruir su negocio. Él piensa que usted quiere destruirlo personalmente. Y como él ha retorcido la realidad para hacer de sí mismo el hombre bueno, piensa que usted es el malo.

      —¿Él piensa que yo soy el malo? —repitió Keri, incrédula.

      —Sí. Recuerde, él manipula su código moral como le parece mejor para poder seguir funcionando. Si creyera que está haciendo cosas malvadas, no podría vivir consigo mismo. Pero ha encontrado maneras de justificar incluso los actos más execrables. Una vez me dijo que las chicas que están en estas redes de esclavitud sexual estarían pasando hambre en las calles si no fuera por él.

      —Se ha vuelto loco —dijo Keri.

      —Él está haciendo lo que puede para mirarse en el espejo todas las mañanas, Detective. Y en estos días, parte de eso significa creer que usted lleva a cabo una cacería de brujas. Él la ve como el enemigo. Él la ve como su némesis. Y eso lo hace muy peligroso. Porque no estoy seguro de qué tan lejos irá para detenerla.

      —Entonces, ¿cómo puedo hacer que un hombre como ese me devuelva a Evie?

      —Si fuese con él y lo convenciera de que usted no va tras él, que todo lo que quiere es a su hija, quizás él transigiría. Si pudiera convencerlo de que una vez que tenga a su hija a salvo en sus brazos usted se olvidará de él para siempre, que incluso pudiera abandonar la fuerza, él podría quedar convencido de bajar la guardia. Ahora mismo él cree que usted quiere su destrucción. Pero si se le lleva a creer que usted no lo quiere a él, que usted solo la quiere a ella, quizás haya una oportunidad.

      —¿Cree que eso funcionaría? —preguntó Keri, incapaz de ocultar el escepticismo que había en su voz— ¿Solo decir devuélvame a mi hija y le dejaré para siempre en paz y que él accede?

      —No sé si funcionará. Pero sé que no le quedan opciones. Y nada pierde con intentarlo.

      Keri empezó a considerar la idea en su mente cuanto alguien tocó a la puerta.

      —El negociador está aquí —gritó Kiley—. Viene por el pasillo ahora mismo.

      —¡Espera un minuto! —gritó Anderson—. Dile que se quede allí. Yo le diré cuándo puede entrar.

      —Se lo diré —dijo Kiley, aunque su voz indicaba que estaba desesperado por ser relevado tan pronto fuese posible.

      —Una última cosa —susurró Anderson en su oído, incluso más quedo que antes, si ello fuese posible—. Tiene un topo en su unidad.

      —¿Qué? ¿En la División Los Ángeles Oeste? —preguntó Keri, asombrada.

      —En su Unidad de Personas Desaparecidas. No sé quién es. Pero alguien le está pasando información al otro bando. Así que cuide su espalda. Más que de costumbre, quiero decir.

      A nueva voz se escuchó al otro lado de la puerta.

      —Sr. Anderson, soy Cal Brubaker. El negociador. ¿Puedo entrar?

      —Un segundo, Cal —exclamó Anderson. Entonces se inclinó más para acercarse a Keri—. Tengo la sensación de que esta es la última vez que hablemos, Keri. Quiero que sepa que creo que usted es una persona en verdad impresionante. Espero que encuentre a Evie. Realmente lo espero. Entra, Cal.

      Cuando la puerta se abrió, él apuntó de nuevo el cepillo hacia su cuello pero sin tocar la piel en realidad. Un hombre barrigón, de camino a los cincuenta, con una mata de pelo grisáceo y delgadas gafas con una montura de aros de metal, que Keri sospechaba era solo cosa de imagen, entró con calma en la habitación.

      Llevaba blue jeans y una camisa arrugada, a cuadros, tablero de damas y todo. Bordeaba lo risible, como la versión "acostumbrada” de un inofensivo negociador de rehenes.

      Anderson la miró y ella pudo ver que pensaba lo mismo. Parecía estar luchando con la ganas de poner los ojos en blanco.

      —Hola, Sr. Anderson. ¿Puede decirme qué es lo que le está molestando esta noche? —dijo en tono inofensivo y ensayado.

      —La verdad, Cal —replicó Anderson con suavidad— mientras te esperábamos, la Detective Locke me dijo cosas de mucho sentido. Me di cuenta que me estaba dejando abrumar un poco por mi situación y reaccioné... pobremente. Creo que estoy listo para rendirme y aceptar las consecuencias de mis decisiones.

      —Okey —dijo Cal, sorprendido—. Bueno, esta es la negociación menos sufrida de mi vida. Ya que está haciendo las cosas tan fáciles para mí, tengo que preguntar: ¿está seguro de que no quiere nada?

      —Quizás unas pocas cosas sin importancia —dijo Anderson—. Pero no creo que ninguna sea un problema para ti. Me gustaría que me aseguren que la Detective Locke será llevada directo a la enfermería. Accidentalmente la pinché con la punta del cepillo de dientes y no sé qué tan limpio esté. Ella debería ser atendida de inmediato. Y apreciaría que el Oficial Kiley, el caballero que me trajo hasta acá, sea el que me espose y me lleve adondequiera que sea enviado. Tengo la sensación de que algunos de esos otros sujetos podrían ser más bruscos de lo necesario. Y quizás, una vez deje caer el objeto puntiagudo, podría pedirle al francotirador que baje el arma. Me está poniendo un poco nervioso. ¿Las peticiones son razonables?

      —Todo

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