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a casos recientes de Cave. Creo que es lícito suponer que estaba asistiendo secretamente a su hermano.

      —¿Cómo le fue? —preguntó Ray.

      —Bastante bien. El caso de Coy Trembley acabó porque los jurados no pudieron llegar a un acuerdo. Los fiscales debatían sobre si volver a juzgarlo cuando el padre de la pequeña se apareció en el apartamento de Trembley y le disparó cinco veces, incluyendo una vez en la cara. No lo logró.

      —Dios —musitó Ray.

      —Sí —convino Keri—. Fue en esa época que Cave introdujo su dimisión en la fiscalía. Estuvo fuera de escena durante tres meses luego de eso. Entonces, repentinamente, reapareció con un bufete que servía principalmente a clientes corporativos. Pero también hacía la defensa de pequeños casos de cuello blanco, y de manera creciente, con el pasar de los años, trabajos pro-bono para individuos como su medio hermano.

      —Esperen —dijo Ray incrédulo—. ¿Se supone que crea que este sujeto se convirtió en un abogado defensor para honrar la memoria de su hermano muerto o algo así, para defender los derechos de los moralmente pervertidos?

      Keri meneó su cabeza.

      —No lo sé, Ray —dijo—. Cave casi nunca habló de su hermano en todos esos años. Pero cuando lo hizo, siempre sostuvo que Coy fue falsamente acusado. Era categórico al respecto. Creo que es posible que comenzara su práctica con buenas intenciones.

      —Okey. Digamos que le doy el beneficio de la duda por lo que a eso respecta. ¿Qué diablos le pasó entonces?

      Mags intervino en ese punto.

      —Bueno, está bastante claro que la culpa de la mayoría de sus clientes pro-bono era altamente dudosa. Algunos de ellos parece que habían sido simplemente reconocidos en ruedas de identificación o arrestados en la calle. A veces lograba sacarlos, pero por lo general no era así. Entretanto, pronunciaba discursos en conferencias sobre las libertades civiles, buenos discursos de hecho, muy apasionados. Se habló incluso de que algún día se presentaría como candidato para un cargo.

      —Hasta ahora suena como una historia de éxito americano —dijo Ray.

      —Lo era —convino Keri—, hasta hace diez años. Fue entonces cuando aceptó el caso de un hombre que no llenaba el perfil. Era un secuestrador en serie de niños que aparentemente lo hacía de manera profesional. Y le pagó muy bien a Cave para que lo representara.

      —¿Por qué de repente tomó ese caso? —preguntó Ray.

      —No está cien por ciento claro —dijo Keri—. Su trabajo corporativo no había despegado todavía. Así que pudo haber sido una decisión económica. Quizás no veía a este sujeto tan objetable como lo verían otros. Los cargos en su contra eran por secuestro por contrato, no asalto ni acoso. El hombre básicamente secuestraba chicos y los vendía al mejor postor. Él era, usando una descripción generosa, un ‘profesional’. Cualquiera que haya sido la razón, Cave se encargó de este hombre, logró que lo absolvieran, y entonces la represa se abrió. Comenzó a aceptar a toda clase de clientes similares, muchos de los cuales eran menos… profesionales.

      —En esa misma época —añadió Mags—, el trabajo corporativo empezó a entrar. Se mudó de un local que daba a la calle en Echo Park a la oficina en una torre del centro donde está ahora. Y nunca ha mirado hacia atrás.

      —No lo sé —dijo Ray escéptico—. Es difícil leer entre las líneas del luchador por las libertades civiles, al menos para nosotros, al tiburón legal sin remordimientos que representa a pedófilos, y que posiblemente coordina una red de esclavas sexuales infantiles. Creo que nos falta una pieza.

      —Bueno, tú eres un detective, Raymond —dijo Mags con mordacidad—. La palabra lo dice, detecta.

      Ray abrió su boca, listo para replicar, antes de darse cuenta que era objeto de una tomadura de pelo. Los tres rieron, felices de poder aliviar la tensión que sin darse cuenta había ido creciendo. Keri intervino de nuevo.

      —Tiene que estar relacionado con ese secuestrador en serie que él representó. Ahí fue cuando todo cambió. Deberíamos mirar eso con más detenimiento.

      —¿Qué tienes sobre ese? —preguntó Ray.

      —El caso es uno de esos que se quedan en un punto muerto —dijo Mags, frustrada—. Cave representó al hombre, lo sacó, y el hombre desapareció del radar. No hemos podido encontrar nada sobre él a partir de entonces.

      —¿Cuál era el nombre de ese individuo? —preguntó Ray.

      —John Johnson —contestó Mags.

      —Suena familiar —musitó Ray.

      —¿De verdad? —dijo Keri, sorprendida—. Porque no hay casi nada sobre él. Luce como una identidad falsa. No hay un registro de él luego de ser absuelto. Es como si hubiera dejado la sala del tribunal para desaparecer completamente.

      —Aun así, el nombre me suena —dijo Ray—. Creo que fue antes de que te unieras a la fuerza. ¿Intentaste conseguir la foto de su prontuario?

      —Comencé a buscar —dijo Keri—. Hay setenta y cuatro John Johnson en la base de datos con fotografías tomadas en el mes en el que los arrestaron. No tuve oportunidad de revisarlos todos.

      —¿Te importa si le echo un vistazo?

      —Adelante —dijo Keri, abriendo una ventana y deslizando la portátil hacia él. Podía asegurar que él tenía una idea pero no quiso decirlo en voz alta en caso de que estuviese equivocado. Mientras recorría las imágenes, habló casi distraído.

      —Ambas dijeron que era como si hubiera salido del radar, como si hubiera desaparecido, ¿correcto?

      —Ajá —dijo Keri, observándolo atentamente, sintiendo que su respiración se agitaba.

      —Casi como… ¿un fantasma? —preguntó.

      —Ajá —repitió.

      Dejó de recorrer la galería y contempló una imagen en la pantalla antes de mirar hacia Keri.

      —Creo que es porque es un fantasma; o para ser más preciso, ‘El Fantasma’.

      Ray giró la pantalla para que Keri pudiera ver la foto. Al contemplar la imagen del hombre que puso a Jackson Cave en el mal camino, un escalofrío recorrió su espalda.

      Ella lo conocía.

       CAPÍTULO SEIS

      Keri trató de controlar sus emociones mientras un chorro de adrenalina se repartía por su organismo, haciendo que todo su cuerpo se pusiera en tensión.

      Reconocía al hombre que la contemplaba. Pero ella no lo conocía como John Johnson. Cuando se habían conocido, él respondía al nombre de Thomas Anderson, pero todos se referían a él como El Fantasma.

      Habían hablado en solo dos ocasiones, cada una en la Correccional Twin Towers en el centro de Los Ángeles, donde se hallaba encarcelado por crímenes que no se diferenciaban mucho de aquellos por los cuales John Johnson había sido absuelto.

      —¿Quién es, Keri? —preguntó Mags, entre preocupada y contrariada por el largo silencio.

      Keri cayó en cuenta de que se había quedado muda, contemplando la foto durante varios segundos.

      —Lo siento —replicó, forzándose a volver al momento presente—. Su nombre es Thomas Anderson. Lo tienen en una cárcel del condado por secuestro y venta de niños, a cuenta de personas que viven fuera del estado y no reúnen los requisitos para poder adoptar. No puedo creer que no se me ocurriera que Johnson y Anderson podían ser la misma persona.

      —Cave trata con un montón de secuestradores, Keri —dijo Ray—. No había razón para que hicieras esa conexión.

      —¿Cómo

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