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su cuaderno y empezó a revisar sus apuntes con las anotaciones que había realizado en la pizarra blanca.

      Mientras Antonia se encontraba sumida en sus pensamientos, Iñaki seguía revisando la documentación que tenía sobre su mesa. De nuevo se abrió la puerta del despacho y otra vez apareció el teniente Torres.

      —Antonia, Iñaki, acompañadme al despacho del grupo 3, creo que han encontrado algo que tiene que ver con vuestro caso.

      Los tres entraron en el despacho del grupo 3 donde les esperaba el sargento Segura y su equipo.

      —Sargento Segura, informe a la sargento Borrás de lo que su equipo ha encontrado.

      —Estamos investigando un caso de apuñalamiento con una botella rota en Punta Ballena sucedido hace dos noches, aproximadamente a la hora en que se supone que desapareció la chica que buscáis. Mirad la pantalla, aquí tenemos la grabación de una cámara de seguridad del local. Vemos el momento en que se produce una pelea entre unos hooligans británicos que acabará en el apuñalamiento, pero esto no es lo relevante para vuestro caso. Si he avisado al teniente es porque hace un rato recibimos la foto que habéis pasado como alerta y viendo una y otra vez las imágenes que tenemos de la reyerta creemos que aparece la joven que estáis buscando.

      —¿En serio? ¿Podemos ver esas imágenes? —preguntó Antonia.

      —Por supuesto. Mira, retrocedemos unos minutos antes de la reyerta. Ahí en ese lado de la pantalla, aunque está de espaldas, lleva la misma ropa que en la foto que habéis pasado. Podemos verla morreándose y magreándose con dos hooligans. Hemos buscado una cámara con otro ángulo y la vemos de nuevo con los británicos, aquí en este punto. Aunque en esta cámara no se ve cómo comienza la pelea, los dos hooligans que están con la chica se meten en la pelea, ya sabemos que a un hooligan le gusta más una pelea que una mujer. La chica se queda ahí viendo la pelea. Fijaos bien que le cuesta aguantarse de pie, lleva una cogorza de no te menees. Ahora es cuando viene lo que más nos ha llamado la atención. Vemos a la chica ahí intentando mantenerse en pie, en ese momento llega un hombre con gorra negra, la agarra fuertemente del brazo y le dice algo a la chica.

      —Ese es el tipo del hotel —exclamó la sargento Borrás.

      —Yo juraría que sí, lleva la misma gorra y tiene la misma complexión —afirmó Iñaki.

      El sargento Segura continuó con su explicación de las imágenes.

      —Ahora veremos a la chica soltar su brazo. Quiere huir, pero no puede correr hacia la derecha por la cantidad de gente que hay. No puede ir hacia el frente porque está la pelea. Como está en la bocacalle, solo le queda la opción de girarse y correr hacia atrás, y eso es lo que hace. Lo malo es que esa calle termina, es muy corta. Enseguida hay una zona de pinos y tierra antes de llegar a la arena de la playa, con lo cual le va a ser difícil correr con los tacones. Ahí la vemos salir corriendo, y nuestro sospechoso va tras ella y se nos va de la imagen. Hemos buscado entre las cámaras de los demás locales, pero ninguna enfoca hacia esa calle, así que aquí perdemos el rastro. Según el reloj de la cámara, son las 00:45 ya del lunes.

      —En el momento que ella consigue zafarse y golpearlo parece que levanta un poco la cabeza. ¿Podemos volver a ver ese momento? Quiero ver si conseguimos distinguir algo —comentó la sargento Borrás.

      El sargento Segura retrocedió la grabación hasta el punto que la sargento había solicitado.

      —Aquí, justo ahora, avanzamos lentamente y vemos que en el movimiento el sospechoso levantará por un momento la cabeza dejando ver su rostro, ponemos en pausa et voilà —comentó Daniel

      —Cojonudo, te vamos a pasar por el reconocimiento facial a ver quién demonios eres tú.

      —No será necesario, ya sabemos quién es. Es un viejo conocido del grupo 5. El cabo Juan Salvá nos pondrá al corriente —comentó el sargento Segura.

      El cabo Salvá sacó una fotografía de una de sus carpetas, la mostró a todos los que estaban en ese momento en el despacho del grupo 3 y comenzó a informarles.

      —Francisco Escobar, alias el Indio, natural del sur de Colombia, un sicario a sueldo que no trabaja para nadie fijo, sino que ofrece sus servicios al mejor postor.

      —¿El Indio? —preguntó la sargento Borrás.

      —Le llaman el Indio porque es un cuarterón, su abuelo materno era un nativo del sur de Colombia. De hecho, durante los primeros años vivió en una aldea de una zona muy cercana al comienzo de la selva del Amazonas.

      —¿Has dicho la selva del Amazonas?

      —Sí, su aldea, el nombre lo debo tener en algún sitio, está prácticamente al borde de la selva —respondió el cabo Salvá.

      —Nuestras víctimas han sido narcotizadas, por decirlo de alguna forma, con una toxina mezcla de savias de plantas del Amazonas. Una era…, espera, que aquí lo tengo anotado…, Strychnos, así se llama la planta. Del resto no tenemos ni idea. ¿Podría el Indio haber adquirido conocimientos sobre plantas selváticas de su abuelo? —continuaba preguntando Antonia al cabo.

      —Si tiene conocimientos o no lo desconozco, pero sí que cualquier nativo de la selva sabe cómo crear venenos o narcóticos con la mezcla de savias de las plantas salvajes. De hecho, en algún caso en el que el Indio ha sido sospechoso las autopsias daban como resultado muerte natural por infarto sin que se encontrara ninguna sustancia que hubiese podido producirla.

      La sargento Borrás afirmó con la cabeza mirando a Iñaki y volvió a consultar al cabo Salvá.

      —Veamos de nuevo esa foto de archivo. Iñaki, mira, lleva una especie de aro ancho en mitad de la oreja. Eso reforzaría aún más que es el mismo tipo que estuvo en el hotel, ese aro metálico debió ser en el que se reflejó el láser de la fiesta que cegó la cámara.

      —Creo que ya podemos estar cien por cien seguros de que es el mismo tipo que estaba en la fiesta —respondió Iñaki.

      —Vamos a inspeccionar la zona donde se pierde la imagen de la cámara, a ver qué podemos encontrar. Muchas gracias a todos. Por favor, sargento, agradezca de mi parte a sus equipos.

      Fue entonces cuando el teniente Torres intervino de nuevo.

      —Yo también quiero dar las gracias a todos, ya sabéis la importancia del caso. Sargento Segura, debido a la gravedad de la situación, voy a poner al cabo Salvá a las órdenes de la sargento Borrás y permanecerá en su equipo hasta que todo quede resuelto.

      —Totalmente de acuerdo, teniente. Cabo, póngase a las órdenes de la sargento Borrás y aplique todo su conocimiento para resolver este caso —respondió el sargento Segura.

      —No esperemos más. Iñaki y yo vamos a Punta Ballena. Juan, tú quédate y sigue indagando.

       Lunes, 24 de junio, 00:35 h Punta Ballena

      Tal como se había visto en la cámara de seguridad, Mireia se encontraba de pie en la esquina de la calle que terminaba en la playa. Estaba abrazada a dos hooligans ingleses con los que se estaba dando el lote. Justo detrás de ella se colocó el Indio esperando una oportunidad para poder llevarse a la chica. En unos minutos se organizó una pelea entre hooligans y los dos borrachos ingleses que estaban con Mireia se enzarzaron en la pelea, al igual que una veintena más de sus ebrios compatriotas que había alrededor. Mireia se quedó de pie sola, manteniendo el equilibrio como pudo. El Indio se acercó y agarró a Mireia por un brazo.

      —Vamos, princesita, vente conmigo si no quieres que les pase nada a tus amiguitos.

      —¿Quién coño eres tú? ¿Y cómo te atreves a ponerme una mano encima, panchito de mierda?

      —Te he dicho que te vienes conmigo, niñata, y no me vuelvas a llamar panchito de mierda si no quieres que este delicado bracito se parta en dos.

      Mireia consiguió zafarse y salió corriendo por la calle que tenía justo a su espalda,

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