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a un aliado: escribo para quienes están de acuerdo conmigo. O puedan llegar a estarlo. Tampoco escribo para la «comunidad homosexual» sino para aquellos lectores movilizados por la problemática de la sexualidad y, por lo tanto, de la homosexualidad. Mi rechazo explícito del gueto — una de las claves del texto — se inicia con el rechazo de la escritura endogámica: no creo en la «literatura gay».

      He escrito lo que estaba pensando tal como lo estaba pensando y, por ello, en mi texto se deslizan, sin represión alguna, la jerga y el coloquialismo: no se puede criticar el discurso social sin hacer alusión a su léxico. Con ello elimino ambigüedades, fruto de falsos pudores y retóricas académicas, y remito a lo concreto conocido. He eludido la falsa neutralidad del discurso «objetivo» para reforzar el peso de la convicción sobre el de la presunta verdad. Por ello, no he renunciado a la primera persona, que aparece de tanto en tanto para recordarle al lector que habla un homosexual desde su experiencia y no un diletante, un oportunista o un voyeur.

      He cuidado la claridad, eludiendo en la medida de lo posible cultismos y tecnicismos que la obstaculizaran, y abundando en los ejemplos y las comparaciones. Y he recurrido intencionalmente a la redundancia, a la reformulación de las mismas ideas mediante giros que las vuelvan más transparentes. Espero haberlo logrado.

      Norberto Chaves

      Barcelona, Agosto 2008

      PRÓLOGO A LA NUEVA EDICIÓN CORREGIDA Y AUMENTADA

      Este libro es la nueva edición, corregida y aumentada, de «La homosexualidad imaginada. Vigencia y ocaso de un tabú» (Ed. Maia, Madrid 2009). El cambio de título obedece a un claro objetivo político, latente en la edición anterior: con ese cambio, abandono eufemismos a favor de una actitud más frontal. Hago lo que recomiendo a los demás: llamar a las cosas por su verdadero nombre, superar un pudor que no es sino manifestación de la autorrepresión.

      Por otra parte, con ese cambio pongo el título en concordancia con las propias conclusiones del ensayo. «Homosexualidad» es una categoría ideológica; «sexo entre hombres», un hecho de la realidad. Descarto así un término que mi propio texto señala como discriminatorio. Se trata de una lucha de las palabras contra las palabras.

      Idéntica frontalidad he adoptado en el subtítulo. He dado un paso adelante; he ido más allá del mero «ocaso de un tabú» y he aludido a su efecto: la pérdida de protagonismo de lo gay. El desvanecimiento de la dupla homo-hétero debilita la consistencia con que ésta se instituía como polaridad estructural de las identidades sexuales. Y tal debilitamiento conlleva, si no la disolución, sí la pérdida de hegemonía de «lo gay» en la identificación social del homoerotismo masculino.

      Respecto del texto de la primera edición, éste supone una radicalización ideológica, en la cual ocupa un papel clave la valorización del sexo puro, entendido como independiente de todo otro tipo de vínculo, liberado de su milenaria pleitesía respecto del amor.

      Otro avance puede observarse en el terreno de la propuesta. Esta nueva versión se compromete más con la formulación de nuevas significaciones de la sexualidad y nuevas formas de vivirlas. Se extiende, por lo tanto, a temas más genéricos y conflictivos como son la pareja, la fidelidad, la promiscuidad y los celos. Amplía así el espacio de su pertinencia e interés. Alentado por los lectores no-homosexuales de la edición anterior, he reforzado mis hipótesis que, a pesar de nacer de la experiencia homosexual, resultan extrapolables por la propia universalidad del deseo.

      El texto actual conserva del anterior su vocación de crítica ideológica. Intento persuadir al lector desactualizado de que sus creencias no son sino la presencia del sistema en él, y, al lector evolucionado, convencerlo de que lo que está sospechando es cierto.

      En esa tarea, he reincidido intencionalmente en las redundancias, ya reivindicadas en mi prólogo anterior. Y tengo argumentos para hacerlo. Pensar con cabeza ajena es más cómodo que hacerlo con la propia. La opinión espontánea, la «doxa», es pura alienación. Las cristalizaciones ideológicas enquistadas en el lenguaje común – y, por tanto, en el pensamiento – no se extirpan sino mediante una intensa actividad autocrítica. Ello explica el que las conquistas de la lucidez sean tan efímeras, es decir, que los retrocesos sean tan fáciles como imperceptibles. Los preconceptos establecidos logran derrotar, generalmente de un modo subrepticio, esas conquistas, una y otra vez. En el orden del conocimiento, la redundancia aparece así como un recurso indispensable: decírselo a uno mismo, una y otra vez, como una plegaria, para conjurar el riesgo de secuestro.

      Norberto Chaves

      Barcelona, Abril 2013

      Todos nos transformaríamos si nos atreviésemos a ser lo que somos.

      Marguerite Yourcenar

      «Alexis. O el tratado del inútil combate»

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       LO QUE ES Y LO QUE NO ES

      Los animales se dividen en: a) pertenecientes al Emperador, b) embalsamados, c) amaestrados, d) lechones, e) sirenas, f) perros sueltos, g) fabulosos, h) incluidos en esta clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, h) dibujados con un pincel finísimo de pelo de camello, l) etc. m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos parecen moscas.

      J.L. Borges, Otras inquisiciones

      Prisioneros en una caverna y amarrados por el cuello, les es imposible girar la cabeza y mirar hacia el exterior; las sombras de lo que ocurre afuera se proyectan sobre el fondo de la cueva; aquellos desgraciados las confunden con la realidad y así, aún en su encierro, ellos creen saber del mundo. Con el mito de la caverna nuestros antepasados nos dejan, entre otras, esta advertencia: todo conocimiento verdadero comienza poniendo en crisis una creencia, o sea, cuestionando las imágenes con que espontáneamente pensamos al mundo. Para librar a la homosexualidad de las cadenas que la amarran al imaginario social instituido como real, habrá que comenzar, entonces, analizando los nombres de esas imágenes, o sea, las palabras.

      Por ingenua que fuera nuestra observación del lenguaje, lo que primero notamos es su carácter de universo paralelo y diferenciado respecto de los mundos a los cuales alude. La relación que las palabras mantienen con la realidad no consiste tanto en reflejarla, narrarla o describirla, como en proponer un esquema interpretativo de la misma, ordenar sus datos, en si mismos carentes de sentido, volviéndolos significativos. La función del lenguaje, por lo tanto, no es sólo hablar de la realidad sino crear una realidad, ilusoria, hecha de palabras, pero tan consistente y decisiva como la realidad misma. Y este esfuerzo por distinguir entre lenguaje y realidad no sería necesario si no fuera que una de las finalidades de ese universo verbal autónomo es, precisamente, el confundirse con los hechos del mundo. La «ilusión de realidad» es, en última instancia, la función básica del lenguaje.

      Aquel carácter de «realidad paralela» no es exclusivo de los discursos concretos ni tampoco de las ideologías, o sea, de los sistemas de ideas estables redactados socialmente, sino que ya se manifiesta en el propio lenguaje en tanto sistema de signos, en el idioma. La sintaxis y el léxico no son neutros, pues constituyen una peculiar manera de organizar los significados y las relaciones que éstos mantienen entre sí; permitiendo unos e inhibiendo otros. Y los criterios con que el lenguaje realiza esta tarea no son extraídos de la «realidad exterior» sino de los principios que rigen la estructuración de la cultura, de cada cultura. Roland Barthes, en su artículo «Responsabilidades de la gramática» [1] nos alerta sobre este carácter condicionado y condicionante, ya no de la ideología sino de la propia lengua:

      que la gramática clásica haya adquirido, en su área social limitada, cierto grado de perfección, no debe ocultar los sacrificios enormes que el uso exclusivo de tal instrumento cuesta a la expresión de una totalidad humana, y tal vez incluso a la formación de ideas nuevas.

      Hay ideas que sólo pueden pensarse y expresarse en un determinado idioma. Por lo tanto, hay pueblos enteros que jamás pensaron ni podrán decir ciertas cosas; sólo podrán pensar y decir

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