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procedimiento de copia para asegurar la fidelidad al original, hicieron posible la conformidad de los textos transcritos con sus modelos. Las excepciones, si bien suponen un problema para determinar cánones de libros sagrados, aportan valiosa información histórica. De todos modos, no deja de sorprender la gran semejanza entre los textos bíblicos más antiguos y otros muy posteriores.

      La admiración es mayor si consideramos que, a lo largo de la Antigüedad, la reproducción de escritos ha tenido que superar varias crisis como consecuencia de los cambios en los modos de copiar, eso que el hebraísta Julio Trebolle ha denominado «momentos cruciales en la historia de la transmisión textual» y que resume de la siguiente manera:

      «La historia de la escritura conoció en la Antigüedad momentos cruciales para la correcta y fiel transmisión textual de los libros conocidos por entonces. Tales momentos críticos coinciden con situaciones de tránsito, por cambio de los materiales utilizados para la escritura (transición de la tablilla al papiro o de éste al pergamino), del sistema de encuadernación (transición del volumen o rollo al códice o libro) o del tipo de letra (transición de los caracteres paleo-hebreos a los “cuadrados” o de los caracteres griegos unciales a los cursivos). Estos momentos críticos corresponden a períodos de renovación y de renacimiento cultural. Sin embargo, los cambios técnicos operados supusieron la pérdida definitiva de muchas obras literarias y la desaparición de ediciones o de versiones diferentes del texto de un mismo escrito. Pérdidas similares ocurrieron también en el momento de la invención y difusión de la imprenta y ocurrirán sin duda en el paso del libro impreso al libro memorizado en soporte informático.»

      En lo que respecta a la renovación en los materiales para escribir parece imposible saber cómo afectó a la formación y transmisión de pasajes bíblicos el primero de los cambios, consistente en abandonar las tablillas de barro por el papiro. Más tarde se pasó al pergamino, coincidente con el uso del arameo, que aconteció en tiempos del período persa hebreo. Incompatible con el barro, el volumen o rollo se utilizaba al principio en los textos en papiro, algunos conservados gracias a la sequedad climática de la zona y, a veces, por haberse guardado en jarras de cerámica.

      Los libros bíblicos largos se escribían en un rollo por ejemplar, pero varias obras breves cabían en una pieza. Con el tiempo comenzó la encuadernación en códices, inicialmente en hojas de papiro y después en pergamino. Ya en el siglo I d.C. el códice se había generalizado entre los judíos, siendo también el formato preferido por los cristianos. Frente al rollo, el códice tenía las ventajas de poder escribirse por ambas caras y no necesitar las dos manos para su uso. La sustitución de los códices de papiro por los de pergamino era ya generalizada en el siglo IV d.C.

      La transformación en los tipos de caracteres es un hito de la historia de la escritura, también relacionado con las fuentes para conocer la antigua historia hebrea. Una primera innovación fue el paso de los caracteres paleohebreos a los cuadrados o arameos. El proceso pudo realizarse en tiempos de Esdras (siglo V a.C.) si bien grupos como los de Qumrán y los samaritanos siguieron fieles a la escritura paleo-hebrea. Se han encontrado cambios textuales en las copias respecto de los manuscritos originales, y se piensa que pudieron perderse escritos bíblicos cuando los rabinos prohibieron transcribir la Biblia con caracteres paleohebreos.

      Aun conservando lo esencial de los textos bíblicos más antiguos hubo, por tanto, circunstancias que provocaron variaciones en los escritos durante el proceso de copia. Junto con lo anterior, el empleo de la Biblia como única fuente cronológica e histórica entraña nuevos riesgos. De entrada, hemos de plantearnos si lo narrado en la Biblia es histórico o no. Otra cuestión es la variedad estilos que reúne como consecuencia de distintas circunstancias: largo proceso de elaboración, pluralidad de autores y diversidad de contenidos. Esa disparidad estilística complica la tarea de separar lo que es historia de lo puramente fantástico y dificulta también la interpretación de textos con significado confuso.

      Sin embargo, la principal razón que hace de la Biblia una fuente especial es su carácter sagrado para los judíos creyentes ―que limitan el canon bíblico a lo que los cristianos denominan “Antiguo Testamento”― y para los cristianos. No está de más considerar este tema al tratar las fuentes históricas judías. Según el judaísmo y el cristianismo, Dios inspiró a los redactores de la Biblia salvaguardando su libertad. De acuerdo con esto el carisma de la inspiración, considerado por ambas religiones una gracia sobrenatural, es compatible con la posibilidad ―rechazada por fundamentalistas de ambos credos― de que esos autores se hubieran servido, en narraciones y descripciones, de documentos escritos y tradiciones orales que cambiaron con el tiempo. Según las doctrinas judía y cristiana la inspiración divina no impide que el escritor haya combinado historia y fantasía en un mismo relato. Por eso judíos y cristianos creen que sólo una exégesis autorizada ―cada grupo religioso, eso sí, solo suele reconocer a sus propios exégetas― puede interpretar válidamente los textos bíblicos. En determinados pasajes el resultado final del proceso de escudriñar las Escrituras sagradas es muy diferente según la religión del intérprete.

      Los racionalistas modernos, influidos por la filosofía hegeliana de la historia, reconocen valor histórico en la Biblia pero niegan su autoría divina y rechazan, por tanto, su carácter sagrado. Según ellos la investigación bíblica ha de realizarse con la misma visión crítica que el historiador emplea para analizar cualquier documento antiguo. No excluyen, pues, la eventualidad de importantes errores en su contenido y tampoco niegan ―y en esto coinciden con judíos y cristianos― que existan omisiones y exageraciones que desvirtúen el conocimiento que la obra aporta sobre la historia de los judíos y de otros pueblos.

      El teólogo protestante alemán Julius Wellhausen (1844-1918), por ejemplo, reinterpretó la historia bíblica desde la dialéctica hegeliana y negó la redacción mosaica del Pentateuco; según su parecer esos cinco libros habrían sido redactados más tarde, tras la unificación de distintas tradiciones orales y escritas. Desde esta perspectiva es grande el riesgo de utilizar la Biblia como única fuente histórica por el peligro de hacer de la fantasía, historia, y de la historia, fantasía. Deben ser, pues, expertos bíblicos, historiadores e investigadores de diversas ramas quienes identifiquen qué partes de la Biblia son historia y cuáles literatura.

      Otros historiadores alemanes escépticos sobre el contenido de la Biblia afirmaron que el pueblo judío no procede de un tronco común que deba buscarse en los tiempos históricos más remotos. Ese era según ellos el error al que podría llevarnos la creencia literal en los textos bíblicos. En opinión de esta escuela, en la actualidad con escasos apoyos, los hebreos carecen de un pasado anterior al siglo XII a.C. y no existiría por tanto una era patriarcal, ni un periodo de esclavitud en Egipto, ni años de conquista posterior del territorio de asentamiento. De acuerdo con estos autores el pueblo se habría formado cuando, en tierra cananea, comenzaron a unirse clanes de distintos orígenes hasta constituir una organización en doce tribus. Conforme a esta teoría el patrimonio común a ese sistema sería la adoración de la misma divinidad, Yahvé.

      A pesar de las dificultades, a nadie sensato se le ocurre excluir la Biblia como fuente histórica, tan reveladora por el mero hecho de existir. Aunque tales experimentos no han faltado, no caeremos nosotros en ese error. Para conocer los tiempos remotos y otros más cercanos de la historia hebrea ―los Patriarcas, Moisés, el Éxodo, la Alianza, la entrada de las tribus en Canaán, la monarquía, el destierro, etc.― y tratar de comprender la percepción que los propios judíos tuvieron de sí mismos y de su diferencia respecto a los demás recurriremos a textos bíblicos, refiriendo algunas de las interpretaciones que se les han dado. Hasta quienes dudan seriamente de la Biblia ―como el profesor italiano Jan Alberto Soggin― reconocen que es la principal fuente histórica que existe hasta una fecha tan avanzada como el siglo IX a.C.

      El hecho de que muchos pasajes bíblicos se hayan redactado en periodos posteriores a su contenido no conlleva necesariamente la falsedad de este. En la mayoría de los casos dichos textos no hacen más que recoger antiguas tradiciones que fueron pasando de padres a hijos. Muchas veces su fiabilidad supera ciertas teorías contemporáneas ―algunas completamente distintas entre sí― que surgen sin apoyo de fuentes textuales o arqueológicas o que se fundamentan en suposiciones tan subjetivas y originales que, en último término, resultan increíbles.

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