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preguntas por mi nombre?” Y le bendijo allí mismo.

      «Jacob llamó a aquel lugar Penuel, pues (se dijo): “He visto a Dios cara a cara, y tengo la vida salva.” El sol salió así que hubo pasado Penuel, pero él cojeaba del muslo, por haber sido tocado Jacob en la articulación femoral, en el nervio ciático.»

      Reconciliado por fin con su hermano, Jacob se separó de Esaú y marchó con su familia y su ganado al enclave cananeo de Siquén. Como hizo Abrahán, también Jacob compró tierra, «la parcela de campo donde había desplegado su tienda, erigió allí un altar y lo llamó de ‘El’, Dios de Israel». No mucho tiempo después, un grave incidente ―la violación de una hija de Jacob por el hijo del señor local― y sus consecuencias forzaron al clan del patriarca a salir del territorio. El suceso enfureció a los hermanos de la víctima, que asesinaron a muchos habitantes de la ciudad, haciendo insostenible la situación. Con sus hijos y propiedades Jacob se encaminó entonces hacia Betel donde, nuevamente, recibió de Yahvé las promesas hechas a sus antepasados y fue confirmado con el nombre de «Israel»:

      «Díjole Dios: “Tu nombre es Jacob, pero ya no te llamarás Jacob, sino que tu nombre será Israel.” Y le llamó Israel. Díjole Dios: “Yo soy El Sadday. Sé fecundo y multiplícate. Un pueblo, una multitud de pueblos tomará origen de ti y saldrán reyes de tus entrañas. La tierra que di a Abrahán e Isaac, te la doy a ti y a tu descendencia.” Y Dios subió de su lado.»

      De momento, esa gran descendencia estaba sólo en sus comienzos y la tierra siguió siendo una promesa. La vida, nómada, transcurrió de un lugar a otro de la región suroriental del territorio cananeo, cada vez más familiar para el clan. En Mambré, en la propia Hebrón, Jacob encontró a su anciano padre Isaac, que pronto murió y fue enterrado por sus hijos Jacob y Esaú. Los dos hermanos siguieron rutas distintas: Esaú se estableció en Seír con sus mujeres cananeas y el resto de su familia, y sus hijos y los hijos de éstos se extendieron progresivamente por Edom (Idumea); Jacob, sin embargo, «se estableció en el que fue país residencial de su padre, Canaán».

      A partir de este momento, el Génesis se extiende narrando la historia de José. La predilección de Jacob por su hijo José despertó recelos entre los demás hermanos, que terminaron vendiéndole a unos mercaderes. Después hicieron creer al padre que José había muerto, atacado por un animal. Pero José fue de nuevo vendido en Egipto, donde no sin problemas por ser honrado consiguió prosperar, hasta convertirse en primer ministro del faraón. Se sucedieron al principio años de abundantes cosechas, tras los que llegaron tiempos de gran escasez para Egipto y extensas zonas de Oriente Próximo. Gracias a la prudencia de José y a diferencia de otras regiones, Egipto tenía reservas de grano. Por eso Jacob envió a sus hijos a Egipto para comprar provisiones y José, que les atendió directamente, sólo se dio a conocer a sus hermanos tras probar su honradez. Perdonada la afrenta, José expresó su deseo de tener cerca a su familia, logrando el favor del faraón.

      «La cosa cayó bien al faraón y a sus siervos, y el faraón dijo a José: “Di a tus hermanos: Haced esto: Cargad vuestras acémilas y poneos inmediatamente en marcha hacia Canaán, tomad a vuestro padre y vuestras familias, y venid a mí, que yo os daré lo mejor de Egipto, y comeréis lo más pingüe del país. Por tu parte, ordénales: Haced esto: Tomad de Egipto carretas para vuestros pequeños y mujeres, y os traéis a vuestro padre. Y vosotros mismos no tengáis pena de vuestras cosas, que lo mejor de Egipto será para vosotros.»

      Informado por sus hijos de la existencia de José y de su situación en Egipto, Jacob se emocionó y decidió verle. ¿Era buena decisión salir de Canaán con toda la familia y las pertenencias? Las posibles dudas de Jacob sobre la conveniencia del traslado desaparecieron tras conversar con Dios:

      «Partió Israel con todas sus pertenencias y llegó a Berseba, donde hizo sacrificios al Dios de su padre Isaac. Y dijo Dios a Israel en visión nocturna: “¡Jacob, Jacob!” ―“Aquí estoy”, respondió. ―“Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas bajar a Egipto, porque allí te haré una gran nación. Bajaré contigo a Egipto y yo mismo te subiré también. José te cerrará los ojos.” Jacob partió de Berseba y los hijos de Israel montaron a su padre Jacob, así como a sus pequeños y mujeres, en las carretas que había mandado el faraón para transportarle.

      «También tomaron sus ganados y la hacienda lograda en Canaán, y fueron a Egipto, Jacob y toda su descendencia con él. Sus hijos y nietos, sus hijas y nietas: a toda su descendencia se la llevó consigo a Egipto.»

      La llegada de Jacob y su linaje a Egipto, fechada en el siglo XVII a.C., constituye una de las primeras migraciones semitas al país de los faraones. Por entonces el norte de Egipto estaba controlado por los hicsos, pueblo identificado con los amalecitas por los investigadores Velikovsky y Courville, que pudo verse forzado a marchar de sus tierras desde la expansión hitita por la Alta Siria. Tras su entrada en Egipto ―aún se discute si hubo invasión o colonización progresiva― los hicsos consiguieron dominar la zona septentrional de un país que, en ese momento, atravesaba una crisis de poder. Gracias a ello fundaron sucesivamente las dinastías faraónicas XV y XVI e implantaron desde su capital en Menfis cambios sociales, políticos y culturales. En el sur de Egipto, mientras, el gobierno se ejercía a duras penas desde Tebas (se cree que la dinastía XVII tebana coexistió con la XVI de los hicsos) que pagaba tributos al norte a la espera de reunir fuerzas suficientes para expulsar a los extranjeros. Poco más de un siglo tardaron en conseguirlo, dando comienzo entonces el Imperio Nuevo.

      Por lo que respecta al relato de José, algunos autores han negado su valor histórico y, por tanto, su relación con la llegada de los israelitas a Egipto. Pero no interesa detenernos en un tema que repiten sin pruebas fehacientes ciertos artículos y obras de las últimas décadas (caso, por ejemplo, de los escritos del afamado profesor italiano Jan Alberto Soggin) sino reconstruir a grandes trazos la «memoria» del pueblo judío. Y en esa «memoria» ocupa un lugar la historia de José. Siguiendo, pues, el relato de José incluido en el Génesis, tras años de estancia de Jacob en Egipto («diecisiete años, siendo los días de Jacob, los años de su vida, ciento cuarenta y siete años»), antes de morir comunicó a su hijo José sus deseos sobre el lugar de su propio enterramiento:

      «Cuando los días de Israel tocaron a su fin, llamó a su hijo José y le dijo: “Si he hallado gracia a tus ojos, pon tu mano debajo de mi muslo y hazme este favor y lealtad: No me sepultes en Egipto. Cuando yo me acueste con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos.” Respondió: “Yo haré según tu palabra.” ―“Júramelo”, dijo. Y José se lo juró. Entonces Israel se inclinó sobre la cabecera de su lecho.»

      Cercano ya su fallecimiento el Patriarca adoptó y bendijo a Manasés y a Efraín, hijos de José, anteponiendo el menor al mayor. Después Jacob bendijo a sus hijos, augurando a algunos malos presagios. La alabanza que dedica a Judá predice un porvenir especial:

      «A ti, Judá, te alaben tus hermanos; tu mano en la cerviz de tus enemigos: ¡inclínense ante ti los hijos de tu padre! Cachorro de león, Judá; de la caza, hijo mío, vuelves; se agacha, se echa cual león o cual leona, ¿quién le va a desafiar? No se irá cetro de mano de Judá, bastón de mando de entre sus piernas, hasta que venga el que le pertenece, y al que harán homenaje los pueblos. El que ata a la vid su borrico y a la cepa el pollino de su asna; el que lava en vino su túnica y en sangre de uvas su sayo; el de ojos rubicundos por el vino, y blanquean sus dientes más que leche.»

      Terminadas las bendiciones Jacob insistió a sus hijos en su deseo de ser enterrado en Canaán, y así ocurrió a su muerte. La vida siguió en Egipto para la familia. José aseguró el bienestar futuro de sus hermanos y sobrinos, y pudo conocer a parte de su descendencia. Antes de morir José garantizó a sus hermanos la vuelta al país de sus padres y les pidió que, llegado el momento, trasladaran allí su cadáver.

      El mencionado historiador Siegfried Herrmann ofrece una visión de conjunto de los capítulos del Génesis que relacionan genealogías patriarcales con lugares. Aun reconociendo que «no se debe exagerar esta visión de conjunto», Herrmann admite la objetividad de esos datos:

      «De este sistema hay que decir lo mismo que del catálogo de los pueblos. Se presupone que

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