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a aparecer tiendas poco a poco, vuelve el paisaje lleno de arrozales de la triste carretera provincial 131. Camino paso a paso aferrándome a las siguientes palabras: «La belleza no puede ser práctica, el lujo es incómodo».

      IV

      Lo que más me sorprendió cuando empecé a vivir en Shimotsuma fue que, a la hora de la comida, todos llevaban bolas de arroz envueltas en vainas de bambú y langosta cocida en salsa de soja dulce como acompañamiento. Es mentira; por mucho que sea un pueblo, la gente de Shimotsuma no vive tan atrasada en el tiempo. Empiezo de nuevo; lo que más me sorprendió fue que si estabas enferma e ibas al médico, si se trataba de algo interno, como un dolor de tripa o un catarro, te recetaban siempre daranisuke, y si tenía relación con algo externo, como cortes o contusiones, una pomada de aloe vera. Esto también es mentira cochina, lo siento. Lo que me sorprendió de verdad de la buena es la enorme cantidad de yankis que había. Puede sonar raro eso de que me sorprendí de la cantidad, habiendo nacido y crecido en el área de Amagasaki con mayor población de yankis, pero las vestimentas y las formas de actuar de los de Amagasaki y de los de Shimotsuma —o mejor dicho, de los yankis de Ibaraki— eran no un poco, sino enormemente distintas.

      Un yanki es fundamentalmente un yanki y su esencia debería ser la misma, pero los de Shimotsuma parecían no poder dejar atrás la cultura yanki de la generación anterior. Aunque desconozco del todo esta cultura, parece que entre los yanquis de Amagasaki estaba de moda teñirse el pelo de tono naranja, o de morado, o hacerse mechas. Pero los de Shimotsuma seguían llevando a estas alturas peinados sorikomi y permanentes exageradas. También había algunos parecidos con los gangsta, pero la original moda hip-hop desarreglada y holgada de esa tribu urbana se convertía en simple dejadez al pasarla a la moda de Shimotsuma, y los que la seguían tenían pinta de estar copiando a sus viejos con ropa de fin de semana. Así que, aunque se les llamara gangsta, esas pintas no podían entenderse más que como una adaptación del estilo yanki. Todas las chicas del instituto todavía seguían llevando calentadores. La fama de Alba Rosa y Egoist (pero solo productos con logo) gozaba de buena salud entre la tribu de las chicas kogal, que eran sensibles a la moda y viajaban con frecuencia a Tokio, pero parecía que a Ibaraki no habían llegado noticias de la revolución que Cecil McBee causaba en esos momentos.

      ¿Por qué hay un desfase temporal tan grande en cultura y tendencias pese a estar al lado de Tokio? ¿Es que la pésima accesibilidad que supone tardar dos asquerosas horas en tren hace que la información también se retrase en la era de internet, donde las noticias llegan en un instante a todo el mundo? ¿No será que Ibaraki quiere aislarse del resto del país? Tenía la cabeza hecha un lío.

      No podía existir algo como las lolitas en Ibaraki, ni por lo tanto tampoco en Shimotsuma. Creo que es muy posible que la gente de Ibaraki no sepa qué es el estilo lolita. Cuando no llevaba el uniforme escolar, esto es, cuando me envolvía en mi ropa de Baby, the Stars Shine Bright y recuperaba mi forma original de lolita, la gente se quedaba mirándome de arriba abajo y me señalaba como si fuera una criatura fantástica. Recuerdo en esa época a un grupo de chicos yankis comentando entre ellos: «Ahí hay una chica con unas pintas rarísimas», «¿Cuál? ¡Oh, ¿qué es eso?!», «Estará mal de la cabeza…», «A lo mejor sale de un rodaje de televisión», «Entonces ¿será famosa?», «Pero si es muy fea», «Aunque sea fea, si es famosa y no le pedimos un autógrafo, será una cagada», y se pusieron a seguirme. Aceleré bruscamente el paso para escapar, pero, por culpa de las plataformas de las Rocking Horse, caí a medio camino, dando de bruces contra el suelo para terminar empapada de sangre que me chorreaba de la nariz. Y, pese a todo, no dejé de ser una lolita. Pase lo que pase, ser lolita es mi razón de ser. Dicho de forma compleja, es mi identity. Abandonar eso sería engañarme a mí misma.

      Los días libres iba sin falta a Tokio. Cambiaba de la línea Jōsō a la Jōban, seguía hasta la estación de Ueno, desde ahí cogía la línea Yamanote y salía en Shibuya, donde hacía transbordo a la línea Tōyoko para una sola parada y llegar a mi objetivo: Daikanyama. Aguantaba ese larguísimo camino hasta Daikanyama para cumplir un único propósito. Mi objetivo era echarle un vistazo a la tienda física de mi amada Baby, the Stars Shine Bright. Desde hacía mucho, me encantaban los adorables vestidos de lolita de Jane Marple o Milk, y desde que era estudiante de secundaria empecé a verlos en las revistas de moda y a pensar entre suspiros: «Qué bonito…, qué bien está…, lo quiero…, pero no tengo tanto dinero para comprarlo…». Así que tomé la determinación de que ahorraría dinero de alguna manera y, cuando llegara al instituto, compraría ropa lolita y me la pondría sin falta.

      Parece que el nombre de la maison Baby, the Stars Shine Bright —que es tan excesivamente largo que la primera vez que lo escuchas no puedes recordarlo, y a la décima tampoco puedes decirlo bien— fue tomado del título del cuarto álbum del grupo Everything But the Girl. Yo pensaba: «¿Está bien copiar así el título del disco de alguien y ponérselo de nombre a tu marca? ¿No habrá problemas con los derechos de autor? Pero mirándolo bien, como en el caso de Jane Marple han cogido el nombre de la detective anciana que sale en las novelas de Agatha Christie y lo utilizan tal cual, probablemente no pasará nada». Este modo de apropiación, de préstamo de nombre, no tenía absolutamente nada que ver con el uso no autorizado del nombre de Versace que hacía el inútil de mi padre.

      Baby, the Stars Shine Bright lleva fabricando ropa fantástica para chicas desde que se creó en 1988 y, aunque durante un tiempo se dedicó a vender por encargo a través de tiendas selectas, en 1999 abrió su tienda física en Tokio, en Daikanyama. En esa época la tienda estaba administrada por cuatro o cinco personas: Akinori Isobe, el diseñador principal, que decidió fundar su propia maison después de haber trabajado para Atsuki Onishi y otros pequeños fabricantes; Fumi Isobe, que había trabajado en Atsuki Onishi y después trabajó en 45RPM; y en torno a estos dos, los vendedores (pero ahora parece que tienen más personal). Durante algún tiempo mantuvieron una política empresarial poco clara y, bien por falta de ganas o porque no tenían dinero para contratar personal de tienda, se permitían el lujo de abrir solo los sábados, domingos y festivos, pese a estar en la zona más lujosa de Daikanyama. De algún modo llegaron a adoptar la costumbre de abrir lunes, miércoles y viernes de tres a siete de la tarde y sábados, domingos y festivos de una a siete de la tarde, aunque en la actualidad tienen un horario comercial similar al de cualquier tienda. Parece ser que han inaugurado otra tienda en Osaka. ¿Por qué abren en Osaka justo cuando me voy de Amagasaki? ¿Tan mala

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