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que son la industria principal de la región, y por mucho que fuerce la vista no se parecen lo más mínimo a un tapete verde. Camine hacia donde camine: arrozal y arrozal. Mire donde mire: arrozal y arrozal. En todas direcciones: arrozal, arrozal, arrozal y arrozal. De esquina a esquina: arrozal y arrozal. ¡Jo! Es como para volverse neurótica: arrozal, arrozal, arrozal y arrozal. Arrozal, arrozal, arrozal… De arriba abajo, arrozal y arrozal. Ahora y siempre, arrozal y arrozal. Toda la creación, arrozal y arrozal. También hay alguna huerta, pero básicamente arrozales. Dejadme que recupere un poco el aliento, que aunque pueda parecer repetitivo, aún no lo he dejado claro del todo: arrozal, arrozal, arrozal, arrozal, arrozal, arrozal, arrozal, arrozal… Tengo la tenue esperanza de que, repitiéndolo mucho, en algún momento «arrozal» se convierta en «musical»2, pero las probabilidades de que suceda son las mismas que las de oír a un sapo croando melodías de bandoneón. Vamos, que esto está indiscriminada, ilimitada, inútil, inconsciente e infinitamente plagado de arrozales.

      Cuando voy por ese camino rodeado de arrozales con mi ropa de Baby, the Stars Shine Bright, alguna viejecita que trabaja encorvada en las plantaciones con una toalla enrollada en la cabeza se queda mirándome fijamente, y me pregunta sin falta: «¿Qué festival se celebraba hoy?». En esas ocasiones me veo obligada a explicarle que ese día no hay ningún festival. Aunque las lolitas combinen bien con la campiña europea, no son nada apropiadas en los arrozales de Japón.

      Shimotsuma, que es el lugar donde vivo, es un sitio rural hasta decir basta. Hasta el acceso es un horror. Al principio, cuando se decidió que nos mudábamos a Ibaraki, me lo tomé como una victoria. Esto se debió a que, hasta entonces, había vivido en Amagasaki, en la prefectura de Hyōgo.

      ¿Conocéis Amagasaki? Es una ciudad extremadamente discreta. Está situada justo entre Osaka y Hyōgo y, pese a no ser una gran ciudad, es en cierto modo abierta. Aunque en esa «apertura» hay problemas. Casi todos sus habitantes son yankis o antiguos yankis. La mayoría de los residentes de Amagasaki han nacido en Amagasaki y han sido criados por antiguos yankis que también fueron criados ahí, así que, como es natural, también se han convertido en yankis. El distrito comercial es muy variado, con montones de tiendas de ropa falsificada, prestamistas sospechosos o salones de pachinko. Los bares son muy baratos, y hay locales donde fácilmente puedes comerte un bol de ramen por cien yenes. Todos los negocios de restauración, incluyendo un montón de lugares de yakiniku (un número demasiado elevado, no sé por qué), compiten entre ellos tirando los precios por los suelos. Aunque con este panorama podría parecer que la ciudad rebosa de actividad, no es así. Para triunfar en los negocios, la gente de Amagasaki no piensa en los demás, sino en vender lo más barato posible. Además, los consumidores también muestran únicamente interés por lo barato. Los habitantes de Amagasaki no conceden importancia a la calidad del producto o al valor añadido. Cuando el escándalo de las vacas locas estaba en plena ebullición, oí en las noticias que los restaurantes de todas las ciudades se estaban yendo a la quiebra. Pero los yakiniku baratos de Amagasaki estaban a reventar de gente. La gente de Amagasaki no se paraba a pensar: «Tal vez, como me están dando una carne tan barata…». Bueno, si vieran las noticias lo pensarían. Lo que tal vez significa que la gente de Amagasaki no ve las noticias en la televisión. Y de periódicos solo leen la prensa deportiva.

      La mayoría de los que pasean por el distrito comercial van en chándal de la cabeza a los pies. Es lo natural en Amagasaki. Los que viven en Amagasaki se crían, se casan, tienen hijos y mueren vistiendo un chándal en Amagasaki. Amagasaki pertenece a la prefectura de Hyōgo, pero, por algún motivo, el prefijo telefónico no es el 078 de Hyōgo, sino el 06 de Osaka. A muchos de los habitantes de Amagasaki parece alegrarlos esto porque les resulta conveniente poder llamar con el prefijo de Osaka sin ser de ahí, aunque yo tengo sentimientos encontrados al respecto. Hyōgo tiene su centro en Kobe, e incluye la zona de Ashiya, donde viven todos los ricachones, y desde hace mucho intenta proyectar una imagen de barrio de alta sociedad. Supongo que por eso para Hyōgo no es aceptable que se reconozca El Paraíso del Chándal de Amagasaki como parte de ella. ¿No será que lo que Hyōgo pretende realmente es reforzar su imagen de marca, aprovechando cualquier oportunidad posible para meter a Amagasaki en la ordinaria y tosca prefectura de Osaka? Tal vez Hyōgo plantea: «Ojalá Amagasaki no existiera. Desde ahora intentaremos en la medida de lo posible que sea un territorio muerto». Sospecho que, precisamente por eso, se sigue aceptando sin discusión que el prefijo sea el 06. Me da que, si la prefectura de Osaka dijera: «¡Eh! En lo que respecta a Amagasaki…, ¿nos la dais?», la prefectura de Hyōgo se la transferiría en un momento sin oponer resistencia.

      Como nací y me crié en Amagasaki, es normal que estuviera muy acomplejada. Por ejemplo, cuando iba de compras —como no había nada que comprar tenía que irme a Osaka, por supuesto, principalmente hasta la estación de Umeda— me moría de vergüenza si tenía que dar mi dirección para hacer algún encargo en las tiendas. El simple hecho de escribir «Amagasaki» me hacía pensar que todo el mundo me miraba con ojos tristes y prejuiciosos. Daba la sensación de que, detrás de su sonrisita falsa, pensaban: «Aunque vayas muy mona, en el fondo eres una chiquilla del País de los Chándales, ¿verdad?».

      Para comprar la ropa de Baby, the Stars Shine Bright iba a Maria Teresa, una tienda ubicada en el edifico EST1 de Umeda que ofrecía moda lolita de tiendas como Jane Marple o Milk, y cuando no podía ir, la compraba por internet a través de la propia web de Baby, the Stars Shine Bright. Esta solo tiene una tienda física de venta al público en Daikanyama, en Tokio. Cuando me dijeron que nos mudábamos a Ibaraki, la idea de que, aunque no se tratara de Tokio, estaba al lado y podría hacer el viaje de ida y vuelta en un mismo día hizo que mis sueños comenzaran a inflarse como la boca de una rana nigromaculata. Pero, después de habernos mudado, Shimotsuma resultó no ser más que una «maravillosa» zona agrícola en la que solo había arrozales, arrozales y arrozales. Es cierto que se puede ir y volver en un día a la tienda de Baby de Daikanyama en Tokio, pero para ello tienes que dedicar literalmente un día entero al viaje.

      Cuando me enteré de que Daikanyama estaba tan cerca pero tan lejos, me dio un ligero vahído. Para eso habría sido mucho mejor haber seguido viviendo en Amagasaki con los yankis. ¡Jolines, jolines, jolines! Desde el barrio de Yokone, que es donde está mi casa, hasta la estación de Shimotsuma se tardan como mínimo treinta minutos a pie. Corriendo, veinte minutos. También hay autobús pero, por increíble que parezca, solo pasa dos veces en todo el día: una por la mañana y una por la noche. Y cuando por fin termina la odisea de llegar a la estación, todavía necesitas un montón de tiempo y esfuerzo para llegar a Tokio.

      Por eso la gente de Shimotsuma, en general, tiene carné de conducir coche. Los estudiantes de instituto tienen carné de moto. Sin carné, es imposible vivir en Shimotsuma. Los que no tienen carné de coche ni de moto tienen bicicleta. Por lo general, es una bici de paseo con cesta, conocida como mamachari. Se trata de un elemento indispensable para todo estudiante de Shimotsuma. Pero yo no voy en ninguna mamachari. Nunca, nunca montaré en algo como eso, por dignidad. Por eso, cuando tengo que ir a la estación de Shimotsuma, sé que me espera un mínimo de treinta minutos a pie por el campo, es decir, caminando entre vulgares arrozales.

      Puede que Shimotsuma no sea una isla, pero yo sentía como si me hubieran desterrado en una. Aunque Amagasaki fuera una porquería de ciudad, por lo menos tenía buenas conexiones ferroviarias y podías viajar a Kobe o a Osaka con relativa facilidad. Si tienes pensado ir desde la estación de Shimotsuma a Tokio, lo primero que debes hacer es subir en el tren local de la línea Jōsō y no bajar hasta Toride. Solo pasan dos trenes cada hora, y para colmo son de un solo vagón y, además, cuentan únicamente con un conductor, ni revisor ni nada.

      Con el tiempo, he descubierto que la estación de Shimotsuma es extremadamente lujosa en comparación con el resto de estaciones de la línea Jōsō. Los trenes de la línea Jōsō traquetean mientras avanzan a velocidad de tortuga entre los arrozales. Sus paradas tienen aspecto de paradas de autobús, con un simple alero para resguardarse de la lluvia. Si no eres de la zona, puede parecerte imposible que tal cantidad de lugares desolados sean en realidad estaciones de tren. Algunas parecen tiendas de verduras desiertas que alguien montó y abandonó a un lado del camino de los arrozales. En ese aspecto, Shimotsuma es una estación de lujo. Hay tornos para entrar en la estación,

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