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luego no podían permanecer de pie mucho rato. El estímulo más leve les causaba problemas para respirar y se desmayaban, así que otros tenían que cargar con ellas. Esto les confería encanto como damas. Y ese era el tipo de valores que imperaba durante el periodo rococó. El pelo se recogía arriba y más arriba, y encima de todo se colocaba un gran sombrero. Se necesitaban incontables horas y ayudantes para terminar los peinados, y gracias a ellos la estatura podía llegar hasta casi doblarse. En el periodo rococó había muchas damas que, con esa indumentaria, no podían pasar del vestíbulo de sus mansiones ni poniéndose de rodillas, y terminaban por no asistir a las fiestas a las que se habían comprometido. Esos comportamientos estúpidos, que gente como Diderot consideraba modas tontas que se alejaban del sentido común, no pueden ser más que admirados por las personas que albergamos el espíritu rococó. ¿Podemos ser felices dando prioridad al sentido común? ¿No se nos dice que la felicidad se consigue con sufrimiento? Si tengo que sufrir, prefiero la infelicidad. Porque nosotros los rococós sabemos que no hay nada más infeliz que el día de nuestro nacimiento.

      También se dice del rococó que es un periodo obsceno donde bajo el concepto de elegancia se encontraba la veneración de los placeres mundanos. Jo… no me gusta eso de «obsceno», es muy vulgar… Es verdad que, a ojos del estudioso contemporáneo, la vida de las damas del rococó puede parecer algo escandaloso. El día de una dama normal seguía la siguiente agenda:

      A las once de la mañana aproximadamente te despiertas. Como ladra el perrito que tienes en tu habitación, te recuestas a un lado de la cama y lo subes contigo mientras te frotas los ojos, remoloneando. Cuando te aburres de remolonear, sales de la cama y descorres un poco las cortinas, compruebas qué tiempo hace y vuelves a dejar la habitación a oscuras. Tocas una campanita y llamas a la doncella. Mientras te tomas a sorbitos el té que te ha traído, aparece otra doncella. Ahora que ya hay dos, es hora de vestirse. Te quitan el camisón y te ponen una ropa interior sencilla (no haces nada por ti misma), y cuando han terminado, incluso si no estás enferma, cada una coge uno de tus hombros y te arrastran lentamente entre las dos hasta el tocador. Aquí se toman su tiempo en maquillarte, y cuando han terminado te llevan al vestidor, donde eliges la ropa. Después, la comida. Y luego, hasta que anochece, pasas el rato dando paseos, jugando a las cartas (que escrito así parece bonito, pero se trata de apostar, ¿eh?, de apostar), montando en barco o a caballo. Por la noche, vas a recitales de música, a ver obras de teatro, a divertirte en el baile… Por supuesto, comes cuando es necesario. Te tomas tu tiempo con muchos platos deliciosos, grandes raciones y rebañando con avidez la vajilla. A medida que va entrando la noche, se disfruta de actividades más indecorosas. Para la gente del rococó no se trataba de cosas indecentes, sino de una especie de juegos, algo así como un deporte. Y poco después, a acostarse. Aunque pueda decirse que es un estilo de vida perezoso y obsceno, ¿no es acaso un estilo de vida puramente estético?

      Entre las gentes del rococó se pusieron de moda divertimentos de muchas clases. De entre todos, el más extendido era el bordado. Pasatiempos como el bordado, la lectura y otros eran apreciados para el disfrute individual entre las mujeres de la nobleza desde antes del rococó pero, por algún motivo, al comenzar el periodo también los caballeros se vieron atraídos por ellos.

      Del rococó también se dice que es un periodo de feminización del hombre en cuanto a vestimenta y otros aspectos, pero no deja de ser cómico imaginar a honorables caballeros barbudos y de buena posición afanándose en asuntos militares y políticos al tiempo que disfrutan apañando sus bordados. «¡Eh, lord Simon, he conseguido dominar el punto de festón doble!», «¡Cómo mola, lord Saxon! Yo es que soy un poco torpe y hasta el pespunte se me da regular…», «Después de la próxima cacería del zorro, tráete el lápiz tiza, el bastidor y las agujas para bordar, que yo te enseño», «Ay, muchas gracias. ¡Oye! ¿Qué te parece si montamos un club de bordado con algunos de los chicos y contigo como líder?», «Eso podría estar bien», «Pero lo mantendremos en secreto frente a las mujeres. Prohibido contárselo o hacerlas socias, que las mujeres no se toman las prácticas en serio. ¡Organicemos también un intensivo en verano!». ¡Ah, qué tontería el rococó! Pero la belleza suprema solo puede existir en los límites de la tontería.

      II

      Por todos estos motivos yo, como rococó que soy, imito esas actitudes, y desde secundaria estudio sin cesar el bordado como afición. En secundaria entré en el club de labores, que me sirvió como toma de contacto con el bordado, aunque lo que más me gustó fue el proceso individual y silencioso de completar poco a poco una obra. Al llegar al instituto desperté al mundo lolita y comenzó mi interés por el rococó; cuando supe que durante ese periodo tuvo lugar el boom del bordado, me subió de golpe la fiebre costurera. No está bien que yo lo diga, pero creo que mi destreza con este arte es considerable.

      En lo que respecta a otras cosas que estaban de moda durante el rococó, dejando de lado la búsqueda de la belleza artificial en la vestimenta y la vida cotidiana, tenemos la admiración por la naturaleza, los campos y bosques, que llevaba a la nobleza a abandonar la capital los días festivos para pasar el tiempo al aire libre. Aunque normalmente vivían en Versalles o en los alrededores de París, lo más estiloso para la nobleza rococó era marcharse de vacaciones al campo y pasar unos meses en una villa de provincias para olvidarse de los líos de la capital. Que se retiraran a la campiña no significa que llevaran una vida sencilla. Dentro de sus villas tenían exactamente la misma cantidad de muebles, utensilios, ropa y criados que cuando vivían en la capital. Vestían sus infladas faldas sobre sus inflados miriñaques, el pelo recogido hacia arriba y decorado con plumas y flores, un abanico en la mano izquierda y un parasol en la derecha, y paseaban acompañadas de su servicio haciéndose notar por sus tierras. Aunque eran un incordio para los campesinos de la zona, no es que estos pudieran quejarse, ya que las villas estaban construidas en terrenos que eran propiedad de los visitantes, que también abarcaban las zonas de alrededor y que convertían a los demás en arrendatarios. Este regreso a la naturaleza (¿?) y la afición por el campo fueron tomados como algo muy intelectual en esa época, y a todas las personas cultas les dio por salir a la campiña.

      La nobleza intelectual del periodo rococó amaba el campo. Se morían por abandonar sus ciudades y quedarse en el mundo rural. No puedo ocultar mi fascinación cuando imagino la figura increíblemente decorativa de esas nobles, paseando por praderas que se extienden como tapetes verdes con frondosos bosques en la lejanía; unas figuras completamente fuera de lugar, de una belleza sin duda opuesta a la voluntad de Dios, una belleza artificial y perversa hasta el extremo. Aunque yo viva en una época distinta, mi espíritu es rococó. Debería poder bajar al pueblo vestida de lolita como acto de elegancia. Y sin embargo…, sin embargo… ¿por qué la realidad es tan dura? Llevo un vestido isabelino de una pieza que queda especialmente lindo y fabuloso, ya que combina volantes blancos sobre un cuerpo rojo, un encaje estampado de rosas cosido en el centro del pecho, mangas acampanadas que se abren enormes en los puños (adornados con encajes) y una falda con cuatro capas de volantes. Se le podría añadir una capa de encaje, aunque no le hace falta porque así ya es lo suficientemente mono. Mi corte de pelo es de estilo princesa con tirabuzones, y sobre la cabeza llevo un sombrerito bretón de fieltro rojo donde destacan unas rosas de encaje Schiffli. Visto unas calzas blancas rematadas con volantes. Todo lo que llevo puesto, a excepción de unas bailarinas negras Rocking Horse de Vivienne Westwood, que son el deseo de toda lolita y no pude evitar comprar porque pegan con cualquier estilo de lolita, es de mi amada tienda Baby, the Stars Shine Bright. Con mi atuendo y el corazón a tope de rococó, cruzo los campos que se extienden entre mi casa y la estación, pero por mucho que camine no consigo sumergirme en el estado de ánimo del movimiento.

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