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que las facciones tayikas y uzbecas del Frente Unido optaron por cambiar su postura hacia los gobiernos de Emomali Rahmon e Islam Karimov, el miu decidió aliarse al talibán en la lucha contra el Frente Unido a cambio de su apoyo para establecer sus bases en el norte de Afganistán, y desde allí emprender acciones en Uzbekistán y el resto del valle de Ferganá. Desde finales de 1999 el miu participó en las ofensivas del talibán en las provincias del norte y entró en relación directa con Al Qaeda y Osama bin Laden, con lo cual comenzó su inmersión dentro de la corriente yihadista global. Hasta ese momento la visión del miu acerca de la yihad había sido bastante simplista, a pesar de las pretensiones teológicas de Yuldashev y del paso de algunos de sus militantes por madrasas pakistaníes (Brill, 2007, p. 28).

      El segundo periodo corresponde al capítulo pakistaní del miu. Bajo la presión de la campaña militar de Estados Unidos en Afganistán después de los atentados del 11/09, el miu siguió la misma estrategia del talibán y de Al Qaeda de cruzar la frontera con Pakistán para buscar refugio en Waziristán, una de las agencias autónomas de las Áreas Tribales Federalmente Administradas (fata, por sus siglas en inglés) (Baltar, 2009, pp. 57-60). La nueva realidad provocó una escisión dentro de la agrupación islamista entre quienes insistían en la lucha contra Karímov y los partidarios de unirse a la yihad global, lo que llevó a la formación del Grupo de la Yihad Islámica a principios de 2002, que cambiaría el nombre por el de Unión de la Yihad Islámica (iju, por sus siglas en inglés) en 2005. Sin embargo, la lejanía geográfica que supuso el éxodo a las fata, anuló cualquier distinción de propósitos e impuso un curso muy parecido a las dos agrupaciones islamistas. En la práctica, Asia Central, en particular el valle de Ferganá, perdió su centralidad como escenario de operaciones, aunque continuó siendo una fuente de reclutamiento y blanco de actos terroristas aislados con un valor más simbólico que desestabilizador. Las acciones del miu y la iju se encaminaron principalmente a combatir, junto al talibán y a Al Qaeda, al ejército pakistaní en Waziristán y a las fuerzas de la otan en Afganistán; y también se convirtieron en un instrumento al servicio de la yihad global por su presunta participación en la ejecución de atentados y actos terroristas en Europa, Rusia y Asia Central entre 2004 y 2012 (Lang, 2017, p. 2). Aunque el exclusivismo étnico nunca tuvo importancia primordial, a medida que aumentó el compromiso del miu y la iju con la causa yihadista internacional, también se acrecentó su carácter multicultural con la incorporación de militantes centroasiáticos, azerbaiyanos, turcos e incluso pakistaníes.

      El tercer periodo inició en 2014 con la salida del miu y la iju de Waziristán, justo en el momento de la intensificación del conflicto en Siria, del ascenso de Estado Islámico (isi) y de su ruptura con Al Qaeda. Ante la dimensión de sus acciones violentas, el gobierno de Islamabad decidió endurecer su política hacia el talibán pakistaní (ttp) y ordenó una dura ofensiva militar contra sus bases en Waziristán. En consecuencia, las dos agrupaciones yihadistas se vieron obligadas a dejar el lugar que había sido su santuario por doce años. Muchos de sus militantes viajaron a Siria para integrarse a la yihad y otros se adentraron de nuevo en Afganistán, donde Estados Unidos y la otan habían evacuado al grueso de sus tropas y la responsabilidad de la seguridad había sido entregada al gobierno afgano (Baltar, 2018 y 2019). El miu y la iju adoptaron posturas distintas ante la disputa entre Abu Bakr al-Baghdadi y Aymán az Zawahirí por el liderazgo del yihadismo internacional. La primera se unió simbólicamente a isi en 2015 y poco después su líder cayó abatido en un enfrentamiento con el talibán, lo que prácticamente condujo a la desactivación de la organización. La iju, aunque muy debilitada, mantuvo la asociación con el talibán y Al Qaeda, y sus militantes siguieron participando en operaciones conjuntas en Afganistán.

      A partir de 2014 las viejas organizaciones yihadistas originarias de Asia Central perdieron importancia y sus fuerzas decrecieron considerablemente debido al éxodo hacia Siria y a los enfrentamientos entre facciones. Pero el islamismo radical asumió una nueva forma de expresión a través de la incorporación de muchos jóvenes centroasiáticos a la lucha en Siria. La propaganda islamista, y particularmente de isi, consiguió atraer voluntarios para la yihad en Siria en los cinco países de la región, y también en sus núcleos de migrantes laborales en Turquía y Rusia. De 2014 a 2017 fueron reclutados entre 2,000 y 5,000 combatientes, los cuales en muchos casos viajaron a Siria con sus familias. Con la intención de frenar el flujo, los gobiernos adoptaron leyes para imponer penas severas de prisión a los ciudadanos que de manera ilegal tomaran parte en conflictos armados y operaciones militares en territorio de otros países (Karin, 2017, pp. 16-17).

      Los combatientes centroasiáticos en Siria, tanto los veteranos de las filas del miu y la iju, como la nueva generación reclutada en la región, tendieron a formar brigadas propias de acuerdo a su adscripción étnica (jamaats), que a su vez quedaron incorporadas a formaciones yihadistas más grandes enfrentadas al régimen de Bashar al-Asad, y también entre ellas. Las de mayor notoriedad fueron el Batallón Imam Bukhari, la Katibat al Tawhid wal Jihad y la Sabri Jamaat. El primero parece haber sido organizado por viejos elementos del miu e integró a combatientes de Asia Central, sobre todo de origen uzbeco. Inicialmente subordinada aisi, después terminó uniéndose al grupo islamista rival Jabhat Fateh al-Sham, antiguo Frente Al-Nusra asociado de Al Qaeda. La segunda estuvo formada básicamente por voluntarios kirguisos y también luchó en las filas del Jabhat Fateh al-Sham. Y la tercera, compuesta principalmente de elementos tayikos y uzbecos, luchó bajo el mando de isi (Karin, 2017, pp. 23-24). Algunos de estos grupos establecieron conexiones en sus países de origen para el reclutamiento de militantes y la realización de acciones terroristas ocasionales con fines propagandísticos.

      Desde el inicio los gobiernos de la región calificaron el flujo de yihadistas como una gran amenaza potencial para la seguridad de Asia Central, preocupación que aumentó tras la derrota territorial de isi a principios de 2018 y el descenso de la yihad en Siria, debido a la posibilidad de un probable retorno de los combatientes centroasiáticos a sus lugares de origen. Hasta ahora tal temor no ha estado justificado y, en opinión de algunos, el éxodo de voluntarios lejos de ser un riesgo fue realmente beneficioso para los regímenes centroasiáticos, ya que la propia historia del miu demuestra la imposibilidad de un reflujo masivo y consideran más probable que ese potencial yihadista, en vez de regresar, se relocalice en un nuevo escenario de conflicto (Lang, 2017, p. 4). El punto no deja de ser discutible, ya que también hay ejemplos de lugares donde el repunte del islamismo estuvo asociado al regreso de veteranos yihadistas, aunque ese retorno no haya ocurrido de manera inmediata y masiva. En cualquier caso, se trata de un potencial en barbecho susceptible de activarse dentro o fuera de la región, por lo que resulta también probable que el impasse del momento constituya la antesala transicional hacia un nuevo periodo en la evolución del radicalismo islámico en Asia Central.

      Conclusión

      De lo tratado en las páginas anteriores se desprenden varias ideas esenciales que conviene destacar a modo de cierre. A pesar del férreo control estatal y el efecto disolvente de la modernización secular y atea impulsada por el régimen comunista, el poder soviético no consiguió anular totalmente el peso histórico del islam en las repúblicas de Asia Central, y en cierto grado la influencia de éste se mantuvo latente a través de la tradición cultural y de la sobrevivencia de bastiones de resistencia religiosa en el valle de Ferganá, que fueron semilleros tanto de la ortodoxia hanafí no oficial como de los primeros ideólogos del salafismo islamista. La perestroika y la descomposición política del sistema crearon las condiciones para la reversión del proceso de desislamización de la sociedad en un momento de crisis de los viejos valores, situación que allanó el camino al inicio de un resurgimiento religioso que cobró especial relevancia después de la proclamación de las independencias en 1991.

      La reislamización de las sociedades centroasiáticas constituyó en buena medida una respuesta espontánea y natural a la fuerte crisis de identidad que sobrevino luego de casi siete décadas de pertenencia a la urss. Si durante ese periodo la histórica y peculiar relación entre etnicidad y religión sirvió de cobijo al islam para conservar su presencia en Asia Central a través de la tradición popular, después de 1991 esa misma relación proporcionó un pilar esencial en la percepción de una identidad propia y diferenciada del pasado soviético. En consecuencia, el resurgimiento islámico en el periodo postsoviético ha estado asociado

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