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mental. El desgraciado me había dado uno de los mejores orales de mi vida, y le complacía saberlo aunque no se lo hubiera admitido.

      —¿Todo bien, princesa? –prendió un cigarrillo, mirando mi figura tumbada y semidesnuda, con una expresión deleitada de la que pocos hombres podían presumir. En otra ocasión, el apodo me daría vergüenza ajena, pero en la boca de Takashi, me hizo sentir singular. Tal vez el orgasmo me había afectado las neuronas–. Qué paz –suspiró extasiado, disfrutando el silencio del despacho, y me permitió verle cerrando los ojos por segundos, en un estado de calma absoluta–. ¿No estarías más cómoda en el sofá? –oí cómo dio otra calada desde arriba, y pasó los dedos suavemente por mis rodillas desnudas, por mi brazo, mi estómago, mi cara. No tenía por qué ser dulce, pero tuvo el gesto.

      —N-No, ya me voy –dije apresurada, poniéndome en pie y arreglando mi uniforme un poco. Me dejó un paquete de toallitas húmedas en el escritorio, fumando fumando y fumando. El mustio olor de la nicotina comenzó a impregnar toda la estancia, y recogí todas mis pertenencias una vez estuve limpia y vestida. Fui a ponerme las bragas, pero no estaban en condiciones–. Oh... –genial, tendría que ir sin bragas y con falda de vuelta a casa, ojalá no cogiera una hipotermia.

      —¿Siempre te corres tan fuerte? –Takashi me miró a través del humo, apoyado en el ventanal como si esperara algo.

      —A veces –mentí sin mirarle, cogiendo mi mochila y precipitándome hacia la puerta y despidiéndole–. Buenas noches, Señ...–

      —¿Te vas sin el móvil?

      Frené en seco mis pasos, y giré la cabeza dramática hacia él. Tenía razón, le había dado el teléfono al entrar. Pues qué mierda.

      —¿Me lo devuelve? –retrocedí hasta su cómoda silueta, y me espiró el humo en la cara.

      —¿Por qué no lo coges tú? –se humedeció los labios con la lengua, y antes de que pudiera preguntarle dónde estaba mi móvil, señaló sus bolsillos con la mirada. Oh. Quería que rebuscara en sus bolsillos delanteros.

      El único problema era que ambos tenían algo dentro, por lo que no pude distinguir dónde estaba mi teléfono. Ah...¿pero por qué no me lo daba él mismo?

      Me decanté por el bolsillo de la izquierda, y tuve la estúpida esperanza de que me hiciera alguna caricia en el pelo cuando me acerqué. Prefirió fumar y sonreír enigmático. Le miré abochornada al meter la mano en su bolsillo, y tragué duro al palpar una protuberancia para nada plana. Oh.

      —Creo que te has equivocado de bolsillo –retuvo mi mano en su paquete, escondiendo el deseo sexual tras una expresión ladina. Tiró la colilla y acunó mi mejilla entera en su mano–. Espero que mejore la herida de tu rodilla –apretó más mi mano contra su erección, gruñendo–, vas a estar mucho tiempo arrodillada, Areum.

      12. [miraditas en educación física]

      Kohaku

      —¡Vamos, que te quedas atrás! –Areum pasó corriendo a mi lado, con varias vueltas por detrás de mí.

      Me agaché y fingí atarme los cordones de la zapatilla, aunque analicé en detalle la rellena parte trasera de sus pantalones cortos. Uf. Últimamente se me enrojecían las orejas si le miraba demasiado tiempo, y también notaba tensión constante en mi zona sur. Me estaba pillando por mi mejor amiga y todo pronosticaba una tragedia.

      —¿Estás bien? Normalmente soy yo la que se queda atrás –Areum se acercó en vez de seguir corriendo por el campo, ignorando los constantes pitidos del profesor por parar de correr.

      —¡Todavía quedan diez minutos, Señorita So! –puso mala cara con el comentario del entrenador. No le gustaba que le llamaran por su apellido coreano si no era de forma profesional, por eso, a veces le llamaba Ari. A cualquier hombre le gustaba un apodo con el que llamar a su querida.

      —Continúa la carrera y ahora te alcanzo –le miré desde abajo, cubriendo los cordones perfectamente atados. Hice un esfuerzo descomunal por no pensar con la polla, ya que desde este ángulo, todos sus atributos se agrandaban. Su genital estaba a veinte centímetros de mi cara.

      —Estás tardando una eternidad en atarte los cordones –desvió la mirada a mis dedos, y entonces se me pusieron más torpes que de normal–. Oh, creía que se te habían desatado...

      De repente no me parecía tan buena idea haber parado para verle correr en esos shorts blancos. Mierda.

      —¿Qué dices, tonta? –mentí–. Claro que estaban desatados.

      —Vale... –dijo no muy convencida, apretándose la coleta que se había hecho–, pero no tardes mucho eh –casi me comí el suelo con los dientes cuando me guiñó un ojo. El carmín de mis mejillas era por el esfuerzo físico de la carrera, por supuesto.

      No miré mucho más sus piernas temblorosas al acabar la carrera, pero sí me quedé con la sugerente imagen. En sueños, mi mente cambiaría la razón de ese exquisito temblor.

      ...

      —Alguien que conozco cumple años el viernes... –Areum estaba sobre mis pies, aferrada fuertemente a mis manos como soporte, y yo caminaba con ella encima a pesar de que se me ensuciaban los zapatos. Era un juego muy tonto, pero me sentía cómodo con que se diese el capricho de comportarse como una niña conmigo, de que fuera jovial y olvidara el estrés de la colaboración con Takashi. Porque aunque no me lo dijera, sabía que el proyecto le estaba dando por culo.

      —¿Ah, sí? –pegué mi nariz a su pelo todavía húmedo de la ducha, olisqueando el agradable perfume de su champú. Si sus sábanas olían así...allí deseaba morir tumbado junto a ella. Pensé en invitarle a casa en el futuro, pero no la de mi padre, desde luego.

      Mi progenitor había esperado hasta que cumpliese diecinueve para darme total libertad. Con la mayoría de edad por fin tendría acceso a mi herencia de Apple, y pensaba independizarme del hogar opresivo de mi padre. Invitaría a Areum a dormir conmigo, y por fin podríamos estar solos y sin cámaras.

      —Hazme hueco en tu apretada agenda, eh –le pinché, bajándola cuando llegamos al árbol centenario del instituto. Saqué el táper con cerezas y se lo tendí.

      —Es una pena, Señorita So –dije formal, siguiéndole el juego–, tenía pensado emborracharme ilegalmente con usted.

      —¿Quieres algo específico como regalo?

      —Me conformo con que bailes conmigo, Areum –palpé el césped al atrasar las manos, dejando caer la cabeza hacia atrás para que me diera el sol.

      —Eso está hecho –me abrazó súbitamente como despedida, y agradecí que fue breve porque así no notó lo ridículamente rápido que iba mi pulso.

      Le dejé ir, tranquilo cuando oí el claxon de su chófer. Hice un saludo militar con los dedos a Joji. Al menos no había venido el gilipollas ese a por Areum.

      ...

      —¿No tiene alguno en forma de corazón? –mis ojos se perdían entre las inmensas vidrieras con joyas, pero yo ya tenía en mente lo que deseaba comprar.

      —Sígame, joven –el dependiente me guió hacia el interior de la tienda, y sonreí cuando vi el collar que quería–. Este colgante está compuesto de circonitas cúbicas, bañado en plata de primera ley con...–

      —Ese, ese es perfecto –el señor se molestó visiblemente con mi interrupción, pero se le borró el ceño fruncido cuando abrí la cartera.

      Me brillaron los ojos como a las gemas al pensar en el bonito cuello de Areum con mi regalo, pero mi mente se encargó de trastocar la imagen cuando

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