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Sugar, daddy. E. M Valverde
Читать онлайн.Название Sugar, daddy
Год выпуска 0
isbn 9788419367037
Автор произведения E. M Valverde
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
—Hija, ¿qué son esas fotos con Ito Kohaku que están por toda la prensa? Antes te has librado del sermón porque me he ido pronto a trabajar pero ahora no t... –aparté el teléfono cuando se puso a gritar por el altavoz, y contuve la respiración al sentir unas manos frías trazar mi cartílago.
—¿Problemas con el chico manzana? –percibí las vibraciones de su grave voz en mi oído, y se me puso la piel de gallina cuando lamió el lóbulo de mi oreja. Ahora no...
—¿Se puede saber por qué te vas de fiesta con él? –reclamó mi madre al otro lado de la línea, avergonzándome por el alto volumen de su voz–.¡Ya hemos hablado de esto demasiadas veces!
—Y yo también te he dicho que Kohaku es mi amigo –intenté mantener la calma–. Que hayan invadido mi privacidad y nos hayan sacado fotos... –recordé con pena–, no es mi culpa –colgué cansada, encima del responsable de las fotos.
—Tu amiguito tiene complejo de niño abandonado, ¿es que no te gustan los chicos mayores? –inquirió Takashi, apretándome contra él en un abrazo, su barbilla en mi coronilla–. Tenemos más experiencia, nena –insistió cómico.
—No sé si me gustan, pero a ti sí te gustan jovencitas...
Me besó aquella noche, fue el comienzo de un delirio laberíntico del que sería exhaustivo salir.
9. [bonito mientras duró]
Areum
Llegó el momento más estratégico del día, el de hacer educación física sin bufanda que cubriese los chupetones. Entré la primera al vestuario de chicas. Kohaku me había seguido, y oí sus lamentos sobre que estaba solo y sin con quién hablar en el vestuario de chicos.
La equipación de educación física era unisex, una camiseta con cuello redondo y unos pantalones cortos sueltos; No exponía más piel de la necesaria, y aquello era perfecto para tapar el destrozo que quedaba en mi cuello.
Me hice una coleta, frente al espejo, y mientras recogía los mechones, vi la tremenda depresión que se había instalado en mi cara. Mi piel lucía apagada, tenía ojeras y algunos granos por el estrés, pero aún así hoy Kohaku me había dicho que estaba muy guapa.
—Venga mujer, que no tengo todo el día –se recostó en el marco de la puerta, y fingí no haber visto la dirección sur de sus ojos por mi cuerpo.
Me cogí a su brazo y dejé que me guiara al pabellón de deporte. Había un silencio impropio y anormal, y aunque no quería que Takashi afectara a mi vida diaria, no podía evitar en qué pasaría cuando visitara de nuevo su despacho.
—¿Vas a poder hacer educación física con la rodilla mal? Estoy preocupado por si te vuelves a caer y se te abre la herida –agachó un poco la cara en mi sien, tal vez para acercarse físicamente todo lo que no había podido emocionalmente estos días.
—¿Por qué buscas las situaciones más rebuscadas? –le sonreí dulcemente, agradecida de que fuese tan detallista conmigo–. ¿Y si alguien te pega a ti “accidentalmente” en la ceja? –contraataqué, recordando la violencia de su progenitor.
Hoy Kohaku llevaba la herida al descubierto, pero también había un nuevo corte en su mejilla. No era un chico de muchas palabras, especialmente al hablar de su escasa familia: su padre.
Le hice sentarse en el banquillo mientras los compañeros de clase llegaban, y noté un roce tímido en mis dedos. Bajé la mirada, y no pude evitar sonreír enternecida al ver sus dedos temblar. Qué mono era.
—Me puedes dar la mano cuando quieras, Kohie –le dije, dándole un apretón cariñoso hasta que sonrió.
—Tú también puedes –distinguí pequeñas estrellas en sus ojos almendrados, y pude apreciar que lo decía desde el fondo de su corazón. Cada vez estaba más claro que le gustaba, y también me hacía dudar de mis propios sentimientos.
Al acabar la clase, hubo un problema, y es que era que ya no estaba sola en el vestuario, y mucho menos en las duchas. Me tapé el cuello como pude e intenté desconectar bajo el agua y el champú, no prestando atención a las demás chicas.
...
A la hora de la merienda juntos, Kohaku se enzarzó en una conversación con una compañera de clase. Y por la forma en que abrió sus ojos, parecía que le estaba contando algún cotilleo. Me gustaba verle así, despierto, presente.
Me senté en la acera paciente, y cuando Kohaku se acercó, no tenía una cara amigable.
—¿Se han podrido las cerezas? –intenté hacerle reír, pero se sentó a mi lado en silencio mientras me tendía el envase lleno.
—No, las cerezas están bien –sonó seco, sus ojos ocupados estudiando el pañuelo que llevaba al cuello. Mierda–. ¿Es nuevo?
—No –involuntariamente la recoloqué escondiendo la piel–, lo tengo ya desde hace tiempo.
—Es que nunca has llevado pañuelo y me ha extrañado –Kohaku se encogió de hombros, peinándose el pelo hacia atrás, inquieto–. ¿No tienes calor?
Había algo raro en su voz, algo que estaba fuera de lugar: sospecha.
—No, estoy bien.
—Areum, pareces de todo menos bien –me fulminó con la mirada.
—¿Por qué me dices esto ahora? –no estaba molesta, pero sí asustada de que desconfiase.
—¿Sabes lo que me ha dicho esa chica? –se inclinó hacia mi sien, y sus ojos congelaron los míos cuando me miró. No daba crédito a lo que estaba pasando–. Me ha dicho que tienes moratones en el cuello.
Me congelé allí mismo, y abrí los ojos en shock, ideando qué decir.
—Kohaku, yo no... –
—¿Te estás autolesionando? –se aferró a mis manos como si desapareciera–. Sé que estos días no has estado bien, siento si no te he preguntado lo suficiente, n-no te quería agobiar porque sé que...que no te gusta preocuparme con tus problemas pero... –
¿Autolesión?
—...pero no te tienes que hacer daño, no estás sola, yo estoy a tu lado –su mirada se estropeó por unas lágrimas traicioneras, y me sentí como la mierda en ese momento.
Kohaku se pensaba que me había autolesionado, y que mi cuello estaba así por aquello y no por un hombre con alto deseo sexual. ¿Era lo suyo ingenuidad o ceguera voluntaria?
—Yo no hago esas cosas.
—¿Seguro? –me subió la manga de la blusa en busca de marcas horizontales en mis antebrazos, y me quedé fría; sí, Kohaku de verdad pensaba eso.
—Sí, te lo prometo. No tengo nada, ¿ves? –le hablé con voz suave, con una con la que tratabas a un niño pequeño. Le rodeé en un abrazo, y apoyó la cabeza en mi hombro mientras sujetaba mi espalda.
—¿Y entonces por qué tienes moratones? –susurró cauteloso, y me tensé con el solo pensamiento de tenérselo que explicar–. ¿Los puedo ver?
Noté sus dedos tirar de la seda, pero frené su muñeca.
—He dicho que no te preocupes –me aparté del abrazo, cortando el apacible ambiente apacible de hace unos segundos. Entrecerró los ojos sospechoso, y a pesar de que no dijo nada más, supe que estaba molesto por que le mintiera.
¿Pero qué le iba a decir? Si el Señor Takashi me había repetido que no quería entrometidos...era mejor no decirle nada a