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una jaula que se sentía muy opresiva, pero a la vez también sentía curiosidad–. ¿Me das otro?

      Cogió mis mejillas sin permiso alguno y me besó de la misma forma: con fiereza, sin pausa que demostrara su piedad. El timbre del ascensor sonó antes de que fuera a más, y sentí alivio cuando las puertas se abrieron.

      —Las damas primero –me hizo un gesto con la mano para que le adelantara, y subí el pequeño tramo de escaleras hasta el último piso–. Tengo unas excelentes vistas desde aquí, Señorita So...

      Observé el mar de rascacielos, pero por el sonido gutural, no tenía pinta de que él estuviese mirando eso. Me giré para comprobar que seguía subiendo detrás de mí, con la mirada perdida bajo mi falda.

      Mierda, ¿no me había visto las bragas antes cuando estaba con Kohaku? ¡Ah, qué maldita perversión!

      Presioné la tela contra mi trasero, también haciéndome a un lado de la pared para dejarle pasar. Soltó una risita seca de suficiencia cuando metió la llave en la cerradura, pero yo comencé a arrepentirme de no haberme puesto unos shorts bajo la falda. ¿Y si se le ocurría sentarme encima de él otra vez?, ¿íbamos a tener sexo? Demasiado ruido mental y poca seguridad.

      —No me digas que estás nerviosa, nena –apoyó la mano en el marco de la puerta, su voz asquerosamente paternal–. Ya casi no me vacilas –se abrió paso hasta mí oído, en el que susurró de forma gélida–, no sabes lo que me pone...

      Quería hablar, pero no podía articular las palabras. Mi cuerpo temblaba extraño cuando se acercaba, cuando me acariciaba la mejilla con los nudillos como si fuera una muñeca, pero no me aparté.

      —Soy bastante nacionalista, pero tengo que admitir que para ser una coreana... –perfiló la cuenca con una dulzura difícil de resistir–, me habría dislocado el cuello viéndote si nos cruzáramos en la calle –susurró cálido en mi sien, y cometí el error de cerrar los ojos–. Qué bien te portas cuando quieres.

      Las cosas que me decía...aunque todo fuese manipulación, me provocaban algo en el vientre.

      De repente, algo duro y alargado rodeó mi estómago,pegándome a su pecho en una especie de abrazo raro desde atrás. Rozó mi oreja con los labios y tuve un escalofrío en sus brazos.

      —Dame el teléfono, nena –ordenó, ciñendo más los brazos en mi cintura, subiéndolos disimulado hasta mis pechos, caldeando mis mejillas.

      ¿Y quién era yo para decirle que no cuando era en su despacho donde estábamos?

      Takashi me soltó una vez le di el teléfono en modo avión, y maldije por lo desolada que me dejó su falta.

      —¿No es todo más fácil así, cielo? –se guardó mi móvil y me apretó las mejillas como si fuera una niña–, ¿cuando no opones resistencia y me dejas mimarte?

      ¿”Mimarme”? Era más fácil, sí, ¿pero a qué precio? Mi dignidad vendida, rebajada a llevar el uniforme prácticamente por fetiche sexual, y solo me faltaba un collar que indicase que era su mascota.

      —¿No respondes, nena? –me puso cara de pez al apretarme los cachetes juntos, y apretó posesivo–. No me gusta repetir las cosas dos veces.

      —No sé si es más fácil, pero es igual de...exhaustivo –susurré moribunda, reteniendo unas lágrimas traicioneras de humillación, sentimientos encontrados y ansiedad.

      —¿Tienes miedo?

      —Un poco... –cerré los ojos cuando el labio me comenzó a temblar, clara señal de que iba a llorar. No quería que él me viera así y luego se burlara, pero no me dejó ir cuando hice el amago de apartarme.

      —No tendrás ningún problema siempre y cuando no rompas ninguna cláusula –me consoló–. No te castigaré a menos que me desobedezcas –sus ojos se mostraron piadosos, como si entendiera mi conflicto mental–. Ven, vamos al escritorio.

      Me tendió la mano de forma paternal, como si todos los males se resolvieran de su mano, y caí. Se sentó en su espaciosa butaca, abriendo las piernas para dejarme espacio. Me miró vicioso a través de las hebras oscuras que caían por sus cejas, escrutando mi fina silueta.

      —¿Señor Takashi? –apreté sus dedos como una cría abandonada, turbada por su silencio. El vendaje de mi rodilla parecía tenerle fascinado.

      —¿Te has hecho pupa en la rodilla? –se mofó, frotándose el labio con la yema del dedo–. Déjame adivinar, ¿se la has chupado a tu amiguito en los baños y el suelo estaba demasiado duro?

      —Me caí al suelo.

      —¿Te duele? –asentí cabizbaja, y tiró de mi mano hasta acercarme a él como una princesa, cerrándome entre sus piernas y el escritorio a mis espaldas–. Si te gusta hacer exhibicionismo, nena, puedo l...–

      —No hago esas cosas, Señor Takashi –cancelé las imágenes mentales obscenas que se le estaban formando, y las mías también. No quería pensar en hacerle una mamada a Kohaku, ni tampoco en si estaría bien dotado o en si se pondría sonrojado al verme entre sus piernas. Porque probablemente sí.

      —Eso puede cambiar –introdujo las manos bajo la falda, y preferí mirar al frente mientras me estrujaba el culo cual crío con un peluche–. A tu amigo parece haberle molestado que le mire las bragas a su crush en el aparcamiento, en cierto punto me da pena el chaval.

      No dije nada para no entrar más a su juego, ya que todavía no estaba segura de poder salir del actual.

      Levantó la falda para echar un vistazo a mis bragas pasteles de lacitos, y mantuve la mirada en el cuadro, temblorosa por la crítica. ¿Me tendría que haber puesto un tanga más sexy...? ¡No!, ¿pero qué cosas se me ocurrían?

      —Es una pena que ahora no te puedas poner de rodillas...esperaré a que te cures –me recostó en la fría madera, y se me atascó el aire en la garganta cuando me subió a la mesa. Se le marcaron los bíceps bajo el traje, y Takashi me abrió los muslos, exponiendo mi ropa interior–. Mientras tanto, yo también te puedo mimar. Vamos a desvestirte un poco... –desabrochó los botones de mi blusa uno a uno, animado por mi pasividad. Hacía mucho tiempo que un hombre no me desvestía, y por impulso me cubrí, mirándole con miedo–. Nada de eso, nena. Quiero ver lo que hay debajo del uniforme.

      Me sentí más pequeña que nunca, ahí expuesta para él en sujetador, viendo cómo se aguantaba las ganas de tocarme con voracidad, lo que se le dilataron las pupilas ya de por sí negras. Si ahora estaba siendo suave conmigo, ¿cómo sería en su momento más carnal?

      Se puso en pie, y rodeó mis piernas en sus caderas. Noté el pulso de mis orejas, la sarve hirviéndome al sentir su erección. Madre mía.

      —Tienes las mejillas sonrojadas y los ojos entrecerrados...qué mona –dejó un beso húmedo en mis blanquecinas clavículas, apretando mi cintura desnuda entre sus manos de hombre–. Cuanto antes te entregues a tus deseos inmorales, antes podrás disfrutar tu naturaleza sumisa. ¿Sabes lo placentero que es ver el conflicto de dualidad por el que pasas cada vez que me ves?, ¿cada vez que entras por la puerta de mi despacho? Me pone muchísimo –el tono grave de su voz activó algo en mi cuerpo, y él parecía saber cómo apagarlo.

      Takashi comenzó a tocar mi torso: la caída libre de mis hombros, mis vacías clavículas, mis escasos abdominales, mis pechos recubiertos por el fino sujetador; los amasó.

      —No hay nada de malo que te excite que te toque así –pareció leer mi expresión dudosa. Pero...¿de verdad no estaba mal?, ¿incluso si mi reacción era totalmente contraria a mis valores? Nunca me habría visto en esta situación con alguien tan gilipollas y machista, pero qué vueltas daba la vida. No me reconocía a mí misma–. ¿Te gusta que haga esto? –su cálida boca se hundió en la curva de mi cuello, y me sorprendí lo mucho que me gustó cuando humedeció mi piel. Asentí, y me mojé muchísimo cuando se rio. Él tenía todo el control, era el amo el lugar–. Claro que te gusta, nena. Túmbate.

      Se adelantó y me presionó

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