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a las visiones irenaicas sobre la religión antigua, estaba dado por el ritual de la sangre sacrificada. En ese sentido, la sangre actuaba como un viaducto que, siendo físico, era a la vez metafísico, mostrando que toda metafísica de lo sobrenatural tiene su origen en el cuerpo y sus fluidos, particularmente la sangre. La historia de la metafísica es también una hemato-somatología del Ser y no meramente una conjunción de abstracciones como la inmensa mayoría de las interpretaciones contemporáneas intentan hacer valer.

      Taltibio cuenta entonces el sacrificio y las palabras ceremoniales del hijo de Aquiles durante el ritual: “acéptame estas libaciones propiciatorias (choás keleteríous) que atraen a los muertos (nekrôn). Ven, para que puedas beber la negra (mélan) y pura (akraiphnès) sangre (aîma) de la muchacha (kóres)” (Eurípides, Hécuba, 535-538). En esta escena es importante una precisión filológica, pues se utiliza el vocablo choé, una libación en la tumba de un muerto, a diferencia de la libación a los dioses que se califica de loibé o spondé. Este señalamiento cobra toda su importancia pues hace referencia a lo arcaico y primordial de los ritos antiguos antes de que estos encontraran una vía de simbolizar el sacrificio bajo ropajes analógicos que aún hoy perduran en la matriz del pensamiento occidental.

      En la tragedia de Sófocles Edipo en Colono, en cierto punto, Edipo enarbola un amargo discurso sobre el ineluctable destino de los humanos a quienes el acercamiento paulatino a la muerte les consume la juventud, el vigor, la confianza y hasta la amistad entre pares, incluida la amistad política que teje las alianzas entre las ciudades. De allí que Edipo advierta a Teseo que las buenas relaciones con Tebas pueden seguir el mismo decurso general y dañarse en cuyo caso “entonces, mi frío (psychrós) cadáver (nékus) enterrado (kekrumménos) beberá (píetai) la caliente sangre (thermòn aîma) de ellos, si Zeus es aún Zeus y Febo, hijo de Zeus, sigue siendo infalible (saphés)” (Sófocles, Edipo en Colono, 620-625). El nacimiento de la política occidental se sella, precisamente, en la alianza ritual de la tierra y la sangre derramada pues, contrariamente a lo que suele enarbolarse, los muertos son los señores de la historia en el mundo antiguo.

      El Scholiasta Ranarum de los fragmentos atribuidos a Aristófanes identifica a la propia diosa Hécate como una auténtica emousa (tèn émpousan) y, por tanto, todo el vampirismo antiguo de Grecia se sitúa bajo el reino de Hécate y su influencia (Aristófanes, fr. 416 = Dindorf, 1846: 504). De hecho, Filóstrato, destacado exponente de la Segunda Sofística, narra la historia de cómo el filósofo pitagórico y chamánico-taumatúrgico Apolonio de Tiana se enfrentó a una poderosa empusa (criatura también clasificada entre las lamias o mormolicias) que pretendía hacer víctima suya al bello efebo Menipo de Licia, pues este satisfacía los apetitos de la vampiresa por los “placeres sexuales (aphrodisíon) y la carne humana (sarkôn)”. Una elaborada estratagema que incluía las artes mágicas hizo que la empusa tomase la forma de una hermosa y acaudalada mujer dispuesta a desposarse con el joven.

      Habiendo este aceptado tan irresistible convite, sólo Apolonio de Tiana, en el banquete nupcial, pudo poner al descubierto el maleficio e impedir la muerte de Menipo en manos de la criatura de la noche, “pues esta estaba habituada a comer (siteîsthai enómizen) cuerpos (somáton) hermosos (kalà) y jóvenes (néa) dado que la sangre (aîma) de estos era pura (akraiphnès)” (Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, iv, 25). Ciertamente, la historia tiene paralelos con las vicisitudes narradas por Flegón de Tralles sobre Macates y Filinion en la que esta última cobra una vida póstuma por la intervención de una empusa (Giannini, 1966: 170-178).

      Estas muestras cabales de la existencia, bajo otros nombres, del vampirismo antiguo nos devela su íntima correlación no sólo con la muerte, como podría creerse a primera vista, sino más bien con la vida-muerte pues la sangre oficia como sustancia ontológica de pasaje entre el mundo de los vivos y de los muertos y el sacrificio es el operador político originario de la pólis antigua. De esta manera, el mundo sobrenatural, rector último de toda la política, se alcanzaba con el rito de la sangre derramada. Para los Antiguos, no hay política sin cuerpo pues no hay entrada al mundo de los dioses y démones si no es mediante la sustancia corporal de la sangre vital.

      El léxico bizantino de la Suda define a la empusa como un “fantasma demónico (phántasma daimoniôdes)” enviado por Hécate o que directamente se identifica con ella, hallándose así “emparentada con los sacrificios a los muertos (toîs katoichoménois enagízosin)” (Suda, 1834: 1227). Nuevamente tenemos aquí la misma consideración filológica precedente respecto de la terminología ritual, pues el verbo empleado enagízo corresponde al sacrificio a los muertos en lugar de su opuesto thúein que se aplica al sacrificio a los dioses.

      Y, en este punto, conviene no olvidar que Hécate era, al mismo tiempo, la diosa tutelar de la elocuencia en las asambleas políticas. En una analogía estructural podría sostenerse que Hécate, diosa liminar de la oscuridad mágica, presidió el vampirismo antiguo como luego el Cristo invertido en Satanás lo haría en la teología política cristiana que informa al vampirismo medieval y moderno. Cuando en un portentoso hechizo de la Eneida, se invocan a las divinidades más tenebrosas, allí aparecen “Erebo, Caos, Hécate triforme (Erebumque Chaosque, tergeminamque Hecaten)” como las potencias invisibles más feroces (Virgilio, Eneida, iv, 510-511). Su majestad y preeminencia se verifican aún en la Modernidad temprana cuando aparece en Macbeth de William Shakespeare para advertir a sus brujas:

      How did you dare

      To trade and traffic with Macbeth

      In riddles and affaires of death;

      And I, the mistress of your charms,

      The close contriver of all harms,

      Was never call’d to bear my part,

      Or show you the glory of our art?

      (¿Cómo se han atrevido a entablar comercio con Macbeth

      Sobre enigmas y cuestiones de la muerte;

      Y yo, señora de sus hechizos,

      La secreta autora de todos los daños,

      Nunca he sido llamada para desempeñar mi papel,

      O mostrar la gloria de nuestro arte?).

      (Shakespeare, Macbeth, iii, v).

      El carácter tripartito de Hécate que demarca su soberanía sobre el cielo, la tierra y el Averno constituye un postulado metafísico enunciado en lenguaje mitopoiético. Por ello el vampirismo es también una suerte de Mito con lineamientos metafísicos donde se muestra que la sangre y el rito son los que mantienen unidos los tres planos primogénitos de la vida y del Ser: cielo-mundo-ultratumba y cómo no existe separación entre lo sensible, lo inteligible y lo supranatural sino que las tres formas únicamente se declinan como expresiones de una misma realidad que se enlazan gracias al sacrificio. Llegados a ese punto, se puede concebir al vampirismo como uno de los operadores que muestran el reverso de la metafísica de la presencia a través de su precio en nocturnidad y sombra pero, sin cuya intervención, la Necesidad y la matriz misma del Universo desandarían su camino despojando a la realidad de su reverso oscuro pero co-perteneciente al Ser como mostración.

      Por su parte, Aristófanes hace constar que la empusa posee poderes metamórficos y una “pierna de bronce (skélos chalkoûn)” (Aristófanes, Ranas, 293). No debe sorprendernos, entonces, que en su Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, el cineasta Friedrich Wilhelm Murnau bautice a la nave que trae al conde Orlok a Alemania con el nombre de Empusa. Justamente, a propósito de este filme, Siegfried Kracacuer ha podido escribir que Nosferatu, como una especie de Atila, adquiere su fuerza en su identificación con la pestilencia y esta figura vampírica toma forma, precisamente, en aquella zona inescrutable “donde los mitos y los cuentos de hadas se encuentran” (Kracauer, 1947: 79).

      — 5 —

      La morfología histórica llevada adelante por la monumental obra de Carlo Ginzburg sobre el aquelarre es un hito en la investigación de finales del siglo xx que la historiografía jamás ha podido realmente asimilar ni mucho menos emular en sus métodos o consecuencias teóricas. Los elementos folclóricos que tratamos en nuestra pesquisa sobre el vampirismo y la licantropía se entrecruzan, indudablemente, con muchos aspectos de los

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