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de Luján 5 a 1, o al marcar su primer gol con la blanquiceleste en el 2 a 1 en Cipolletti.

      Y desde la vuelta de la ciudad Valencia la barrera del sonido empezó a parecer más cerca de romperse. El sudamericano de Venezuela lo devolvió sin triunfos. Dos derrotas por 2 a 1 ante Paraguay y Perú, luego de un empate inicial ante Uruguay y otro contra el local. Desde entonces, un nuevo horizonte alumbró su vida seleccionada, que había tenido el debut dos meses antes en la mayor frente a Hungría. Eran tiempos fundacionales, siempre jugando desde abajo y transformándose en emblema para los de abajo. Se fue conformando una simbiosis que resultó indestructible, y de todo aquello vestido de selección sobresalió lo del ’86 por el logro pero más lo de Japón ’79, por el logro pero también por la forma de jugar. Y lo que significó para hacer feliz a los de abajo, para los que siempre jugó, aquellos que se levantaban de madrugada para gozar de ese equipo inmaculado.

      Si bien hubo varios amores futboleros en esas dos décadas de su vida, el de la selección fue el más intenso y profundo. En el que solidificó su relación afectiva con la gente a la que perteneció siempre, con la que se sintió identificado y a la que le brindó lo mejor de sí.

       Guillermo Blanco

      o el viejo arte de narrar una historia

      En agosto de 2017 tres amigos se juntaron para pensar un blog donde publicar diferentes textos sobre deporte. Ninguno de los tres era periodista. El enfoque estaba más en lo literario. Así surgió Lástima a nadie, maestro (LANM).

      En poco tiempo pusimos la mirada en las historias ¿Cómo hacer algo diferente sin tener acceso a testimonios directos? La respuesta la encontramos en intentar afilar lo más que pudiéramos la escritura. Si no podíamos contar lo que sucedía desde adentro, la clave tenía que estar en cómo contábamos eso que estaba a la vista de todos y todas.

      Así nos enmarcamos en la idea de que el deporte es una excusa para contar historias. Volver sobre la vieja acción de narrar una historia. Eso que en la inmediatez del periodismo deportivo y las redes sociales había caído en desuso. Hoy en la LANM conviven periodistas, comunicadores, escritores y profesores. Pero todos esos oficios también conviven, en mayor o menor medida, en cada uno de nosotros. Por ende, en cada una de los textos que escribimos.

      En tiempos donde la imagen es la norma, nosotros nos paramos desde las palabras. A riesgo de aburrir preferimos contar las historias como creemos que deben ser contadas. Con su contexto histórico y político; con descripciones de sus personajes; con referencias literarias, musicales o cinematográficas. Creemos firmemente que todavía hay gente dispuesta a leer un texto durante más de diez minutos.

      De todos los avances que fuimos logrando con el tiempo, el más difícil fue este: alcanzar el papel. Publicamos revistas digitales y siempre aparecía alguien pidiendo que llevemos nuestro contenido a lo tangible. Hoy lo logramos.

      Cuando Milena Caserola nos propuso editar nuestros textos no tuvimos que pensar mucho la temática. A quiénes hacemos Lástima a nadie, maestro, nos marcó a fuego la vida y el paso a la inmortalidad del Diego. Nos pareció lo más adecuado que nuestro primer libro sea sobre él. Aún sabiendo que podíamos perdernos en la enorme cantidad de libros en homenaje que salieran durante este año.

      Este libro que acaban de abrir no es una biografía. Tiene, eso sí, un orden cronológico. La primera parte está centrada en sus primeros treinta años de existencia. Es, de alguna manera, la creación del mito. La segunda su consolidación.

      Con el correr de las lecturas verán que hay cuestiones centrales de su vida que no abordamos. Elegimos contar la Copa Artemio Franchi por sobre México 86. Su paso por Newell’s está visto de costado en la noche rosarina en la que se abrazó con Magic Johnson. Decidimos indagar sobre cuestiones menos conocidas o contadas del ser más conocido y contado de nuestro país. Sobre los temas que dejamos afuera, aunque fueran centrales en su vida, existe en una enorme cantidad de contenido. Documentales, libros, anécdotas o series. Nunca quisimos refritar esos contenidos. Siempre priorizamos contar desde otro ángulo.

      Los momentos que van encontrar cuando termine esta introducción son variados. La historia del tango “El sueño del pibe”; su relación con Villa Fiorito; los años de Boca, Argentinos Juniors y Nápoles; su vida entre México 86 e Italia 90; el gol a los ingleses como un dúo con Víctor Hugo; la noche en que jugó un amistoso con la camiseta de Belgrano después de salir campeón del mundo; su formación política; su relación con el boxeo; su última tarde como superhéroe futbolístico; la vuelta a Boca; su amistad con Charly García; su paso por Sudáfrica 2010; la tarde en que vio un clásico entre Almirante Brown y Laferrere desde el techo del vestuario y se fotografió con Garrafa Sánchez.

      El objetivo fue narrar a Diego sin caer en los lugares comunes. Ustedes dirán si lo logramos o no.

       Lástima a nadie, maestro

      La fría tarde del 20 de mayo de 1942, el ignoto joven emergió de la tibia boca del subte en Tribunales, caminó por Tucumán con paso raudo y llegó a la puerta de SADAIC minutos antes de la hora del cierre. Apurado, había salido una hora atrás desde Liniers, el barrio de toda su vida, con una carpeta debajo del brazo. En ella llevaba un papel y un vinilo, que juntos conformaban un sueño, su sueño. -¿Nombre? –le espetó secamente el grisáceo burócrata, largando un bostezo.

      -Yiso, Reinaldo.

      -Nombre de la pieza, pibe.

      -Ah, disculpe.

      Reinaldo se lo dijo.

      -¿Autores?

      -Yiso, Reinaldo: letra. Música de Juan Puey.

      -Al pelo. Firmame acá.

      Reinaldo recibió la lapicera, firmó el sobre lacrado donde había depositado su última composición y se volvió al barrio. Unos años atrás, en 1940, su amigo José María Arnaldo, miembro de la barra de amigos que se juntaba en la plaza Irigoyen de Liniers, había recibido una citación para que se presentara a jugar en la Primera de San Lorenzo. Unos años después, en 1945, su amigo y también vecino Roberto Chanel, acompañado por la orquesta del maestro Osvaldo Pugliese, le ponía la voz y el corazón a la letra de su tango llamado “El sueño del pibe”. Desde ese momento, el sueño frustrado de Reinaldo Yiso, que había llegado a la Reserva de Vélez Sarsfield pero no alcanzó a debutar en Primera por culpa de una grave fractura, pasó a ser el sueño a realizar de muchos pibes, muchísimos, que querían ser “un Baldomero, un Martino, un Boyé”. Claro, aún nadie quería ser como Diego porque este ni siquiera había nacido. Es más: Diego “Chitoro” Maradona y Dalma “Tota” Franco aún estaban en Esquina, Corrientes, y no llegaban a los veinte años.

      ***

      Del sueño del pibe llamado Diego, de la primera citación, se sabe mucho. Fue Juan Carlos Montes, y no la voz de un cartero, quien lo llamó aparte en la práctica del martes 19 de octubre de 1976 para anunciarle que al día siguiente iría al banco de la Primera de Argentinos Juniors. “Y prepárese bien –agregó Montes, según Diego–, porque usted va a entrar”. Lo que vino después está grabado en nuestros oídos, en nuestras pupilas, en nuestros corazones, porque Diego se encargó de contarlo una y otra vez: la corrida hasta Fiorito para avisarle a sus padres, el llanto de Don Diego mirando para el cielo, el cariñoso reproche de Doña Tota, la noticia corriendo como reguero de pólvora por las calles de tierra que lo habían visto nacer, el calor insoportable, “la camisa blanca y el pantalón de corderoy turquesa, con la botamanga ancha, ¡el único que tenía!”.

      Doña Tota lo acompañó hasta la puerta de la casa y le dijo que iba a rezar por él. Don Diego, al mismo tiempo, se encontraba gestionando un permiso para salir antes del trabajo. El patrón accedió porque la ocasión lo ameritaba: el hijo

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