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El Tratado del Apocalipsis del beato Gregorio López (1542-1596). Iván Kopylov Sidorovich
Читать онлайн.Название El Tratado del Apocalipsis del beato Gregorio López (1542-1596)
Год выпуска 0
isbn 9786079946883
Автор произведения Iván Kopylov Sidorovich
Жанр Документальная литература
Издательство Bookwire
Se sabe que Gregorio López nació en Madrid en 1542, en el seno de una familia noble, pero otros detalles acerca de la vida y procedencia de su familia siguen sin estar claros. Gregorio era su nombre verdadero que le fue dado por su patrón, san Gregorio el Taumaturgo, en cuyo día, el 4 de junio, nació el futuro ermitaño. Sin embargo, se desconoce si el apellido López fuera real; tampoco se sabía el nombre de sus padres ni la calidad de su linaje.[10] Tal extrañeza dio lugar a múltiples especulaciones, por ejemplo, que era el príncipe Carlos, hijo de Felipe II, que no se murió encarcelado en el real alcázar de Madrid, sino arrepentido de su vida decadente y cruel, marcada por el trato antipático con su propio padre, decidió cambiar profundamente su vida y dedicarse a la penitencia y la oración. Artemio de Valle-Arizpe en su biografía novelada de Gregorio López trató de justificar la hipótesis de que este último no era otro que don Carlos, el hijo de Felipe II, que terminó huyendo clandestinamente a Nueva España y se convirtió en ermitaño.[11] Según comenta Fernando Ocaranza, “así lo asegura el autor de El misterioso, novela impresa en Guadalajara en el año de 1836 y que hubiera sido mejor llamarla El arrepentido. Don Vicente Riva Palacio, en México a través de los siglos, encuentra posible que don Carlos y Gregorio López hayan sido la misma persona”.[12] Esa versión no tiene sustento, lo que demuestra el propio Ocaranza en su análisis; la discrepancia más contundente consiste en que don Carlos murió seis años después de la llegada de Gregorio López a suelo novohispano; además, la descripción física del príncipe Carlos, que al parecer padecía enfermedades mentales, contrastaba tajantemente con el perfil intelectual de Gregorio López, un erudito brillante de índole renacentista, con conocimientos excepcionales en historia, teología, geografía y medicina.[13] Sin embargo, como piensa Jesús Paniagua Pérez en su investigación reciente, “más probable podía ser que hubiese sido un hijo bastardo del monarca, al que se habría alejado de la corte, como sucedió con su supuesta hija natural, Micaela de los Ángeles, monja en el monasterio de Jesús María de México”.[14]
De todos modos, desde adolescente Gregorio era paje en la corte; era obvio que contaba con todos los requisitos para llegar a ser un noble del palacio. Sin embargo, muy pronto se cansó de la vida cortesana; varias veces se escapó a los bosques de Navarra para llevar vida solitaria, pero su padre lo obligó a regresar a la corte imperial que entonces se encontraba en Valladolid.[15] De todos modos, el joven Gregorio insistió en su derecho de seguir su vocación. Una vez desempeñó el peregrinaje al santuario de la Nuestra Señora de Guadalupe en Extremadura, en el que oyó una voz interior que le llamaba a las Indias. Así embarcó en la nave y se fue a Nueva España, a los 20 años.[16]
Gregorio López tuvo un lema personal formulado por las palabras latinas Secretum meum mihi (Mi secreto es mío). También es un enigma que sigue sin ser resuelto. Unos piensan que podría haberse referido a su supuesto origen regio (aunque no fuera el mismo príncipe Carlos, entonces, podría haber sido el hijo bastardo de monarca, como hemos visto, opción que tampoco podemos excluir por completo); otros los aplican a su supuesta heterodoxia oculta, que implicaría su criptojudaísmo, como pensaba Alfonso Toro[17] o su presunta inclinación a la doctrina de los alumbrados españoles. En torno a la imagen de Gregorio López como un criptojudío encubierto bajo la máscara de un ermitaño que se alejó de las instituciones eclesiásticas y no quiso ingresar a orden religiosa alguna, hemos dedicado una investigación especial a esa hipótesis para revelar su inconsistencia. Por supuesto, Gregorio López ha examinado en su Tratado el papel que desempeñaban los judíos convertidos en los primeros siglos del cristianismo (que según él eran “los judíos verdaderos” que plenamente justifican su nombre, porque “judíos” quiere decir “justos”) y los contrapuso a los judíos infieles que rechazaron a Jesucristo como el Mesías prometido de Israel y por eso formaron parte de la “sinagoga de Satanás”; igualmente tenía mucha conversación con el famoso criptojudío novohispano Luis de Carvajal el Mozo, pero tampoco alcanzaron algún acuerdo y terminaron rompiendo los lazos amistosos. Tales detalles no dicen nada sobre la supuesta inclinación del ermitaño al criptojudaísmo, más bien atestiguan el interés en definir las raíces hebreas del cristianismo primitivo que resultó común para muchos intelectuales del Renacimiento, como lo fue, por ejemplo, Johannes Reuchlin.[18] En torno a su conexión hipotética con los alumbrados, contamos con una investigación sólida de Álvaro Huerga, quien descubrió en el Archivo General de la Nación en México unos testimonios de los alumbrados mexicanos condenados en el proceso de 1598 (auto de fe de 1601), quienes afirmaban que Gregorio López habló de que Dios había de fundar “un nuevo estado después de la consumación del mundo” y declararon, además, que el ermitaño estaba vivamente interesado por conocer cuándo se produciría la aparición de la Jerusalén celeste, descrita en Apoc. 21:5. Según los alumbrados, la curiosidad escatológica de Gregorio López era habitual.[19] El biógrafo de Gregorio López, el padre Francisco Losa, dio un perfil completamente diferente en torno a las creencias escatológicas del ermitaño, diciendo que “se limitaba a esperar pacíficamente a que se desvelasen los misterios, sin alimentar curiosidades vanas”, pero también podría ser una redacción deliberada de Losa quien trataba de mantener a salvo la reputación del ermitaño y protegerlo de las acusaciones posibles por parte de la Inquisición.[20] Sin embargo, Álvaro Huerga llegó a la conclusión de que Gregorio López “no había sido ni un prequietista,[21] ni un alumbrado, sino un asceta y un raro ejemplar de encarnación cristiana en el nuevo mundo, donde dominaban otras fiebres: la del oro, la del poder, la de la evangelización. Es lícito concluir que su figura ‘idealizada’ determinó la ‘imagen europea’ ambivalente o biforme del anacoreta mexicano”.[22]
La única posibilidad de solventar las dudas acerca de la afiliación religiosa de Gregorio López consiste en el estudio minucioso de su Tratado que podría servir como clave para entender sus conceptos teológicos e históricos. Por desgracia, todavía carecemos de estudios de nivel monográfico que tendrían como objeto el análisis multifacético de esa obra. Lo que queremos proponer a nuestro lector es solamente el análisis de uno de los aspectos de su filosofía de la historia expresada en el Tratado, que consiste en la idea de la profecía que, además de ser uno de los pilares ideológicas de la Iglesia verdadera, se va desarrollando constantemente en el transcurso de la historia; no sólo revelando los diseños de Dios sino también marcando los puntos de la transición de lo histórico a lo metahistórico para asegurar la realización de las promesas de Dios sobre el bienestar de sus fieles que también reflejan el optimismo escatológico de los padres de la Iglesia.
Muchas veces se han dado cuenta del carácter ortodoxo de la cosmovisión y la teología de Gregorio López; uno de los primeros convencido de eso fue Juan de Palafox y Mendoza, el obispo y posteriormente virrey y capitán general de Nueva España (1600-1659), quien no sólo leyó atentamente el Tratado sino lo llevó consigo de vuelta a España y lo tenía muy cerca de sí en su lecho de muerte.[23] Dedicamos el presente libro, entre otras cosas, a la reconstrucción de las fuentes que había manejado López en componer su esquema histórico-teológico, entre las cuales destacan los comentarios de san Andrés de Cesarea y otras obras patrísticas. Lo que parecería heterodoxo sería el intento de usar la narrativa del Apocalipsis para rastrear los acontecimientos de la historia del imperio romano para fijar el episodio de la atadura de Satanás por el ángel representado por el papa Silvestre I. Eso marca el milenio que se termina en el siglo xiv; luego sigue el triunfo del imperio otomano que representa los pueblos siniestros de Gog y Magog; esos son los acontecimientos que habrán de preceder inmediatamente a la batalla final de las fuerzas del bien contra el mal.[24] Sin embargo, eso apenas parecería el milenarismo profesado por Joaquín de Fiore e incluso por sus seguidores franciscanos en el nuevo mundo;[25] no fue el milenarismo sino “temporalismo inmediato”,[26] en que, como veremos en el último capítulo de este trabajo, no se proclama la Nueva Jerusalén como una perspectiva