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es amigo de todo concierto» (CV 28, 12).

      «Es el Señor muy amigo de quitarnos de trabajo, aunque en una hora no le digamos más de una vez el Paternóster» (CV 29, 6).

      «No es amigo de que nos quebremos las cabezas hablándole mucho» (CV 29, 6).

      «Estos, los que mucho le desean, son sus verdaderos amigos» (CV 34, 13).

      «Es muy amigo, tratemos verdad con Él» (CV 37, 4).

      «Es muy amigo (Dios) de que no pongan tasa a sus obras» (1M 1,4).

      Y formula la siguiente bienaventuranza: «¡Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí» (V 22, 7). Conociendo, pues, la condición de este interlocutor y amigo, queda claro una vez más que santa Teresa quería de verdad «engolosinar» a las almas con su magisterio sobre la oración, ese magisterio que llevaba adelante con tanto apasionamiento. Presentado Cristo Jesús como interlocutor y amigo, le falta tiempo para hablarnos deliciosamente del Padre Celestial, que es «tan amigo de amigos y tan señor de sus siervos» (CV 35, 2).

      Ya en el capítulo tercero, contemplando la grandeza de Teresa como hija de Dios, nos ha hablado ella de cuánto ha hecho y seguirá haciendo por nosotros el Padre Celestial. Y ha quedado bien claro que no es la mejor oración aquella en que podemos pronunciar muchas palabras sino la oración tan contemplativa que nos quedemos en silencio adorante y filial.

      ¿Cuál será la mejor golosina?

      Y acaso la golosina de las golosinas que infunde el Señor es, aunque pueda parecer otra cosa, el amor a la cruz del Señor. Y, mejor dicho, al Señor que murió en la Cruz por nosotros. En una de sus poesías a la exaltación de la cruz, nos evangeliza acerca de este tema:

      En la cruz está la vida

      y el consuelo.

      y ella sola es el camino

      para el cielo.

      Así arranca el poema y concluye:

      Después que se puso en cruz

      el Salvador,

      en la cruz está la gloria,

      y el honor;

      y en el padecer dolor

      vida y consuelo,

      y el camino más seguro

      para el cielo.

      Quien se deje engolosinar por la Madre Teresa seguirá su doctrina y volcará su alma y su persona entera en la siguiente entrega personal:

      Vuestra soy, pues me criastes,

      vuestra, pues me redimistes,

      vuestra, pues que me sufristes,

      vuestra, pues que me llamastes,

      vuestra, porque me esperastes,

      vuestra, pues no me perdí:

      ¿qué mandáis hacer de mí?

      Las golosinas de la Madre Teresa no son para debilitar o aniñar a las almas sino para fortalecerlas y robustecerlas en el seguimiento de Cristo y en el cumplimiento de la voluntad divina, haciendo que el querer del Señor sea el alimento y la alegría de la existencia, pues, como dirá Teresa «es oliva preciosa la santa cruz, que con su aceite nos unta y nos da luz» (P 8: «En la cruz está la vida»).

      Capítulo 6. Los refranes de la Madre Teresa

      Apertura

      Antes de comenzar a dar cuerpo a este tema del refranero teresiano, me he dado un gran banquete, repasando los 65.083 refranes recopilados por Luis Martínez Kleiser en su Refranero general ideológico español, Madrid 1986; igualmente he repasado en el Teatro universal de proverbios, de Sebastián de Horozco, los 3.146 refranes, Salamanca 1986 (nueva edición). Tengo conmigo también el simpático libro del tiempo de la Santa, Dos refraneros del año 1541, publicados nuevamente por Juan Bautista Sánchez Pérez, Madrid 1944, con sus doce capítulos con refranes glosados en la primera parte del libro; y en la segunda parte con los refranes que recopiló Íñigo López de Mendoza por mandato del rey don Juan, Valladolid 1541.

      Una vez más me convenzo de la sabiduría que encierran los refranes, de los que podemos echar mano para condimentar nuestras conversaciones y concluir hasta alguna discusión. En el estudio preliminar de L. M. Kleiser se dice que en realidad, con solo contadas excepciones, los refranes son evangelios chiquitos, y por eso se asegura que los refranes no engañan a nadie.

      En busca del refrán

      Buceando por las obras de santa Teresa me he encontrado con unos cuantos refranes, que quiero presentar o glosar. Creí que iban a ser más numerosos, pero habré de contentarme con los que he encontrado, aunque más de uno se me habrá escapado.

      Hacer de la necesidad virtud

      Anda la Santa comentando la primera petición del Padrenuestro: «Sea hecha tu voluntad y como es hecha en el cielo, así se haga en la tierra». Y se encuentra con personas que no osan, que no se atreven, a pedir trabajos o sufrimientos al Señor porque piensan y temen que se los va a dar enseguida. Y les pregunta qué es lo que dicen cuando suplican al Señor que cumpla su voluntad en ellos, o es que lo dicen por decir lo que todos, mas no para hacerlo. Y esto no estaría bien. Y cambiando de registro, añade: «Ahora quiero llevar por otra vía. Mirad, hijas, ello se ha de cumplir, que queramos o no, y se ha de hacer su voluntad en el cielo y en la tierra; creedme, tomad mi parecer, y haced de la necesidad virtud» (CV 32, 2-4).

      Y en una carta al padre General de la Orden, de 1576, le dice: «Yo soy siempre amiga de hacer de la necesidad virtud, como dicen, y así quisiera que cuando se ponían en resistir (a los visitadores: a Gracián) miraran si podrían salir con ello» (Cta 102, 6).

      A falta, como dicen, de hombres buenos...

      Santa Teresa solo inicia el refrán, no lo termina. El contexto en el que pronuncia este refrán es el siguiente: Habla de la fundación del convento de Soria en 1581 (F 30, 5-7). Uno de los padres que le acompañó fue el padre Nicolás de Jesús María (Doria), «hombre de mucha perfección y discreción», así lo califica. Hablando de la discreción de Doria que alaba, explica que era tan discreto «que se estaba en Madrid en el monasterio de los calzados, como para otros negocios, con tanta disimulación, que nunca le entendieron que trataba de estos, y así le dejaban estar. Escribíamos a menudo, que estaba yo en el monasterio de San José de Ávila, y tratábamos lo que convenía, que esto le daba consuelo». Y añade con gracia: «Aquí se verá la necesidad en que estaba la Orden, pues de mí se hacía tanto caso, a falta, como dicen, de hombres buenos». Aquí y así termina ella el refrán que concluye: «a mi marido le hicieron alcalde».

      Mudar costumbre es muerte, como dicen

      Se encuentra la Santa al principio de su priorato en la Encarnación de Ávila, adonde ha ido por obediencia; cuando escribe en carta a doña Luisa de la Cerda, contándole cómo va la comunidad de 130 monjas, y dice: «Con todo gloria a Dios hay paz, que no es poco, yendo quitándoles sus entretenimientos y libertad; que aunque son tan buenas –que cierto hay mucha virtud en esta casa–, mudar costumbre es muerte, como dicen» (Cta 38, 4). Cuando añade: «como dicen» está evidentemente refiriéndose a un proverbio, a un refrán. En Kleiser se puede ver una buena serie de refranes parecidos a este, el primero de los cuales, bajo el epígrafe «arraigo de las costumbres», es precisamente: «Mudar de costumbre, par es de muerte». Y en uno de los refraneros de 1541 se hace este glosa: «Lo que es muy usado está tan apegado a nuestras potencias y apetitos, que para desapegarlo es menester afligir nuestra persona, lo cual es quasi morir».

      De los enemigos los menos

      Curioso el contexto donde planta este refrán: V 20, 19. Habla de la oración infusa de quietud en la que queda cautiva la voluntad, mientras las otras dos potencias, la memoria y el entendimiento, no están quietas. Y el bullicio de las otras dos potencias le parece a la Madre:

      [...]

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