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providente, infinitamente bueno. No solo bueno en sí, sino inmensamente bueno para nosotros, nuestro Creador, nuestra verdad, nuestra felicidad, de tal modo que el esfuerzo de clavar en Él la mirada y el corazón, que llamamos contemplación, viene a ser el acto más alto y más pleno del espíritu, el acto que aún hoy puede y debe jerarquizar la inmensa pirámide de la actividad humana.

      Ese esfuerzo de clavar la mirada y el corazón en Él, en Dios, lo podemos llamar contemplación, es decir, atención amorosa, en la que uno se queda sin palabras, invadido por el silencio enriquecedor. Así la Santa cree que ya las primeras palabras del Padrenuestro deben servirnos para clavar la mirada y el corazón en Él.

      Al fijarse la Madre en ese doble regalo: ser hijos del Padre y hermanos de Cristo, ve en este gesto del Señor un acto extremo de humildad, al juntarse con nosotros y pedir y hacerse de hecho, de verdad, hermano nuestro, hermano, dice ella, «de cosa tan baja y miserable». Haciendo esto nos da en nombre del Padre «todo lo que se puede dar, pues quiere que nos tenga por hijos» (CV 27, 2).

      Y se explaya diciendo que, al darnos todo eso en el Paternóster, está Cristo como obligando al Padre a que nos tenga por hijos y nos trate como a tales. Dice así:

      Obligáisle a que la cumpla, que no es pequeña carga, pues, en siendo Padre, nos ha de sufrir por graves que sean las ofensas. Si nos tornamos a Él, como al hijo pródigo hanos de perdonar (Lc 15,20), hanos de consolar en nuestros trabajos (Mt 11,28), hanos de sustentar como lo ha de hacer un tal Padre –que forzado ha de ser mejor que todos los padres del mundo, porque en Él no puede haber sino todo bien cumplido (Mt 7,11)– y después de todo esto hacernos partícipes y herederos con Vos (CV 27, 2).

      En otra ocasión, hablando también del hijo pródigo, dice que teniendo tan buen amigo, «tal huésped que le hará señor de todos los bienes, si él quiere no andar perdido, como el hijo pródigo, comiendo manjar de puercos» (2M 1, 4).

      Y una vez más después de todas estas reflexiones no sabe cómo ponderar la grandeza de tantos regalos y lo expresa así: «¡Bendito seáis por siempre, Señor mío, que tan amigo sois de dar, que no se os pone cosa delante!» (CV 27, 4). Aquí vemos otra vez uno de esos benditos que le salen del alma con fuerza.

      La grandeza y la bondad de Cristo Maestro también ha llamado la atención de la Santa y, según ella, se manifiesta como un bueno, un buenísimo maestro, en el hecho de que, para aficionarnos a que aprendamos de él todo lo que nos quiere enseñar, ha comenzado haciéndonos ese par de favores ya dichos: la filiación divina y la hermandad con Cristo. Y ponderando aún más la grandeza del Maestro dice a sus hijas: «Mirad [...] si tenéis buen Maestro, que, como sabe por dónde ha de ganar la voluntad de su Padre, enséñanos a cómo y con qué le hemos de servir» (CV 32, 11).

      Guiados por este Maestro, al decir Padre nuestro, hemos de procurar entender lo que esto significa en sí mismo y para nosotros de modo que «se haga pedazos nuestro corazón con ver tal amor» (CV 27, 5). Para llegar a este amor tan grande nos ayudará procurar saber quién es y cómo es nuestro Padre, «un Padre tan bueno y de tanta majestad y señorío» (CV 27, 5). Y les aconseja a sus monjas con todo su convencimiento: «Buen Padre os tenéis, que os da el buen Jesús; no se conozca aquí otro padre para tratar de él; y procurad, hijas mías, ser tales que merezcáis regalaros con él y echaros en sus brazos. Ya sabéis que no os echará de sí, si sois buenas hijas; pues, ¿quién no procurará no perder tal Padre?» (CV 27, 6).

      Pasa luego a comentar las siguientes palabras: «que estás en los cielos» (CV 28,1). Y asegura que es importante para todos, y muy en particular para «entendimientos derramados, que importa mucho no solo creer esto, sino procurarlo entender por experiencia; porque es una de las cosas que ata mucho el entendimiento y hace recoger el alma» (CV 28, 1).

      Siendo esto tan importante como está diciendo lo quiere exponer con toda claridad:

      Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que adonde está el rey, allí dicen está la corte. En fin, que adonde está Dios, es el cielo. Sin duda lo podéis creer que adonde está Su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice san Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo (CV 28, 2).

      Intimando con el Padre Celestial

      Y para ser más incisiva abre la siguiente pregunta: «¿Pensáis que importa poco para un alma derramada entender esta verdad y ver que no ha menester para hablar con su Padre eterno ir al cielo, ni para regalarse con Él, ni ha menester hablar a voces?». A pregunta tan larga contesta:

      Por paso que hable, está tan cerca que nos oirá. Ni ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí y no extrañarse de tan buen huésped; sino con gran humildad hablarle como a padre, pedirle como a padre, contarle sus trabajos, pedirle remedio para ellos, entendiendo que no es digna de ser su hija (CV 28, 2).

      ¡Fuera falsas humildades!

      No le parece suficiente lo que está diciendo y echa por otro camino: el de la falsa humildad en que se empeñan algunas personas. Dice:

      Se deje de unos encogimientos que tienen algunas personas y piensan es humildad. Sí, que no está la humildad en que si el rey os hace una merced no la toméis, sino tomarla y entender cuán sobrada os viene y holgaros con ella. ¡Donosa humildad!, que me tenga yo al Emperador del cielo y de la tierra en mi casa, que se viene a ella por hacerme merced y por holgarse conmigo, y que por humildad ni le quiera responder ni estarme con Él ni tomar lo que me da, sino que le deje solo, y que estándome diciendo y rogando le pida, por humildad, me quede pobre, y aun le deje ir, de que ve que no acabo de determinarme (CV 28, 3).

      Fuera esas humildades tontas:

      No os curéis, hijas, de estas humildades, sino tratad con Él como con padre y como con hermano y como con señor y como con esposo; a veces de una manera, a veces de otra, que Él os enseñará lo que habéis de hacer para contentarle. Dejaos de ser bobas; pedidle la palabra, que vuestro Esposo es, que os trate como a tal (CV 28, 3).

      A continuación, ayudando a esos entendimientos derramados les explica las excelencias de este modo de rezar, «aunque sea vocalmente, con mucha más brevedad se recoge el entendimiento, y es oración que trae consigo muchos bienes». Y ¿por qué se llama oración de recogimiento?:

      Porque recoge el alma todas las potencias y se entra dentro de sí con su Dios, y viene con más brevedad a enseñarla su divino Maestro y a darla oración de quietud, que de ninguna otra manera. Porque allí metida consigo misma, puede pensar en la Pasión y representar allí al Hijo y ofrecerle al Padre y no cansar el entendimiento andándole buscando en el monte Calvario y al huerto y a la columna (CV 28, 4).

      Aconseja a quienes cultiven este modo de oración:

      Las que desta manera se pudieren encerrar en este cielo pequeño de nuestra alma, adonde está el que le hizo, y la tierra, y acostumbrar a no mirar ni estar adonde se distraigan estos sentidos exteriores, crea que lleva excelente camino y que no dejará de llegar a beber el agua de la fuente, porque camina mucho en poco tiempo. Es como el que va en una nao, que con un poco de buen viento se pone en el fin de la jornada en pocos días, y los que van por tierra tárdanse más (CV 28, 5).

      Y sigue todavía ampliando sus enseñanzas sobre este recogimiento. Lo que quiere es que quien reza el Padrenuestro entre en contemplación perfecta, nada más comenzar, por eso las enseñanzas que da sobre el recogimiento no tienen otra finalidad sino la de educar en la contemplación, propia de hijos, clavando su corazón y su voluntad en Dios Padre, al que invocan como a «Padre» y de quien proclaman que está en los cielos, y muy principalmente en el cielo del alma.

      Poniendo ya fin a estas reflexiones sobre santa Teresa, hija de Dios, hay que fijarse en lo siguiente: en el primer capítulo de las Moradas primeras cuando habla del alma como de un castillo, de un aposento para Dios, califica al Señor de «un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes», y allí no habla de Dios Padre, pero sí lo hace en CV 28, 9 en el siguiente texto cuando aconseja:

      Pues hagamos cuenta que dentro

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