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antiguo cronista de la Orden recogiendo este dato escribía todo emocionado: «En medio de las turbaciones y consuelos de aquel día, le dio el Señor a nuestra gloriosa Madre uno muy crecido, por medio de un niño, que estando en la iglesia y viéndola aseada, dijo en voz alta:¡bendito sea Dios, y qué lindo está esto! Llenó tanto aquel enamorado corazón esta alabanza de su Esposo por boca de un ángel, que dijo a sus compañeras: por solo este acto de gloria que ha hecho este angelito, doy por bien empleado el trabajo de esta fundación».

      Pasa Martinico

      Todavía en Toledo: a un sobrino nieto de Alonso Álvarez, fundador de las descalzas de Toledo, llamado Martinico, le quería mucho la Madre fundadora. El muchachillo la visitaba de vez en cuando. La Santa había advertido a las porteras del convento: «Siempre que acuda Martinico me llamen y no le despidan, porque me huelgo de hablarle, que es muchacho de muchas virtudes». Y añadía: «Es muy aficionado a la oración y a la pureza, y él me lo tiene dicho». Y ella le aconsejaba prudentemente: «Yo le he dicho que no tenga tanta oración, sino que estudie para que pueda servir mucho a nuestro Señor con las letras, que ha de ser luz de la Iglesia». Acertaba la Santa, Martinico regentaría las cátedras de Durando y la de Prima y murió en olor de santidad el 9 de octubre de 1625.

      La familia Dantisco

      Juana Dantisco, la madre del padre Jerónimo Gracián, visitó a la Santa en Toledo. Y estuvo allí tres días. Cuando refiere a Gracián la estancia de su madre en Toledo la califica como persona «de las mejores partes las que Dios le dio, y talento y condición, que he visto pocas semejantes en mi vida, y aun creo ninguna» (Cta 124, 2). Una de sus hijas, Juana, que desde 1567 vivía en el colegio de doncellas nobles de la capital, estuvo con su madre a ver a la Santa y esta califica a la muchacha «de harto bonita y me hace gran lástima verla entre aquellas doncellas, porque en hecho de verdad, según decía, tienen más trabajo que acá; y de buena gana le diera yo el hábito con el mi angelito de su hermana (Isabel), que está que no hay más que ver de bonita y gorda» (Cta 124, 4).

      En Malagón

      Escribiendo santa Teresa acerca de la fundación de Malagón, dispuestas ya para celebrar la inauguración el día 11 de abril escribe la Santa en el libro de Las Fundaciones:

      Día de Ramos de 1568, yendo la procesión del lugar por nosotras, con los velos delante del rostro y capas blancas, fuimos a la iglesia del lugar, adonde se predicó, y desde allí se llevó el Santísimo Sacramento a nuestro monasterio. Hubo mucha devoción a todos» (F 9, 5).

      Aunque no lo cuente la Madre, en el Libro de Profesiones de la comunidad se dejó constancia de cómo «cuando vinieron con la procesión a colocar el Santísimo Sacramento, trajo la Santa desde la fortaleza a una niña de la mano, hija del corregidor de la villa, y pasándole la mano por el rostro le dijo: “Mira que has de ser aquí monja”». Y así sucedió, profesando en 1593.

      Otras profecías vocacionales

      Otros ejemplos de profecía vocacional se dieron en la vida de la Madre. En la vida de san Juan Bautista de la Concepción, uno de sus hermanos cuenta lo siguiente: «Se acuerda que la santa Madre estuvo en su casa (en Almodóvar del Campo) por dos veces. Y que estando un día con sus padres hizo llamar allí a todos los hijos, que eran ocho, y estando todos juntos en su presencia, alzó el velo y los fue mirando a cada uno de por sí; y luego le dijo a su madre: vuestra merced, patrona, tiene aquí entre estos ocho, dos, que el uno de ellos ha de ser muy gran santo, patrón de muchas almas y reformador de una grandiosa cosa que se verá. Luego alzó la mano derecha y se la puso a este testigo en el hombro y le dijo: “Santico, mire que ha de tener mucha paciencia, que ha de tener muchos grandes golpes en este valle de lágrimas; ¿qué me responde? El tiempo dirá, que después de muerto uno de los ocho que están aquí, se verá en cabo de cinco años quién ha sido”»[12].

      Con Hernando y Juanillo

      En la fundación de Palencia encontramos una historia deliciosa entre santa Teresa y dos pequeñuelos, hijos de Suero de Vega y Elvira Manrique de Córdoba. El matrimonio «tenía sus horas de oración mental, comulgaban cada ocho días y hacían muchas limosnas». Debemos al padre Gracián la noticia de cómo se divertían con la Santa Hernando y Juan (Juanillo), hijos de este matrimonio «que eran de tres o cuatro años, cuando todas las veces que la Madre venía a Palencia y ellos podían se le metían debajo del escapulario, diciendo a su madre, doña Elvira, que qué olores traía aquella señora monja, que cuando se ponían allí dentro, olía tanto que no quisieran salir de ella»[13]. Uno de los días en que Juanillo jugaba todo contento con la Santa, esta dijo a la madre: «Señora, este niño le quiero yo para mi religión». Y se cumplió esta voluntad: se hizo carmelita con el nombre de fray Juan de la Madre de Dios.

      Echando bendiciones

      El 13 de febrero de 1580, salía santa Teresa de Malagón con las monjas que iban a fundar en Villanueva de la Jara. Fueron haciendo varias escalas antes de llegar el 21 de febrero a Villanueva. En uno de los puntos, Fuente el Fresno-Villarrubia, lo cuenta Ana de San Bartolomé, la secretaria de la Madre: «Estaba allí un labrador muy rico; en casa de este la tenían aparejado gran colación y comida, y juntó sus hijos y yernos que los trajo de otros lugares para que les echase la bendición. Y no paró en esto la devoción de esta buena gente, sino que el ganado también tenían junto para que le bendijese» (BMC 2, 300). Ni san Antón en el día de su fiesta.

      Una turba de niños

      Después de la visita al convento de los carmelitas descalzos de La Roda, siguieron hasta Villanueva. Y sigue contando la secretaria: «Buen rato antes que llegásemos al lugar salieron muchos niños con gran devoción a recibir a la santa Madre, y en llegando el carro donde iba, se arrodillaban, y descaperuzados iban delante de ella, hasta que llegaron a la iglesia adonde nos apeamos» (BMC 2, 301). La Madre tuvo que esperar hasta la hora de la misa en la casa de Miguel de Mondéjar con otras siete monjas. Acudió allí el doctor Ervías y una niña llamada Inés de Loaysa. Al preguntar uno de los presentes si aquella niña de 12 años sería monja en su día, la Madre contestó: «Sí, lo será». Una de las hijas de Miguel de Mondéjar, Apolonia, que fue después carmelita descalza con el nombre de Josefa de la Encarnación, informa: «Posaron en casa de mi padre, y estando delante de nuestra Santa yo y otras dos hermanas, nos dijo que habíamos de entrar monjas y profesar en aquel convento. Y diciéndole mi padre que la mayor podría ser que lo fuese, respondió la Santa: “¿La mayor no más?; todas lo han de ser, como he dicho, y en esto no hay que dudar”. De allí a cuatro o cinco años entró la hermana mayor, que se llamó Isabel de Jesús, y luego en profesando entró Francisca de San Eliseo. Josefa se resistió más que las otras porque quiso casarse y tuvo mucha gana de ello, por haberle salido muchos casamientos, por ser como era su padre muy rico» (BMC 20, 475).

      Otra nena

      Caso también muy simpático el de Elenita, hija de doña Catalina de Tolosa, en la fundación de Burgos. El 23 de febrero de 1581 se trasladaron las monjas de su casa al Hospital de la Concepción. La Santa preguntó a la niña si quería acompañarla; y ella se preparó para la marcha con las monjas. Doña Catalina le dijo: «¿Así se van las doncellas de la casa de sus padres?». La niña, que tenía unos doce años, respondió: «Envíame a llamar nuestra Madre fundadora, y no puedo menos de ir; y su madre la dejó en paz». La mencionada secretaria de la Santa asegura que «aquel llamamiento era como el del Señor a sus apóstoles»[14]. El caso es que fue una de las primeras que entraron en el convento de Burgos.

      Aparte de todos estos relatos con niños y niñas, ya buenos estudiosos han señalado «la fascinación que sobre sus hermanitos ejerció la Santa en su infancia, impulsando a uno de ellos a tomar el camino hacia el martirio y persuadiendo a otro a que se metiera fraile».

      Más de la familia

      Muy notable fue también la solicitud tierna y maternal que tuvo con Gonzalito y Beatriz, hijos de su hermana Juana, y con sus sobrinitos, los de su hermano Lorenzo. E incluso el afecto sincero que llegó a cobrar a la niña que su sobrino Lorenzo (siendo soltero) dejó en España, al volver para las Indias, y de la que dice en carta del 15 de diciembre de 1581: «No la puedo

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