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Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso. Ricardo Reina Martel
Читать онлайн.Название Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso
Год выпуска 0
isbn 9788419092854
Автор произведения Ricardo Reina Martel
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
—¿Qué ocurrió con la gente que aguardaba en la playa?
—El ejército comandador arrasó. Buscaban a quien estaba predestinada a ser la sacerdotisa del santuario de Arduria Muzá, y Océano, a cambio de un amor, sacrificó a toda una comunidad. —Asián lo mira intensamente mientras habla.
***
—El amor. Mi primera pregunta sería la causa que lo origina. ¿Es el deseo amor? Estarás de acuerdo conmigo que sin amor no se puede alcanzar la dicha ni el conocimiento. ¿Tienes algo que añadir, comandador? Sin amor qué poco sentido tiene todo y qué cosa tan pueril sería la vida —comenta Océano, formulándose preguntas para sí.
—¿La ayuda que ofrecéis a las almas no es acaso amor?
Océano abre los ojos.
—¿Te han afectado las aguas, muchacho? ¿O quizás te ha embriagado el perfume de las rosas? Me refería a algo mucho más simple: el amor a una mujer; se cuenta que la abandonaste por salvar la vida de muchos.
—No puedo contestarte a eso, no sé qué debo decir.
—No te engañes, Ixhian. Estás aquí porque ella te lo pidió. Todo es tan simple… —Lo observa con tal intensidad que el comandador no puede mantener su mirada.
—Cuando hablo del amor, hablo de ese sentimiento que supera toda dualidad, esa emoción que embriaga la existencia y la pone boca abajo. Hablo de esa materia que supera cualquier tipo de entendimiento. Y dime, si te atreves, ¿cuánto darías por volver a encontrarte con ella? —Las palabras de Océano le producen turbación y curiosidad a la vez, ya que no sabe hacia dónde se dirigen—. Dime, Ixhian, si ella te pidiese que abandonaras esta misión y regresaras a su lado, ¿qué le dirías?
—No fue solo ella quien me lo pidió. También estaban mis maestros. Ellos han depositado su confianza en mí, nunca podría defraudarles.
—Precisamente a ese punto quería llegar. Si todo dependiese de una simple decisión, ¿qué harías, Ixhian? ¿La elegirías a ella o a tus maestros?
Ixhian dirige su mirada hacia el lago sin atreverse a declarar.
—Si ella me llamara, acudiría a su lado como el rayo.
Océano sonríe, su rostro se emociona ante la respuesta del comandador.
—Así de simple, ¿verdad? Ese es mi pecado, lo abandoné todo por ella. En ese momento se acerca Asián, sus pasos parecen cansados.
—Tengo que ir lejos, en busca de las aguas que combaten la rabia y el desencanto.
—Siéntate con nosotros, querida. Hablábamos de guerras y batallas —le pide Océano, guiñándole un ojo.
—Cuando se os deja solos, los hombres siempre deriváis la conversación a más de lo mismo. No hay tema que os guste más que ensalzar vuestro ego y su consabida competitividad. Estoy cansada y reconozco que esperaba la llegada del elegido de otra manera, ¿por qué no decirlo? —Ixhian disimula, intenta dominar el desconcierto que le producen las palabras deAsián—. Comandador, dime, ¿eres tú aquel que esperábamos? —le repite Asián, suplicándole—. Si es así, libra a Océano de su carga y sácanos de aquí.
Ixhian queda paralizado tras la súplica más hermosa y desesperada que le han hecho en su vida. Asián es una mariposa portadora de una belleza que no puede compararse con nada. En ese instante, nuestro comandador se atreve y, sin ser consciente de sus actos, acerca a sus labios el agua de Eleonora y le da de beber algo que ella desconoce. Entonces, Asián entiende que comienza el fin de su condena.
—No nos falles, Ixhian.Todos dependemos de ti, recuérdalo. Estamos cansados y deseamos superar esta cerca infranqueable.
—Comandador, culmina aquello que yo no fui capaz de hacer. Tú no perteneces al mar, rompe tus corazas y sé brillante. Para eso fuiste elegido —termina de hablar Océano.
Disfruto de la más exquisita de las compañías,
donde el agua es más que nunca agua,
y el amor más que nunca amor.
***
Despierta con la sensación de que será el último día que pase en la granja. Algo vuelve a tirar de él y entiende que debe retornar al camino, al tiempo que le atrae la idea de compartir una última conversación con la pareja. Dos almas que le habían conmovido, dos seres condenados a disuadir sus propios engaños.
—¿Descansaste? —pregunta Asián, vestida de verde.
—Se me han pegado las sábanas, anoche no podía coger el sueño —contesta a media voz nuestro hombre—. ¿De dónde proceden las almas, Océano?
—Eso no te lo podemos contestar. Desconocemos su procedencia, tan solo podemos afirmar que en Paradiso todos somos seres condenados. Océano las recibe con afecto e intenta consolarlas, mientras que yo les ofrezco el agua. Ya lo viste hacer, no hay más.
—Mañana marcharé, va siendo hora de continuar —afirma el comandador con expresión melancólica.
—Hemos pasado un tiempo juntos, Ixhian. Un tiempo en el que ambos hemos aprendido que nada escapa a los ojos de la creación.
La casa se encuentra a oscuras, el sol declina en el horizonte y el hogar resume sosiego y calma por todas partes.
—Hemos de despedirnos, Ixhian. Decirnos adiós como hombres que se han confesado sus secretos.
—¿Quién fueron tus preceptores, Océano? Siempre me atrajo el pueblo del mar, el abuelo Arón era de allí. Nos contaba historias a Thyrsá y a mí cuando apenas éramos unos críos.
—Nací en los acantilados del Barás y mi llegada fue profetizada por el viejo Anselmo, del que se decía que se marchó cabalgando a lomos de una gran tortuga para ser recibido por Elissé, la reina de las sirenas. Fruto de ese amor, dicen que nací yo. También se contaba que el viejo Anselmo podía correr por encima de las aguas y que un día lo vieron hacer el amor con Elissé sobre la cresta de una ola.
Océano se complace al ver la expresión de incredulidad dibujada en el rostro de Ixhian.
—Dime, Océano, ¿te arrepentiste alguna vez de escapar a tu destino?
—Durante muchísimo tiempo cargué con el tormento de mi decisión, pero gracias a la fidelidad de Asián entendí que nadie puede hacer nada por nadie. El proceso que hemos de vivir es personal y tan solo le pertenece a uno.
Tras esas palabras, Asián entra en la habitación. Lleva el pelo mojado y porta una sopa humeante y de agradable aroma.
—No molesto, ¿verdad, caballeros? —Asián se introduce en la conversación—. Dejaos de tanta formalidad y amenicemos la velada. Anda, saca una botella de ese licor rosado que te guardas. —Ixhian se ofrece con la intención de ayudarle—. Estoy de suerte, no abundan caballeros capaces de socorrer a una dama, y menos para un acto tan simple como poner la mesa. La próxima mariposa no te dejará hacerlo.
Las palabras de Asián van colmadas de misterio. Ambos se miran con intensidad. En esos instantes, el comandador daría la vida por saber qué es lo que piensa la dama del lago.
—Háblanos de la Isla, Ixhian. Cuéntanos qué ocurre más allá