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Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso. Ricardo Reina Martel
Читать онлайн.Название Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso
Год выпуска 0
isbn 9788419092854
Автор произведения Ricardo Reina Martel
Жанр Языкознание
Издательство Bookwire
El Gris intenta hacerle entrar en razón y le muestra la joya que asoma bajo la camisa de Ixhian.
—Vale, te perdono, pero quedamos en eso.Tú me cuentas esa historia mientras cenamos, pero que no se vuelva a repetir, te lo aviso.
Con tremenda precaución continúan visitando el jardín hasta alcanzar un nuevo reservado, tras el que se esconde un coqueto huerto.
—¡Mirad! —señala el Gordo hacia un nuevo árbol, en el que se expone una manzana atravesada por una flecha.
—¿Veis? Esta es la manzana de Guillermo Tell, nada más y nada menos. Curiosa, ¿verdad? Ya sabía yo que os gustaría.
Ixhian contiene el aliento intentando no hacer ningún comentario, dado que no se pueden permitir un nuevo percance.Aun así, su tremenda ingenuidad le hace preguntar:
—¿Te costó mucho obtenerla, Gordo?
Cada vez que el comandador interviene, el Gris se echa a temblar. El Gordo se queda pensativo ante la pregunta y con la mano en la barbilla le contesta:
—Sí, tuve que convencer a mucha gente para que saliera a subasta hasta que al fin fue mía y ahora, como una hermosa flor, se complace al sur de mi jardín.
Seguidamente se introducen tras unos canales por donde circula generosamente el agua.
—¡Ah, mirad este! —vuelve a replicar Gum.
Sobre una mesa de piedra en forma de altar y cubierta de musgo se haya depositada una rama con tres manzanas de oro.
—¡Qué hermosura! ¡Cuánto hacía que no paseaba por este rincón, digno de los mejores tiempos! ¡Mirad este tesoro! Regalo de un cíclope en la isla de Delos, os presento esta maravilla llegada desde el Jardín de las Hespérides. He aquí el codiciado tesoro de Euristeo de Tirinto. ¡Acogedla, acogedla!
El Gordo levanta la tapa de cristal y extrae una ramita con tres manzanas de oro.
—Protegida por un fiero dragón le fue arrebatada por el viejo Hércules. ¡Qué buen tío! ¡Eso era un hombre, y no los de ahora! Contemplad esta joya que descansa en un rincón de mi jardín, como si tal cosa. Aquí no te hacen falta dragones que te cuiden ni protejan. El Gordo está aquí, pequeña. El Gordo cuida de todas vosotras. Descansad tranquilas, manzanitas mías.
Ixhian tiene la sensación de formar parte de una escena teatral.
—¡Hacia el oeste! Pongamos rumbo hacia el oeste, donde vive la niebla y el viajero sueña.
El Gordo parece poseído por una energía extraordinaria y, sin duda, no es la misma persona que los acogiera el día anterior.
—Por favor, tened mucho cuidado. Seguidme y no haced ruido, que se asustan los espíritus.
Alcanzan un paraje donde reina un silencio sepulcral y en cuyo centro se aprecia un árbol cuyo porte y aspecto produce visiones. A sus pies, le guarda pleitesía una piedra solitaria.
—Ahora sí que estamos en el oeste del mundo. ¡Venid, arrodillaos! Es el manzano padre, lo último que queda de una tierra bendecida. Mientras se mantenga su recuerdo, estaremos todos a salvo. En Ávalon aún reina el poder del estío.
El Gris se inclina y deposita un lirio de agua sobre sus raíces, mientras el comandador se sienta junto al árbol. En eso, se manifiesta un fantasma cuyo rostro se cubre bajo una gasa oscura. Es la tejedora, aquella que hilvana la vida de todos los hombres y mujeres. Suelta sus agujas y le hace señas a Ixhian para que se acerque.
—No te preguntes, comandador. Todo se te ha dicho y, aun así, todavía no te has enterado —le dice el fantasma.
Ixhian se posiciona y toma asiento frente a la figura, lo que le provoca un sueño incontrolable. Sin esperarlo, el Gordo le propina un pequeño mordisco en su oreja izquierda, haciéndole dar un respingo.
—¡Vámonos! No te dejes atrapar por la melancolía, y menos con esta vieja medio chingada.
—Nos encontraremos bajo el fresno, comandador —son las últimas palabras de la anciana.
Alcanzan un pequeño claro, en cuyo centro se levanta una pequeña columna de mármol y sobre la que descansa una urna de cristal. El Gordo alza la tapa y eleva la manzana. En ese instante cae por su mejilla una lágrima imposible de contener.
—Blancanieves, Blancanieves… la manzana que fue capaz de mitigar tus párpados de rosas y amapolas —murmura el Gordo.
Continúan avanzando entre el canto de las aves y el incesante revuelo de mariposas, hasta que el Gordo se detiene en seco y dice:
—Venga, chicos, animaos, que nos encontramos muy cerca de la salida, pero estáis obligados a ver este último. —Se miran entre sí, intentando evitar toda suspicacia posible.
—Ahí lo tenéis, es todo vuestro, el árbol del bien y del mal, aquel que dio su nombre a un paraíso.
—Es un árbol maldito, ¿no? —pregunta el comandador, mientras el Gris lo mira aterrado.
—Los árboles nunca son malditos, los hombres sí. Aquí están a salvo de toda mezquindad humana.
Ambos buscan la susodicha manzana sin encontrarla, limitándose a dirigir una mirada al Gordo y sin atreverse a preguntarle.
—Lo siento, se ve que la señora Eva se las engulló todas. Ya conocéis la historia… Además, desde la marcha de los magnificentes, el hombre carece de paraíso del que se pueda expulsar.
Oyen un persistente siseo a sus espaldas y perciben una gigantesca serpiente enroscada en una de las ramas del árbol.
—Esa maldita serpiente entró en el lote y os advierto que no me cae simpática —replica el Gordo.
La tarde se les echa encima. Cruzan un pequeño puente de madera a cuyos bordes se pincelan diminutas florecillas.
—Vaya, acabadito de llegar, mi última adquisición. Ya comenzaba a cotizarse, pero aún debo buscarle sitio, y es que, para ser un buen hombre de negocios, hay que saber anticiparse.
Ixhian se acerca al manzano. Un cisne blanco se arropa entre sus raíces. El cisne alza su cuello, lo mira con tristeza y le señala un corazón tallado en el árbol en el que se suscriben dos nombres: Ixhian yThyrsá. El comandador cae abatido. Las emociones le alcanzan de lleno y el Gordo le ofrece uno de sus frutos.
—Este chico no está bien, ¿verdad? —objeta Gum en voz alta.
Justo a la salida, Ixhian se golpea con un barril de madera y el Gordo grita:
—¡Cuidado! Es de «La Española», no te vayas a cargar el refugio de Jim Hawkins. Un barril de manzanas que fue en busca de un tesoro. ¡Vale toda una fortuna, niño!
***
Se oye un griterío enorme, cientos de antorchas arden en la noche. Las gentes cantan alborozadamente por las calles. Al cruzar la puerta del comedor, perciben unos olores suculentos. El Gordo baila en el centro de la sala, a la vez que los demás le acompañan en delirante frenesí.
—Aquí llega nuestro héroe, ¡el señor del último manzano! ¡Alcemos nuestras copas! —vocifera el Gordo en voz alta.
Los presentes alzan sus jarras en pos del brindis formulado por Gum.
—¡Por Ixhian y su dama! ¡Aquella que le aguarda tras los pastos de Zamora!
—¿Descansaste? —pregunta el Gris, acompañado de una bella muchacha.
—Parece que me cayó una losa encima.
—Este Gordo es un pasote, tómate un trago y come algo.
—Sí que es sorprendente…
Tras saborear el vino, Ixhian se fija minuciosamente en el interior del recinto; pieles de animales salvajes, un viejo escudo de armas y una red de pescar cuelgan de las paredes.