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se enmarañan conformando una selva; de sus labios brota una fuente perfecta y su rostro conserva un brillo ingenuo e infantil a la vez. El comandador ha encontrado la segunda de las Mariposas, la primera no pudo reconocerla.

      —Tropecé mientras bajaba; me sorprendió la tormenta y apresuré el paso.

      —Un visitante que cruza Paraíso nunca se dio antes. Dime, ¿cómo es que la montaña te dejó pasar? —Lo mira asombrada—. Anda, acércate a casa. Océano tendrá a bien recibirte.

      Circundan el arroyo hasta llegar a una especie de molino.

      —Tras las acequias está nuestra casa. No tiene pérdida, es amarilla y se encuentra a la orilla del lago. Instálate como si fuese tuya, yo regresaré en cuanto termine.

      —Muy amable. ¿Por qué nombre debo conocerte?

      —Soy Asián, y Océano es quien pesca en el lago.

      —Encantado —contesta el comandador, fascinado.

      —Dime, ¿vas vestido de comandador o tan solo me lo parece?

      —Soy soldado, aunque no dependo de la ciudad de Lagos. —El comandador menciona el nombre antiguo por el que era conocida la ciudad de Luzbarán—. Tan solo respondo ante el Powa.

      —Ve a casa. Océano estará encantado de recibirte y sé bienvenido a la granja del agua —insiste la muchacha.

      El comandador siente el frescor de la brisa, mientras observa una gran variedad de acequias que se multiplican en diferentes direcciones. Los acueductos bajan de la montaña y entre ellos descubre infinidad de senderos y surtidores. Sigue la dirección del agua, que baja de manera caudalosa hasta desembocar en un plácido merendero, donde un entramado vegetal se entremezcla en una pérgola de madera. Del interior de la glorieta mana un caño de agua con excesiva violencia, anegando su superficie y desde donde percibe un reino de líquenes y plantas. Avanza hasta llegar a la orilla del embalse y allí observa a un hombre que pesca en una pequeña barca. Es Océano, que viste un enorme sombrero y una pelliza oscura. El tobillo se le ha inflamado, aún más si cabe. La casa se encuentra inclinada y da la sensación de querer huir del agua; presenta dos plantas, además de un cobertizo. Alguien ha debido pintarla de amarillo. Sus ventanas son dos ojos que con infinita nostalgia miran hacia el lago.

      Una luna macilenta y tenebrosa se asoma sobre un mundo que es un dibujo en el que una barca atraviesa lánguidamente el lago. Por entre la niebla se conforman un par de personajes surgidos de los mitos más antiguos. En esos momentos, ella es la mujer más misteriosa de la tierra y el comandador comprende que Thyrsá se encuentra más cerca que nunca. Ya en el interior de la casa, Asián le hace tomar asiento al tiempo que Océano enciende su pipa y se deshace del sombrero. Entonces Asían le acerca una jarra de cristal.

      —Toma un poco de esta agua, te sentirás mejor y reanimará tu cuerpo. No te preocupes por nada, aquí todo funciona distinto. Dulzura descansa en el cobertizo, me he encargado de ponerle algo de heno y agua limpia.

      —¿Desde cuándo vivís aquí? —se decide a preguntar el comandador, mientras la dama frota con agua fría su tobillo. Océano le mira con unos ojos que reflejan la eternidad y Asián tose incomodada por la pregunta.

      —Hay cosas que es mejor no comentar, situaciones que pesan más que la montaña que acabas de salvar.

      Le ofrecen una habitación pequeña en el piso superior de la casa, donde una ventana se asoma hacia el lago. La hermosa luna se refleja de manera fantasmal sobre la superficie, las aguas ocultan cierto celaje; un lugar sin nada a lo que aferrarse y capaz de transformar cualquier tipo de certeza. Sobre la mesita, una nueva jarra de cristal, un vaso y una toalla pequeña. A los pies de la cama se encuentran sus pocas pertenencias. Ixhian rebusca hasta hallar el cuaderno.

      Si salvas al mundo, te salvas a ti.

      En el agua nacen los insectos,

      en el agua nace la flor

      y las aves ya vuelan sobre el cielo.

      Si salvas al mundo, te salvas a ti.

      En el sueño, un mar encolerizado y violento le amenaza; grandes olas salpican sobre los muros y Torre Maró se rompe; el agua entra por todas partes. En la orilla, un grupo de nativos enloquecen. Ruge una gran tormenta y una nave despliega su vela. La gente llora, el mundo enloquece y una montaña comienza a escupir fuego.

      ***

      —Desayuna con nosotros, tenemos trabajo y hay que fortalecerse antes de emprender la tarea —le invita Océano.

      Hace presenciaAsián, vestida de rojo y abrigada por un jubón cobrizo.

      —¿Descansaste, comandador?

      —Más o menos, aunque me asaltaron pesadillas.

      —Esta casa guarda sueños —manifiesta Asián, ofreciéndole un tazón de leche caliente junto a unas magdalenas.

      —Se levantó temprano y las hizo especialmente para ti —le indica Océano con cierta ironía en sus palabras.

      —No debías de haberte molestado, Asián.

      —¿Y ese tobillo, mejora?

      —Parece que tus aguas hicieron el concebido efecto.

      —Acompáñanos si te apetece, ya luego continuaremos conversando.

      —Así podrás presenciar nuestra rutina en la granja —dice Asián mientras sopla, enfriando la leche.

      Miles de pájaros cantan por el sendero. El camino que rodea el lago parece aún más hermoso a la luz de la mañana. Asián se muestra alegre y coquetea. Monta un precioso rocín color azabache y del que Dulzura se enamora al instante. Le sigue Océano, sentado sobre un pequeño carromato del que tira un burrito blanco. Se trasladan a un lugar que le recuerda a la fuente del bosque. Es una cavidad natural de poca profundidad, donde brotan pequeños hilos de agua.

      —Lo primero es lavar las botellitas de cristal para luego rellenarlas —le cuenta Océano.

      —Nos fue dictado en un sueño —le explica Asián.

      —Las aguas limpian la memoria de las almas y les ayuda a aliviar sus recuerdos —añade Océano.

      Ixhian asiente con la cabeza, sin percatarse de la procesión que se acerca. Océano toma asiento en un sillón tallado en la piedra. Entonces, su porte delicado se vuelve imponente; recibe a las almas de una en una, y estas, al beber, recuperan el aliento. Se acercan con ropajes roídos o desnudas, estableciendo un clima de inquietud en la caverna. Asián les ofrece su agua y les sonríe, calmándolas. Ahora le toca el turno a una niña, cuyos ojos desesperados encuentran los del comandador.

      —Quiero ver a mi mamá. Ella se la llevó, vino de noche y la empujó a la oscuridad.

      Conmovido, el comandador intenta abrazar a la niña, pero Océano lo aparta con premura.

      —Un muerto no se debe tocar —le dice.

      —Ve con el padre, hija —interviene Asián, que le señala a Océano.

      Este toca su cabeza y la niña cae arrodillada. Asián le ayuda a incorporarse y ambas se marchan cogidas de la mano.

      —Ixhian, ocupa tú el lugar de Asián y reparte el agua que yo te vaya indicando.

      Así van pasando todo tipo de espíritus con la apremiante necesidad de ser orientados. Pasada la mañana, recogen las botellas e Ixhian comprende el alcance de cuanto sucede en Paradiso.

      ***

      —Asián, ¿por qué estáis aquí? —le pregunta el comandador.

      La Mariposa le coge de la mano e inician un largo paseo bajo el efecto del agua y las flores.

      —Hace mucho tiempo y en una noche de verano un grupo de personas aguardaban en una playa. —Asián habla mirando al frente, sin detenerse—. Un pueblo se disponía a partir en busca de una isla de la que se decía que hallarían la salvación. Era un día de mucho frío

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