Скачать книгу

ser el que alcanzase la meta y lo que eso supondría. Arco no tenía ni idea de lo que le depararía el viaje.

      La mujer independiente, su alumna de nombre Isadora, se mostraba valedora de sí misma. Era una mujer cuidada, con media melena rubia y siempre vestida para la ocasión. Ocultaba en cierto modo sus temores y su perfeccionismo. No era una mujer difícil, solo le costaba enfrentarse a sus miedos. Hacerse eco del impulso que da un acompañante para realizar sus hazañas. Así, sería definitivamente la peregrina oficial de Arco.

      Sin dudarlo más, los dos se fijaron una fecha para comenzar la peregrinación. Los otros alumnos del taller partirían en otra comitiva. La marcha empezaba su primer empujón. El viaje desde Guadalupe a Sarria comenzaba a gestarse. Sería el transcurso de un largo caminar hacia la unión de dos históricos lugares de Europa: la extremeña Guadalupe y la gallega Santiago de Compostela.

      2. Preparación

      Tanto Isadora como Arco sabían que físicamente requerirían practicar un poco de ejercicio para estar en forma. No se trataba de hacer turismo, sino de andar por caminos polvorientos o senderos boscosos, de peregrinación a pie.

      Isadora solía dedicar una hora diaria a correr. Alternaba las zonas más despobladas con la arboleda floreciente cercana a la rotonda de salida hacia Alía. Solo tenía que cruzar de vez en cuando el arco a las puertas del monasterio, calle abajo, dejando tras de sí el cartel de Guadalupe. Debía entrenarse para domar las zapatillas de deporte que se había comprado.

      Arco, por su lado, se dedicaba a ir dos horas semanales a un gimnasio o a dar largos paseos por el acueducto, allá por las antiguas supuestas vías férreas. Cerca se localizaba su vivienda. Estaba dispuesto a no volver a coger sobrepeso, pero era una meta que cada día se le hacía más imposible.

      A medida que se iba acercando el momento de partir, Arco e Isadora precisaban saber el ritmo, acompasarse y dialogar, sentirse seguros de la compañía mutua, de salir, en definitiva, de su zona de confort.

      Decidieron compartir jornadas entre molinos y puentes, alrededor de una pequeña laguna, en las cercanas tierras del lugar. Luego, en el camino, se darían cuenta de que su entrenamiento era a todas luces insuficiente para acometer la dureza de algunos tramos.

      Arco lo reconsideró un poco. Sus dificultades le atemorizaban, o eso le habían hecho creer siempre de una forma inconsciente, pero sabía que estaba preparado, por lo menos físicamente.

      Los dos acompañantes estaban convencidos.

      3. Elección

      Los futuros peregrinos habían elegido la vertiente francesa del camino, de unos 118 kilómetros hasta llegar a Santiago de Compostela. ¿Serían capaces de llevarlo a cabo? Soñaban con los castillos templarios y esos hermosos monasterios benedictinos. Transitarían por bosques húmedos y frondosos. Era una idea que les atraía verdaderamente. Atravesarían esos ríos que siempre habían leído que murmuraban y daban miedo. Vivirían las leyendas medievales en la actualidad y aquella magia celta les invitaría quizás no a disfrutar una de las experiencias más increíbles de sus vidas, pero seguro que a algo espiritual. ¿O más bien algo inquietante? El camino lo diría.

      Tan excitados estaban los dos compañeros que no podían frenar su entusiasmo. Delante de los demás participantes, en la asolada galería del taller, Isadora mencionó el recorrido. Los alumnos más jóvenes estaban deseosos de saber más detalles. Reclamaban escuchar una leyenda del Camino Francés; después de todo, ellos lo realizarían con posterioridad.

      Arco, algo introvertido por dentro pero detallista y creativo, era el primero que no se negaba a narrarla. Decía así:

      —Cuenta la leyenda que en el castillo de Nájera vivía Farragut, un gigante descendiente de Goliat, vencedor de los mejores guerreros de Carlomagno, excepto de uno, Roldán. Un día, desde el poyo (colina), Roldán divisó al gigante sentado a la puerta del castillo, cogió una pesada piedra y se la tiró, cayendo este derribado. El cerro terminó llamándose Poyo de Roldán.

      Los chavales de la escuela de adultos no daban crédito. Se reían y reían tras escuchar la bendita historia. Curiosidades de la vida, precisamente «el Pollo» sería el nombre del peculiar transportista que fue compañero de viaje en el largo caminar de los dos extremeños: Jon Jack, apodado el Pollo de Roldán. Isadora y Arco habían contratado con anterioridad sus servicios.

      Jon había acabado siendo transportista para una empresa gallega, Pozigrín, pero su currículum se extendía más allá del ir y venir. Contaba con catorce años cuando su padre le obligó a trabajar de albañil, cosa que se le daba bastante bien, pero decidió cambiarse a una fábrica embotelladora con intención de mejorar su economía. No era una solución fácil para él, pero en aquellos momentos sí la más adecuada.

      El caso era que ni Arco ni Isadora deseaban cargar con sus mochilas, por lo que accedieron al transporte de las mismas. Después de todo, se podían permitir ese privilegio y la empresa para la que trabajaba Jon les había parecido buena opción.

      4. Lista de tareas

      Un día, a media jornada, Isadora esperaba sentada en la vieja butaca del rojo vestíbulo. Se encontraba muy inquieta después de mirar y mirar la hora del reloj del local. Arco seguía sin aparecer. Estaba deseando hilar los últimos preparativos del viaje. Quería dejarlo todo bien atado. Lo siguiente era la lista de tareas y, como siempre, se precipitaba intentando asumir inconscientemente el control de la situación. En ese instante la puerta se abrió con un pequeño chirrido y la imagen fue la esperada.

      —Voy a comprar unos calcetines antiampollas, nos pueden evitar muchos disgustos. Seguro que también escojo una nueva mochila, no sé. Ya he mirado un poco lo de las guías del itinerario mediante una aplicación para el móvil del Camino de Santiago. ¡Es un lujo! ¡Todo está ahí descrito!

      —Espera un poco, Isadora. Acabo de llegar de una buena caminata. ¡Relájate! —comentó Arco sin tapujos.

      Isadora leía todo lo que caía en sus manos sobre la peregrinación a Santiago, despertando con ello sus ansias de empezar, de que pasara parte del verano, aun sabiendo que con ello volvería a empezar la marcha de un nuevo taller y la correspondiente complejidad del año. Pero quedaba mucho para eso; era cuestión de disfrutar y saber qué sentido le daría a su caminar. Descartaba que su motivo para peregrinar fuese una razón religiosa, pero su subconsciente la impulsaba a finalizar el camino como promesa implícita a su madre, la cual, con su fe, se lo transmitiría todos los días.

      —¡Tiene que haber algo más! —se repetía una y otra vez—. ¡Seguro que el camino se nos da bien! —se auto-afirmaba Isadora, haciendo partícipe a Arco.

      —Por supuesto. Aprender nuevas formas de llevar a cabo buenas rutas senderistas y sacarles más partido, ja, ja, ja. ¡Yo sí lo sé!

      Intrínsecamente, Arco también deseaba descargar su mochila llena de peso y sentirse ligero de equipaje, pero ¡qué equivocado estaba! Llegar al final del Camino de Santiago no sería más que el principio de su caminar, de su futuro tránsito posterior.

      Al igual que lo harían los demás peregrinos, se dispuso a preparar su gran mochila y escuchó un montón de consejos para el camino. Todo estaba ya casi preparado: la ropa colocada en perfecto estado en los distintos compartimentos de su equipaje, los nervios a flor de piel, un poco de incertidumbre y también de emoción.

      La última noche antes de partir, a Arco le costó dormir de lo nervioso y malhumorado que estaba. Mientras él dormía, su pareja estaba trabajando de noche. Sería su presencia, a su regreso, la que lo despertase a la mañana siguiente.

      Era hora de partir y formar parte de esa gran familia, aún por conocer, del Camino de Santiago, con sus ovejas blancas y negras, pues no todas las personas son lo que parecen.

      5. El Hogar de Sarria

      Hacía una mañana normal cuando Arco cogió su móvil y le mandó un wasap a su compañera

Скачать книгу