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el Nuevo Mundo, permitiera unir Europa con Asia. Estas tempranas expediciones despertaron el sueño de encontrar un pasaje por el sur de América hacia el Pacífico asiático, que le permitiera a España controlar las rutas comerciales que hacia occidente conectaran Europa con el continente asiático.

      En 1513 Vasco Núñez de Balboa fue el primer español que desde la costa de Centroamérica avistó el Pacífico, al que denominó Mar del Sur. Este descubrimiento planteó algunas interrogantes sobre la dimensión y las posibilidades de este nuevo océano para los europeos. No obstante, fue la impresionante hazaña de Fernando de Magallanes, en 1520, la que abrió las puertas a los extraordinarios misterios que ofrecía la cuenca del Pacífico a los exploradores europeos que se aventuraran a surcarlo en busca de fama, gloria y fortuna; las que suponían encontrarían en las islas de las especias del Pacífico, que escondían exóticas riquezas y aguardaban a quienes con valentía se atrevieran a cruzar el tan temido paso. Tras la expedición de Magallanes, la búsqueda de un pasaje por el Sur se convirtió en uno de los enigmas más importantes que la geografía del Nuevo Mundo planteaba a los europeos.

      A partir del siglo XVI las expediciones europeas enfrentaron los desafíos impuestos por las dificultades y sorpresas de una geografía que entrañaban un paso extremadamente peligroso, que se presentaba como el primer reto antes de enfrentar los misterios de la cuenca del Pacífico. En el siglo XVI estos retos de la geografía especulativa fueron desafiados por tres expediciones que lograron llegar al Pacífico y además completaron los primeros viajes de circunnavegación; las expediciones fueron la de Fernando de Magallanes, en 1520; la del famoso Francis Drake, en 1579, y la del marinero Thomas Cavendish, en 1586.

      Cabe resaltar que en las capitulaciones entre Magallanes y la Corona española en 1518, el propio capitán Magallanes dijo que iría “Para buscar el estrecho de acquellas mares”2. Incluso, Bartolomé de Las Casas, en su Historia de las Indias3, recoge en sus diálogos con Magallanes la existencia de este paso: “Díjele mas ¿y si no halláis el paso por donde habéis de pasar a la otra mar? Respondiéndome que cuando no lo hallase, irse por el camino que los portugueses llevaban”4. Estas palabras reflejan cómo la búsqueda de una ruta hacia las islas de las especias era ya una competencia entre las dos potencias marítimas del siglo XVI.

      Magallanes fue el pionero, no solamente por desafiar aquel temido paso, convencido de su existencia e importancia, sino también porque fue parte de la primera expedición que alcanzó el primer viaje de circunnavegación. La ruta de Magallanes fue seguida durante los siguientes siglos por exploradores y aventureros, cuyas expediciones estuvieron matizadas de valor e intrepidez, pero también cargadas de episodios trágicos y de magníficos descubrimientos geográficos, los cuales quedarían plasmados en la temprana cartografía europea sobre América.

      Copérnico, en su libro De Revolutionibus (1534), nos da un testimonio de la trascendencia de la hazaña de Magallanes:

      América nombrada después del nombre del barco del capitán que la descubrió. En cuenta de su tamaño no revelado, es pensado como un segundo Orbis Terrarum. Hay también muchas islas hasta aquí desconocidas (...) Para consideración geométrica de la situación de América nos obliga a relevar que es opuesta a la región del Ganges de la India5.

      Algunas de las incertidumbres respecto a la geografía especulativa sobre la existencia de un paso por el Sur y la posibilidad de encontrar un nuevo continente se mantuvieron a través de los siglos, Según Américo Vespucio:

      siguiendo esta playa, tan largo tiempo navegamos, que pasado el trópico de Capricornio encontramos el polo antártico en su horizonte más alto, cincuenta grados [...] encontramos en esas partes una multitud de gente [...] una raza gentil y amigable. Todos de ambos sexos, andan desnudos, sin cubrir ninguna parte de su cuerpo6.

      Es así como, desde inicios del siglo XVI, se especulaba sobre la existencia de tierras australes, un posible quinto continente. Tales especulaciones sobre el llamado continente blanco, la Antártida, se ven renovadas en preguntas y reflexiones de escritores como Peter Matthiessen, quien a propósito de un viaje al extremo sur del continente expresa: “este mundo aislado, parece prístino mas allá de lo imaginable”7.

      Pero, además, la geografía especulativa reflejada en los mapas permitió la convergencia del mito y la realidad, producto del registro de la mirada de marineros, exploradores, etnógrafos y cronistas que dieron cuenta de sus conocimientos y también desconocimientos, desde una perspectiva occidental, muchas veces todavía medieval, sobre los enigmas de la geografía de aquel Novus Orbis, denominado América (Imagen 1).

      Fue así como los mapas se convirtieron en los documentos históricos que registraron todos los nuevos conocimientos geográficos, culturales, pero también imaginarios de aquella época de impresionantes encuentros. No obstante, hay que tener en mente que lo fantástico ocupaba los vacíos generados por lo desconocido y cómo las fantasías alimentadas por la mitología occidental suplantaban los intentos de racionalizar un mundo que era totalmente nuevo y desconocido para los europeos.

      Entonces, los mapas fueron documentos históricos y geográficos, pero también representan, mediante su iconografía, la cultura y, sobre todo, los imaginarios europeos sobre la geografía especulativa, planteada por el impresionante hallazgo de un paso hacia un nuevo océano y la posibilidad de encontrar un quinto continente; un proceso que debe ser comprendido como la incorporación del Nuevo Mundo en las mentes del Viejo Mundo8.

      Junto al análisis de las aventuras de aquellos exploradores que se volcaron a resolver el enigma de un paso por el Sur en el siglo XVI, también es fundamental interpretar la convergencia de los conocimientos con los imaginarios propios de la cultura de la época. Es así como la cartografía histórica refleja el conocimiento, pero también la visión fantástica que buscaba comprender las nuevas fronteras físicas y culturales que la exploración de un paso por el Sur planteaba a los marineros que se aventuraron a seguir las huellas de Magallanes al enfrentar un océano vasto, desconocido, incomprensible y habitado por seres extraños, lo que daba lugar a la confusión de los nuevos conocimientos con las alucinaciones de los marineros y las fantasías de las mentes medievales (Imagen 2).

      Fue así como los imaginarios de los exploradores se anticipaban a los conocimientos de la realidad, para camuflar así su ignorancia y temores ante las nuevas fronteras; entonces, estas confusas visiones de realidades y fantasías encontraron su lugar también en la producción cartográfica del siglo XVI. Un ejemplo claro de este registro se encuentra en el mapa de Gutiérrez, de 1562, quien al igual que otros cartógrafos de la época, dio rienda suelta a su imaginación para describir como un universo de ficción, aquello que no era posible asimilar acerca del Nuevo Orbis (Imagen 6, página 9).

      Estos mapas fueron producidos y circularon en Europa como cartografía oficial. Es así como deben ser interpretados, como documentos gráficos sobre la geografía, la ciencia, los intereses políticos propios de la expansión marítima, pero también como evidencia de la imposición cultural y dominio ideológico que caracterizó al imperialismo marítimo colonial.

      EL RELATO DE UNAS SORPRENDENTES EXPLORACIONES

      Un mar inmenso se extendía, henchido de misterio, ante los pequeños veleros9.

      Con estas palabras se inmortalizó el impresionante descubrimiento de Fernando de Magallanes, un ex oficial de la marina portuguesa, que comandando un escuadrón español a bordo del Victoria zarpó de Sevilla en 1519, con la misión de encontrar un paso Suroeste y una ruta hacia las islas de las especias. “Ningún otro viaje ha aportado tanto al conocimiento sobre la dimensión de la tierra como éste”, ya que probó que Ptolomeo había estado equivocado y efectivamente existía un paso por el Sur. Magallanes nombró a este océano “Mare Pacificum”10.

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