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por un tiempo en el vocero liberal de Santiago Alba, y en El Mercantil Valenciano, principal diario republicano de la capital, como durante su exilio, donde siguió colaborando en órganos republicanos, siendo reconocida su labor en marzo de 1955 con su nombramiento como presidente honorario de la Agrupación de Periodistas y Escritores Españoles en México.12

      Su labor periodística se combinó perfectamente con su vocación docente, a la que siempre asignó un papel preponderante, como correspondía a su ideal republicano, comprometiéndose, por ejemplo, en la extensión de las modernas escuelas graduadas frente a los sectores docentes decimonónicos más conservadores. Como recuerda en su relato, si algo puede definir su existencia fue su estrecha relación con la enseñanza, a la que dedicó como profesor de secundaria más de cuarenta años de su vida. En consonancia con su visión social de la enseñanza, la capacitación y la instrucción del pueblo por la élite ilustrada aparecía como una necesidad para lograr un progreso social armónico y democrático, que debía complementarse con un trabajo filantrópico, como al que Manuel Castillo también se dedicó durante toda su vida. Así, al tiempo que desarrollaba su labor como profesor y director del Instituto General y Técnico de Cáceres, se empeñó en mantener una cantina escolar que alimentaba a los niños pobres de las escuelas públicas de la ciudad, tarea que fue reconocida con la concesión de la Gran Cruz de Beneficencia con distintivo blanco. Su implicación en la tarea de mejorar la situación de los niños y obreros sin recursos le llevaría también a ser secretario en la Ponencia Regional Extremeña, creada en enero de 1918, para la preparación y consulta previa a la aprobación de la Ley de Retiro Obrero Obligatorio de 1919.13 En Valencia, a donde se trasladó ese año como profesor de francés del instituto, mantuvo también una gran actividad en defensa de los más desfavorecidos, como miembro de la Junta Provincial de Protección de la Infancia y del Patronato de la Asociación Valenciana de la Caridad.

      Si la proclamación de la Segunda República significó inicialmente el cumplimiento de los ideales arraigados en Manuel Castillo desde su juventud, también supuso para él la posibilidad de aumentar su presencia pública, al ser nombrado consejero perpetuo de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia y vicepresidente del Centro de Cultura Valenciana. No obstante, la guerra y la radicalización que se extendió durante los primeros meses de la resistencia popular republicana desencantaron profundamente a un republicano centrista como él, opuesto como «republicano honrado y persona decente» a la violencia desatada aquellos duros días. La fractura personal que pudo suponer la trágica derrota de la segunda experiencia republicana que vivió Manuel Castillo no puso fin a su compromiso político, mantenido en su exilio mexicano, frente a la desilusión respecto al futuro de una España republicana que mostraron sus hijos.14

      En México, Manuel Castillo fue vocal de Unión Republicana, agregado cultural de la Embajada Española en México, miembro de la Asociación de Periodistas y Escritores españoles en México, vicepresidente del Ateneo Español y presidente honorario de la Casa Regional Valenciana. En reconocimiento a su larga labor, sería condecorado con la Orden de Liberación por el presidente del gobierno republicano en el exilio Félix Gordón Ordás, en julio de 1955. Hasta entonces, Manuel Castillo mantuvo una intensa actividad, que afectaba a su precaria salud, y que llevaba a sus más próximos a aconsejarle que «se despreocupase de todas las cuestiones políticas y masónicas de un modo activo y que inicie una vida tranquila y reposada».15 Tras recuperarse de un infarto, encontraría en la redacción de su relato autobiográfico una forma de recuperar el mando de su propia existencia, no para confesarse, sino para mantener más allá de ella misma la pretendida ejemplaridad de su vida.

      Su plácida muerte el 26 de enero de 1965 pondría fin a una vida intensa, aunque no a su huella en la sociedad española. Como indica al final de su autobiografía, Manuel Castillo dispuso que el fruto del trabajo de toda la familia, en el caso de no quedar descendientes, se revirtiera en España, en beneficio de los jóvenes sin recursos, a través de «una obra social de cultura» que perpetuara el nombre de los miembros de la familia Castillo. Merced al testamento del último de ellos, Diego, se preservó la esencia del deseo de su padre, asignando tanto a la Universidad de Extremadura como a la de Valencia un 25 % de la herencia, para dotar «premios, becas, investigación y finalidades similares [...] dando al premio, beca, etc., el nombre de Manuel Castillo, padre del testador, en cuya memoria y para honrarle establece los legados».16

      La Universitat de València ha seguido honrando la memoria de Manuel Castillo con la convocatoria de unas becas de investigación con su nombre, destinadas a estudiantes de la Universitat de València que presentaran proyectos de investigación relacionados con la solidaridad y la cooperación. Desde 2003 esa recuperación de su memoria se trasladaría a la convocatoria de un premio que, a partir de 2009, adquirió carácter nacional y se orientó al reconocimiento de trabajos sobre la paz y la divulgación de la cooperación para el desarrollo humano.

      ¿Qué debe quedar, pues, de Manuel Castillo en la España democrática del siglo XXI? No solo el premio que lleva su nombre y no solo su relato autobiográfico, gracias al que podemos acercarnos a detalles e interioridades de algunos acontecimientos, más o menos, relevantes de la historia de la España entre 1869 y 1965. Debe primar, entre todo ello, la fuerza de su fe inquebrantable en la posibilidad de una España libre de dictaduras. Desde esa confianza nunca perdida se desvelará mejor la relevancia de la huella dejada por una generación, la que murió en el exilio, que no pudo visualizar sus horizontes de libertad entre los escenarios familiares de su patria y que ahora puede ser recuperada, también a través de sus propias palabras, para que su experiencia y su trayectoria sea percibida como propia por las nuevas generaciones.

       Mis memorias

       A mis hijos Agustina, Pura, Diego y Luis

       DEDICATORIA

      La obligada y drástica pausa en mis diversas y dinámicas actividades, la mayor parte de ellas inspiradas en románticas esperanzas recuperadoras para nuestra España, liberal y democrática, bajo un régimen republicano; mi peligrosa enfermedad, en 1955, que puso en peligro mi vida, y durante cuyo curso os portasteis conmigo con la mayor culminación de vuestro amor filial, y mi avanzada edad, han sido las causas impulsadoras de escribir estas ligeras Memorias, referentes a mi larga lucha por la vida, de duro trabajo, en la que mi tenacidad y mi fuerza de voluntad, estimuladas, unas veces, por la necesidad, y otras, por mi temperamento, me abrieron el camino, iniciado desde mi humildísimo origen que me impuso un prematuro calvario, dominador de mi niñez, tanto en el sentido material, como en el moral, que me inspiró la firmeza de mis esfuerzos, muchas veces impropios de mi edad, sobre todo durante el periodo de mi adolescencia, ante las rudas primeras dificultades que hube de vencer, por pura intuición, sin otras armas que mi fe en mí mismo y la confianza sostenida, que nunca me abandonó, en lograr una ansiada independencia, ser dueño de mi destino y libre en mis actos, que puse, siempre, al servicio de buenas causas, con un criterio sano y una honradez de conducta y de acción acrisoladas, tanto en mi, entonces, agitada vida pública, como en la privada, iniciando esta sufriendo y la primera, luchando.17

      Estas sucintas notas entiendo no deben ser estimadas como si se tratara de una vida sobresaliente y destacada, propósito y torpe ilusión que, en mí, no cabe, bien lo sabéis vosotros, dada la poca importancia que todos hemos dado a la diaria convivencia colectiva y crítica que nos ha tocado vivir, y, menos, pueden ser consideradas, haciéndome justicia, como una debilidad senil de presentarme como ejemplo, ni para vosotros, que ya os lo di en mi modesta vida, ni para nadie. Solamente las apunto para daros la satisfacción de que, cuando desaparezca, como, por desgracia, desapareció vuestra santa madre, la tengáis también vosotros, muy íntima, de haber sido mis hijos y de aquella, para todos inolvidable. Aunque, en realidad, vuestra conducta, vuestro amor al trabajo, amor heroico a mamá y a mí, con vuestro ánimo, siempre sostenido con probada honestidad y entereza serena, ante las adversidades por las que hemos pasado, constituyen mi mayor orgullo, puesto que habéis logrado un bien ganado prestigio, para mí inestimable, que ha elevado vuestro nombre a un nivel que constituye, para todos nosotros, una ejecutoria a favor de nuestra reducida familia, reconocida, por tirios y troyanos, como modelo

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