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Cáceres y en la Universitat de València, reinterpretando el deseo de su padre, lo que se tradujo en el fomento de los estudios universitarios sobre la paz. Su albacea de confianza fue Arturo García Igual, mi padre, quien mantuvo en México una gran amistad con los hijos de Castillo, reforzado por el hecho de haber sido compañeros oficiales del Ejército Popular de la República. Tras el retorno del exilio y el fallecimiento de Diego en Valencia, Arturo gestionó de manera eficaz y con amplitud de miras la cesión del legado que permitió impulsar el Patronat Sud-Nord de la Universitat, entidad facilitadora de la solidaridad, primeramente con un sistema de becas y posteriormente con un premio a trabajos de difusión periodística e investigación académica en el área de cooperación internacional.

      Al final de esta cadena histórica a los presentes solo nos queda honrar la memoria y aprender de nuestros antecesores. A este respecto, la labor de la Fundación General de la Universitat de València es meritoria, con el apoyo de todos los rectores desde su creación y, en particular, de Esteban Morcillo Sánchez, quien ha impulsado la presente publicación.

      La obra no ha sido sencilla de editar pues todo surgió de un manuscrito que encontré en la documentación que dejó mi padre, Arturo García, al fallecer, en 2010. Eran muchas páginas mecanografiadas por el propio Manuel que estaban esperando el momento de ser releídas. Tenía que haber un interés histórico en el personaje, que lo tenía, y alguien con capacidad de explorarlo. Aquí es donde intervino la profesora Nuria Tabanera, verdadera productora de este proyecto. Nuria me ha hecho apreciar la historia y el trabajo de sus profesionales, que la explican e interpretan con humildad y rigor, para que el resto de la humanidad se beneficie de ello. Y para respaldar esta empresa, contamos con el apoyo de otras muchas personas como Guillermo Palao, José Miguel Soriano y Ximo Revert, que no cejan en emprender iniciativas universitarias para el bien común.

      Confiamos en que los premios Manuel Castillo, que se otorgan desde hace ocho años, estén a la altura de la crónica y los hechos del personaje que ahora salen a la luz. Los premios en sus distintas modalidades siguen pretendiendo «estimular la investigación académica y periodística en el ámbito de la cooperación y el desarrollo humano. También pretende reconocer y difundir los resultados de más interés para la sociedad española, y especialmente la valenciana, sobre la cooperación internacional, la paz y su contribución al desarrollo humano y sostenible de los pueblos en el mundo».

      Por tanto, estas convocatorias mantienen vigentes las aspiraciones de Manuel, adaptadas al tiempo actual. Con la presente autobiografía se conoce algo más de la familia Castillo y de lo que representó la Guerra Civil y el exilio en la cotidianidad de nuestros padres y abuelos. Pero, sobre todo, aprendemos un poco más sobre los deseos de aquellos que vieron la República como un proceso de transformación social y cultural. Más que una ideología o sistema político, lo que nos enseña Manuel Castillo son los valores republicanos de libertad, igualdad y fraternidad. A pesar de su fuerte personalidad, Manuel defendió la libertad de expresión hasta sus últimos límites y llegó a decir, en ciertos momentos críticos, cuando pidió la jubilación voluntaria de catedrático de instituto en 1938, «que tengan en cuenta que, además de catedrático soy periodista viejo, en cuya profesión no me jubilo, conservando la pluma muy suelta cuando se pone, como siempre se ha puesto, al servicio de la razón». Era una pluma que dejaría asombrados a los más brillantes columnistas de la España actual. Efectivamente, puedo imaginarme a Castillo trabajando en los medios actuales, y no solo en los escritos. En realidad, Castillo nunca se retiró de su vida periodística o como promotor cultural, y colaboró con el Ateneo Español o como presidente honorario de la Casa Regional Valenciana en México. Todo un orgullo y ejemplo para la presente generación.

      José María García Álvarez-Coque

      LEGADO MANUEL CASTILLO

       Post fata resurgo 1 Sobre el relato autobiográfico de Manuel Castillo Quijada

      Nuria TABANERA GARCÍA

      Universitat de València

      Cada hombre es importante para el mundo, cada vida y cada muerte; el testimonio que cada uno da de sí mismo enriquece el patrimonio común de la cultura.

      Georges GUSDORF (1991)

      Al cumplirse dos siglos de la redacción en 1765 por Jean-Jacques Rousseau de sus Confessions, consideradas como el ejemplo inaugural de la escritura autobiográfica,2 Manuel Castillo Quijada había terminado de mecanografiar en México un largo relato a partir de sus recuerdos, destinado inicialmente a sus cuatro hijos, Agustina, Pura, Diego y Luis. Su autor, voluntariamente, trataba de evitar la difusión más allá del ámbito familiar de un texto que, por ello, se convertía en un perfecto ejemplo de la llamada literatura gris, al elaborarse sin la intención de ser publicada. Pero, como ha ocurrido con otros ejemplos de ese tipo de documentos, mucho tiempo después de su creación y sin que su publicación pueda afectar a los protagonistas, el texto titulado por Manuel Castillo como Mis Memorias sale a la luz.

      Son varias las razones que han animado a los que, desde la Universitat de València, se han empeñado en difundir las palabras de Manuel Castillo, escritas muy al final de una larga vida y cuidadosamente preservadas entre los papeles de la familia Castillo, primero por Arturo García Igual, albacea de Diego Castillo, fallecido en Valencia en 1981, y desde 2010 por José María García Álvarez-Coque, tras la muerte de su padre. La primera, y más importante, surgió del deseo de los miembros del Pleno del extinto Patronat Sud-Nord, presidido por el rector Esteban Morcillo, de honrar con esta publicación la memoria del patriarca de la familia que hizo posible su creación en 1991, convirtiéndose así en la primera instancia de cooperación de la Universitat.3 A esta razón se unirán aquellas que tienen que ver con el extraordinario interés histórico que conserva un relato autobiográfico como el de Manuel Castillo, en el que se reconstruye la trayectoria vital de un hombre que presenció la evolución de España prácticamente durante un siglo, entre 1869 y 1965.

      En efecto, nos encontramos ante un relato que puede definirse más ajustadamente como una autobiografía, y no como unas memorias, a pesar de su título. Mientras que en unas memorias, habitualmente, el autor presta más atención a los acontecimientos relevantes de la historia vivida, convirtiéndose en relator y no en protagonista, una autobiografía, siguiendo a Philippe Lejeune, es «un relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, poniendo énfasis en su vida individual, y, en particular en la historia de su personalidad».4 Y, como puede comprobarse, el protagonista del relato de Manuel Castillo es el propio Manuel Castillo, centrado, al final de su vida, en explicar el proceso de construcción de su personalidad y en justificar sus acciones ante sus descendientes directos. A través de un recorrido selectivo por sus recuerdos, el autor ilumina con suma profusión de detalles los hechos que protagoniza, apareciendo ante ellos como un justiciero, de honorabilidad y ética intachables, sirviéndose tanto de la ocultación u olvido de escenas que podían alejar su figura de este modelo, como de la ácida crítica a los oponentes políticos o personales.

      La ejemplaridad de la personalidad que presenta de sí mismo Manuel Castillo surge de una ordenación de las experiencias, especialmente de la infancia y de la juventud, que redunda en la reconstrucción de una trayectoria de vida que debía mantener una lógica inmutable, a través del tiempo y del espacio: la búsqueda honorable de la independencia personal, de la libertad de acción y de la justicia. Y en esa lógica se integraba a la perfección el ideal que marcó su vida, el republicanismo.

      Cuando nuestro protagonista formaba su carácter, en la segunda mitad del siglo XIX, el republicanismo español aparecía, según Ángel Duarte, como un horizonte de esperanza, alrededor del cual se delineaba un espacio de posibilidades enmarcado en la ilusión de un futuro de redención. Ese horizonte de esperanza surgía de la acción de muchos que, dando forma a una cultura política derrotada tras el fracaso de la Primera República en 1874, completaron un «aprendizaje de la libertad»5 que los animaba a proponer una alternativa más igualitaria, más justa y más virtuosa a la opresión política y social que muchos padecerían, antes y después de la primera experiencia republicana.

      Para

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