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el protagonista del mismo, como si de un mirón se tratara, sintiendo el corazón palpitar a cada instante ante la siguiente página. Ese reflejo se deriva de una sensación que le recorre de principio a fin, como si reconociera con claridad el tono, como una canción que conoce y no puede dejar de tararear, un grato aroma que reconforta, una canción que dice amor (y desamor), desasosiego (y paz) y ternura (y desolación).

      El lector se va a sumergir en un espacio en el que ya habitan autores como Pavese, Castaneda, Bernhard (sí, sí, sí), Osho, Céline, Unamuno (también), Pascal... y este hecho y pluralidad en el uso de las citas no hace más que definir la propia identidad de Vicente Muñoz Álvarez, abierto siempre a todo aquel que diga algo y lo diga bien, expuesto sin recelos a todas las tendencias y a todos los vaivenes de la propia vida. Y en él también habita Pessoa, y con él su desasosiego, el mismo o uno semejante al que domina el libro, el que introduce al lector sin previo aviso en una cadencia musical de sentimientos. Este tono constante no termina con la última de las páginas del libro, pues su estructura circular le llevará de nuevo a la primera página, a la primera cita, a la primera presencia.

      Para aquel que sea amante de las clasificaciones y que no pueda soportar la presencia de la duda antes de iniciar la lectura de un libro, debo añadir que nos encontramos ante una novela, compuesta de capítulos que podrían ser leídos de forma independiente, eso sí. En ella el autor parece distanciarse de la acción a través de la voz de su narrador (en tercera persona), pero no debe engañarnos este juego de manos, pues no es otra cosa que convertirse a sí mismo en personaje, capaz de ficcionar su propia vida. Esta distancia es una de las características propias de los autores exterioristas, aquellos que pueden narrar aspectos vividos con una mirada casi ajena, de aquel que presencia la escena pero no la vive, de un mirón, de un merodeador. El uso puntual de la inicial como muestra de identidad asume la presencia de otros autores y otras lecturas en la propia obra (otras visitas); Kafka, Blanchot, Auster... desfilan por estas páginas y nos ayudan a entender la cadencia del desasosiego, el tono constante del que vive y es observado. Una vida para ser observada, una ventana para entender una vida. ¿Alguien será capaz de no mirar?

      Ignacio Escuín Borao

      Para los insomnes,

      para los hipertensos,

      para Thomas Bernhard

      Demoramos las preguntas decisivas, al hacer ininterrumpidamente preguntas inútiles y viles, ridículas, y cuando hacemos preguntas decisivas es demasiado tarde. Durante toda la vida demoramos las grandes preguntas, hasta que se convierten en una montaña de preguntas y nos ensombrecen.

      Thomas Bernhard

      1

      LOS PASOS

      Quien quisiera hacer un catálogo de monstruos no tendría más que fotografiar con palabras esas cosas que la noche trae a las almas somnolientas que no consiguen dormir. Planean como murciélagos sobre la pasividad del alma, o vampiros que chupasen la sangre de la sumisión.

      Fernando Pessoa

      Se oyen pasos. Arriba se oyen pasos. En el sótano, en la galería, en el desván, en toda la casa se oyen pasos: un ligero arrastrar de pies, deslizarse a lo largo de los tabiques, en las paredes, bajo la tarima y en los techos. Pasos de animales, de obsesiones, de merodeadores o insectos, pero pasos: inequívocos e irregulares pasos en el interior de la casa. No lo parecen, a veces, como un susurro o un silbido en los tabiques, algo acuoso, una corriente de aire o el agua en la tubería, quizás, porque las casas viejas, los caserones de pueblo están llenos de extraños ruidos, inmemoriales vigas que crujen, que crepitan, ratas en el sótano y en el desván, polillas, arañas e infatigables termitas. Es el pulso, la respiración, la vida interior de la casa, compuesta por cientos de diminutas criaturas, pequeños e inquietos corazones latiendo al compás del reloj de pared, que monótono, obsesivo, desgrana en el salón las horas. Pero a veces, en ocasiones, ciertas noches se despierta uno súbitamente y escucha sobrecogido esos nítidos pasos que resuenan por encima del tic tac del reloj de pared y que en nada se parecen a la habitual pulsión de la casa, pasos en las paredes, de abajo a arriba y de arriba a abajo, sobre el techo, irregulares pasos que parecen avanzar hacia ti, acercarse pausadamente a ti, y se detienen sobre tu cabeza, justo encima, o en el tabique que roza la cama, a escasos centímetros de tu cuerpo, para escuchar tu respiración jadeante y nerviosa, entrecortada, y el acelerado fluir de la sangre en tus venas. O se acompañan, los pasos, de otros ruidos, cuerpos que se deslizan, que se arrastran, que reptan, y arañazos estridentes en la pared. Ratas corriendo, tal vez, o polillas que incuban en la oscuridad sus huevos. Cualquier cosa puede ser en estos caserones de pueblo, con cámaras de aire vacías, aislantes, entre los tabiques interiores y los gruesos muros de adobe que delimitan el exterior. Cualquier cosa: gatas maullando como bebés sobre el tejado o murciélagos batiendo sus alas membranosas en la cuadra. Pero uno tiende siempre a pensar lo peor cuando en las noches de insomnio escucha esos pasos, ratas, merodeadores o insectos acechando tras los tabiques, esperando no se sabe qué ni por qué... Tiende uno siempre a pensar lo peor porque el insomnio es así, dado a fantasmagorías, creador infatigable de monstruos. Ratas corriendo, quizás, o cualquier otra cosa... niños encerrados, emparedados, llorando... manos amputadas que se abren camino... Delirios nocturnos, por supuesto, divagaciones de una mente agotada, necesitada de descanso y sueño, porque a decir verdad no pueden ser más que ratones, los causantes, ratas o ratones y sus crías, probablemente cientos, que se deslizan y arrastran por esas cámaras de aire a las que no existe acceso. Habría que derribar alguna pared interior para cerciorarnos de lo que allí pueda haber. Claro que entonces habría que estar preparados, habría que tener calculado y previsto de qué manera proceder, cómo enfrentarse a ellas, las ratas, si es que en el mejor de los casos son realmente ratas lo que se agita tras la pared... Podríamos utilizar entonces gatos, cepos, venenos durante unos días, limpiar las cámaras en cuestión y volver a levantar luego el tabique... Podríamos entonces serenarnos, podríamos dormir al fin tranquilos... Solo que a veces, por las noches, no parecen de ratones ni ratas, esos pasos, sino de algo más grande y pesado, pasos humanos, diría yo, si no fuera porque sé que nadie puede entrar ahí, ni por el tejado ni por el sótano ni por el desván se puede acceder a esas cámaras, de unos treinta centímetros de anchura, cuya única finalidad es proteger el interior del frío... Cámaras vacías, inhabitables, selladas... Solo pueden ser por tanto ratas, las causantes, y sin embargo a veces esos pasos parecen humanos, pasos de alguien aprisionado, comprimido, que se arrastra lentamente y se dirige vacilante hacia nuestra habitación, recorre la casa hacia nuestro dormitorio y allí se detiene, junto a nuestra cama, al otro lado, y nos escucha y araña insistentemente la pared... Parecen pasos humanos y sin embargo nadie puede entrar ahí, nadie puede sobrevivir ahí encerrado por más que yo me empeñe en razonar lo contrario... Es la inteligencia, la coordinación, la dirección de esos pasos lo que en realidad me inquieta: por qué hacia nuestra habitación, por qué siempre de noche, por qué invariablemente ese destino... Las ratas, creo, no se comportan así... Aunque a decir verdad, tampoco los merodeadores se comportan así... Nadie se comporta así, pero yo sigo escuchando esos pasos... Por la noche, cuando mi mujer duerme, se dirigen lentamente hacia nuestro dormitorio y allí se detienen, alguien o algo nos controla, acecha, nos vigila desde el otro lado y no sé para qué ni por qué... Claro que eso a ella no se lo puedo decir, esta vez no, porque entonces sobrevendría de nuevo el terror, nos dominaría seguramente el pánico y tendríamos que cambiar de vivienda otra vez... Una vez más tendríamos que mudarnos de casa y seguramente en la próxima nos pasara lo mismo, empezaríamos cualquier día a escuchar ruidos, pasos tal vez, y poco a poco todo se poblaría de sombras, se tornaría siniestro, extraño, hostil... Quizás los ruidos, los merodeadores, los pasos estén dentro de mí, en lo profundo, al interior, y sea yo el que al fin y al cabo se los haga escuchar a ella, pasos y ruidos que no existen y que solo nosotros dos escuchamos... Quizá esta vez sean solo ratas, las causantes, y pura y simple sugestión, sobreexcitación, cansancio, fatiga... Solo eso. Así que no debemos precipitarnos, tampoco, mejor considerar esos ruidos simples ruidos y esos pasos simples pasos, ratas corriendo tal vez, en lugar de sacar de quicio las cosas y forzar de nuevo otro traslado...

      No

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