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España en llamas que documentaba fotográficamente la guerra civil española. Hice además grandes ampliaciones fotográficas. La muestra fue inaugurada por el presidente Lázaro Cárdenas. La hicimos en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes en 1938. En la inauguración el General Lázaro Cárdenas me dijo: «Esta exposición tiene que viajar. Pídame lo que sea necesario. Hablo con los Gobernadores del Estado y la muestra viaja. Es necesario crear Sociedades de Amigos de España».

      Y efectivamente la exposición circuló por Querétaro, Guanajuato, Morelia y acompañaron la itinerancia el músico mexicano Silvestre Revueltas y el poeta español León Felipe, entre otras gentes.

      P.: ¿Volvió usted a España más tarde?

      R.: Así fue, el embajador entonces de la República española en México en nombre del Ministro de Estado, que era Julio Álvarez del Vayo, ante el éxito de la muestra me propuso ser el responsable de la Propaganda de la República española en América Latina. Pedí permiso a Lázaro Cárdenas y adscrito a la Embajada de México regresé a ocuparme de ese tema en España. Me facilitaron un piso en el Ministerio de Estado y así estuve trabajando en Barcelona hasta el final de la guerra. Allí inicié la tarea de reunir una serie de fotografías testimoniales de la guerra civil española para difundirlas, a través de una exposición, por las embajadas de España en América Latina. Esa labor la comencé en septiembre de 1938 y me quedé hasta el final de la guerra, a primeros de 1939.

      P.: ¿Cómo se inició la labor de México a favor de los refugiados españoles?

      P.: ¿Puede contarnos alguna historia en particular?

      R.: Desearía recordar la aventura del poeta Emilio Prados. Él tuvo una experiencia terrible. En la que casi enloqueció. Hay que recordar que era un espíritu muy sensible como buen poeta. Él tuvo que atravesar un túnel, en la huida, para evitar que lo capturaran las tropas franquistas. Eso debió ocurrir en Le Perthus. Al correr notó que los zapatos se le pegaban al suelo. Creyó que era lodo y luego descubrió que era sangre. Y eso le produjo una impresión terrible.

      P.: ¿Qué labor desarrolló la Embajada de México para sacar a los españoles en los barcos?

      R.: A inicios de 1939 el licenciado Narciso Bassols había sido nombrado responsable de la Legación de México en Francia. Enseguida viajó a Perpignan para hacerse cargo del tema. Luego en Marseille estaba Gilberto Bosques. Desde entonces quedé a sus órdenes con el visto bueno del Presidente Lázaro Cárdenas. Desde entonces fui asignado a sacar a los españoles de los campos de concentración en Francia y África del Norte.

      P.: ¿Alguna otra organización ayudó a los españoles?

      P.: México por entonces ya había fundado la Casa de España.

      R.: Por supuesto. Ella trabajaba en el Socorro Rojo Internacional vi, a Tina Modotti en Valencia en ocasión del Congreso de la Cultura. No la había vuelto a ver desde su expulsión de México en 1930. Yo estuve en los actos de protesta por su expulsión y seguí de cerca su periplo por Ámsterdam, Berlín, Moscú hasta su llegada a España (1936-39).

      P.: Ella participó asimismo en la expedición de los Niños de Morelia.

      P.: ¿Usted sacó a muchos españoles de los campos de concentración?

      R.: Con el coche oficial de la Embajada de México en España, modelo Hispano Suiza, saqué a muchos amigos españoles de los campos de concentración como el de Argelès-sur-Mer, hasta Persignan como si fueran ciudadanos españoles. Entre ellos recuerdo al ingeniero agrónomo José Andrés de Oteyza, abuelo del actual Ministro de Asuntos Exteriores de México. Me lo encontré en un campo de concentración y enseguida lo saqué de allí. ¿Qué hace usted aquí, le dije? Le di una capa y con un documento mexicano lo saqué del campo.

      P.: ¿Qué papel jugó Susana Steel en esta historia?

      R.: Susana viajó con los españoles en los barcos Sinaia y Mexique. Por cierto que en uno de esos viajes nació una niña y le pusieron de nombre Susana. Es un recuerdo que tengo muy bonito. Y ya en el último barco que salió en 24 de diciembre de 1939 vino con cerca de 500 personas desde el puerto de Le Havre y con destino a Nueva York. Era una expedición que llamé de «integración familiar». Pues en las diversas expediciones anteriores no venían, casi nunca, las familias completas. Siempre faltaba alguien, el abuelo, el marido, la esposa, la hija. Yo les decía, cada vez que salía un barco y el refugiado tenía sus papeles les decía ¡Váyase! No se preocupe de su familia. Le doy la palabra de que los envío más adelante. Logré reunir, en una época muy difícil de gestión con el Gobierno de Vichy, casi 500 personas en el vapor De Gras. Con ellos iba mi esposa, Susana Gamboa –neoyorquina de origen cuyo nombre era Susana Steel– que hablaba con soltura francés e inglés. Ella jugó un papel importante en esas gestiones, sobre todo al llegar al puerto de Nueva York.

      P.: ¿Qué ocurrió en Nueva York?

      R.: Las gestiones aduaneras fueron odiosas. Primero hicieron bajar a todos los refugiados y los recluyeron en Long Island. Donde tradicionalmente controlaban a los emigrantes. Allí los tuvieron veinticuatro horas. Luego los metieron en un par de vagones y los enviaron hasta Laredo. Vinieron en vagones precintados. Y ese trabajo, Susana, lo hizo con apenas 21 años.

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