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valor que se les adjudica a las historias parciales y las memorias fragmentadas, por el aprecio a las prácticas y los saberes. La apertura a las diferentes formas de percibir, sentir, vivir, “memorizar” y comunicar la realidad tiene que ver con lo expuesto por Bourdieu en referencia a la realidad social:

      […] el sentido del mundo social no se afirma de una forma unidireccional y universal; está sujeto, en la misma objetividad, a una pluralidad de visiones. La existencia de una pluralidad de visiones y divisiones diferentes, o incluso antagonistas, se debe, desde un punto de vista “objetivo”, a la relativa indeterminación de la realidad que se ofrece a la percepción. Desde la perspectiva de los sujetos que perciben, se debe a la pluralidad de los principios de visión y división disponibles en un momento dado (por ejemplo, los principios de división religiosos, étnicos, o nacionales están expuestos a competir con principios políticos basados en criterios económicos u ocupacionales). (Bourdieu, 2000, p. 119)

      Teniendo en cuenta lo anterior, se pueden establecer las aproximaciones conceptuales entre los marcos de la memoria colectiva propuestos por Halbwachs, que condicionan la existencia de diferentes miradas frente al pasado, y la propia complejidad de la realidad social, que desde la perspectiva de Bourdieu “no se presenta a sí misma ni como completamente determinada, ni como completamente indeterminada” (2000, p. 119), lo que a su vez favorece el surgimiento de la pluralidad de percepciones de la realidad y la multiplicidad de las representaciones simbólicas de las realidades vividas e imaginadas. Además, dichas percepciones y representaciones de las realidades atraviesan constantes transformaciones, a causa de las tensiones que se generan en medio del enfrentamiento de las miradas antagónicas en lucha por la hegemonía.

      Asimismo, en el campo de las batallas por la hegemonía se sitúan los usos y abusos de la memoria, que condicionan la aparición y la existencia de diferentes tipos de memorias —dividida, fragmentada, manipulada u obligada—. Al trasladar la reflexión al terreno de los abusos, surgen los interrogantes por la responsabilidad, la ética, el duelo y el perdón. Dichos interrogantes se refieren sobre todo a la memoria histórica, que forma parte de la memoria colectiva y se caracteriza “por una conceptualización crítica de acontecimientos de signo histórico compartidos colectivamente y vivos en el horizonte referencial del grupo” (Colmeiro, 2005, p. 18).

      Este último autor, al profundizar en el concepto de la memoria histórica, lo vincula directamente con la conciencia histórica de la memoria, por “su naturaleza autoreflexiva sobre la función de la memoria”. Esta naturaleza autorreflexiva, según Manuel Reyes Mate, se traduce a los deberes de la memoria, que después de la Segunda Guerra Mundial dejó de ser vista únicamente como productora de los sentimientos y se convirtió en gestora de los conocimientos. Además, poner el énfasis en el sufrimiento humano, que hasta entonces había sido ocultado por la ciencia, posibilitó a la memoria una autorreconfiguración, y como resultado de esta la voz de las víctimas se ha ubicado en el centro de interés investigativo. Desde esta perspectiva, los deberes de memoria se refieren a la necesidad de repensar el pasado, la realidad, la ética, la estética, las relaciones entre política y violencia y, por ende, un urgente compromiso de repensarse colectivamente como humanidad (Mate, 2012, pp. 40-42).

      Sobre dicho deber de participar en el proceso de repensarse y reconstruir la memoria colectiva habla también Paul Ricoeur en el libro La memoria, la historia y el olvido, al hacer un llamado a cada uno de los miembros de la sociedad: “Aquí, el lema de las Luces: sapere aude!, ¡sal de la minoría!, puede reescribirse: ¡atrévete a crear relato!, ¡a narrar por ti mismo!” (2008, p. 573). Precisamente, los estudiantes que realizan los productos audiovisuales asumen esta labor de contar la realidad y construir la memoria colectiva, incluyendo la histórica, desde lo particular, lo íntimo, lo oculto, lo silenciado, presentando en sus relatos las problemáticas que los inquietan o indignan, con frecuencia enfatizando en el conflicto armado en Colombia desde la perspectiva de un pasado común traumático para toda la sociedad que merece ser repensado, contado, visibilizado y, por consiguiente, recordado.

      Además, Ricoeur plantea los cuestionamientos acerca de la existencia del deber de olvidar y la viabilidad de la imposición del hecho de olvidar o recordar. Y aunque considera la posibilidad de un olvido impuesto en calidad de amnistía, advierte el peligro de confundirlo con la amnesia:

      La institución de la amnistía sólo puede responder a un deseo de terapia social de urgencia, bajo el signo de la utilidad, no de la verdad […]. Por tanto, si puede evocarse legítimamente una forma de olvido, no será la del deber de ocultar el mal, sino expresarlo de un modo sosegado, sin cólera. Esta dicción no será tampoco la de una orden, la de un mandato, sino la de un deseo según el modo optativo. (2008, p. 581)

      Tal como se ha mencionado anteriormente, los trabajos audiovisuales de los jóvenes realizadores retoman las luchas invisibilizadas de los personajes comunes y corrientes, develando sus posicionamientos y razones, que con frecuencia se alejan del estándar del imaginario de un protagonista mediático, contribuyendo a la creación de unos discursos audiovisuales mucho más incluyentes y reflexivos, y, por ende, aportando a las reconfiguraciones en el marco de la memoria colectiva del país. Precisamente por esto, se hace necesario profundizar el análisis de las narrativas audiovisuales universitarias para poder identificar cuáles son las memorias colectivas que según los jóvenes merecen ser contadas, cuáles son los cuestionamientos que se generan alrededor o cuáles son las denuncias formuladas en ellas. La labor de los jóvenes realizadores, que consiste en indagar por el pasado, consultar los archivos, buscar los testigos, reconstruir los testimonios y diferentes puntos de vista, visibilizando algunos y omitiendo otros, en medio del desarrollo del proceso de creación narrativa y producción audiovisual, implica asumir la responsabilidad social. Esta responsabilidad se extiende a los espectadores a partir de los deberes de memoria, planteados desde la pantalla y centrados en la necesidad de repensar la ética y la realidad, sobre todo si se trata de reconstruir audiovisualmente las experiencias traumáticas, relacionadas con el conflicto armado o las injusticias en general, marcadas por el dolor y el sufrimiento de las víctimas; recuerdos, heridas y sensaciones que aún persisten en el diario vivir de ellas.

      Sin embargo, el mismo Ricoeur resalta que no es posible recordar todo. Tanto la memoria como el olvido son complejos procesos selectivos que se encuentran en una constante mediación con diferentes grados de actividad y pasividad de los actores implicados. Vale la pena preguntarse cómo se desarrollan estos procesos.

      No podemos acordarnos de todo ni contarlo todo, pues el mero hecho de elaborar una trama con distintos acontecimientos del pasado precisa una gran selección en función de lo que se considera importante, significativo o susceptible de hacer inteligible la progresión de la historia. (Ricoeur, 1997, p. 111)

      En la búsqueda de las respuestas a dichos interrogantes relacionados con los procesos de recordar y olvidar, visibilizar u ocultar, contar o silenciar es necesario profundizar en el hecho de narrar desde la perspectiva de un acto social, además indispensable para la existencia humana, y cuyo rol es privilegiado en la construcción de la identidad cultural y la memoria colectiva:

      Narrar significa establecer unas fronteras y al mismo tiempo superarlas; significa también establecer una continuidad, no como nexo unívoco de causa-efecto, sino como posibilidad de reconocer el hilo que nos ata al pasado y al futuro. La narración como espacio que retiene y que revela al mismo tiempo, como palabra dicha y como intención de sentido jamás totalmente concluida, parece responder a la difícil tarea de conjuntar la multiplicidad, el ser incompleto del yo contemporáneo y su necesidad de reconocerse y ser reconocido. (Melucci, 2001, p. 95)

      Por otro lado, siguiendo las ideas de Alberto Melucci, es evidente que la narración y la identidad deberían ser analizadas desde el enfoque relacional como problemas. Según el autor, en el acto de narrar es posible identificar varios niveles: “Nos relatamos a nosotros mismos, por encima de todo, y nos relatamos nosotros mismos; luego relatamos a los otros y relatamos los otros” (Melucci, 2001, p. 96). Todos estos niveles son interdependientes. Los sujetos construyen sus identidades a través de la elaboración de discursos y representaciones de sí mismos, que les permiten presentarse a otros y buscar el reconocimiento de ellos, pero, al mismo tiempo, las narraciones les ofrecen a los autores la posibilidad de entrar en la interlocución con otros, situarse en el contexto que involucra a otros, identificarse

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