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contraste con su notable y mejor conocida expansión en el siglo XVI, lo que podría dar la impresión de un despegue espectacular y repentino, sobre todo a partir del reinado de los Reyes Católicos y de su dirigismo económico. Para Iradiel, por el contrario, no solo la expansión habría comenzado antes, sino que la clave habría que encontrarla en la salida a la crisis del siglo XIV, que en Castilla se habría adelantado a otras zonas peninsulares y europeas, dando lugar a un rápido desarrollo económico, basado en gran parte en el crecimiento demográfico y en los progresos de la reconstrucción agraria. Todo ello, en efecto, no dejaría de influir en el acceso de grandes masas de población al mercado textil, gracias al alza de los salarios en el campo y en la ciudad y a la subida de los precios agrícolas –al menos en las décadas que siguieron a las grandes calamidades de mediados del Trescientos–, a la vez que la necesidad de atender a la nueva demanda impulsaría la fabricación de paños de calidad media y bajo precio y a la imitación de los tejidos de lujo importados. Impulsaría, en definitiva, el desarrollo de la industria textil autóctona, en un contexto de expansión general de la economía castellana. La afluencia ininterrumpida de campesinos a las ciudades y la movilidad del sector artesanal contribuirían a la formación de un mercado urbano de mano de obra barata, mientras que el descenso de ésta en el campo obligaría a los propietarios a pagar salarios relativamente altos, modificando así tanto la distribución de mano de obra rural y urbana como la relación campo-ciudad. Con todo, la repartición regional de la pañería no fue homogénea por toda Castilla, como se desprende del predominio de la pañería rural de baja calidad en la submeseta norte (Burgos, Segovia y Palencia) y de la urbana de mayor calidad en la submeseta sur (Cuenca, Ciudad Real, Baeza y Córdoba), enmarcadas ambas en las variaciones de la demanda europea. Y si bien el alza brusca del precio de la lana a finales del Cuatrocientos llevó a un aumento del precio de los paños y, con él, a una cierta aristocratización de la producción, al concentrarse en los tejidos de mayor calidad, que eran los que resultaban más rentables para las manufacturas urbanas, la caída del número de consumidores y de la demanda real como consecuencia de la ruina de los campesinos y de una parte considerable de los habitantes de las pequeñas ciudades se acabaría traduciendo, en la segunda mitad del siglo XVI, en una disminución de la calidad de la producción. El libro concluye con las repercusiones sociales que tuvo todo este proceso, en particular la concentración manufacturera en manos del patriciado urbano, cuyos intereses coincidían con los de la nobleza, y el antagonismo entre estos grupos privilegiados y los pequeños productores, cada vez más empobrecidos. En todo caso, y en contraste con lo que sucedió en el resto de Europa, todos estos fenómenos apenas llegaron a tener relieve fuera de las ciudades, de lo que se seguiría la debilidad de la extensión del sistema de producción a domicilio y de la explotación de la pañería rural, bloqueando el desarrollo de un sistema de producción realmente capitalista.

      Por muchos motivos, entre ellos la actualidad de sus planteamientos, es decir, su sintonía con lo que proponían las corrientes más avanzadas de la historia económica europea de la época, el libro ha sido y sigue siendo, casi cincuenta años después, una referencia inexcusable en los estudios sobre la industria textil bajomedieval, en Castilla y fuera de ella. Menor proyección tuvo, en cambio, y por las razones antes señaladas, la publicación cuatro años después, en 1978, y después también de un largo período de reelaboración, de la tesis doctoral, Progreso agrario, desequilibrio social y agricultura de transición. La propiedad del Colegio de España en Bolonia (siglos XIV y XV). En ella, el autor estudia la reconstrucción agraria en el centro-norte de Italia tras la salida de la crisis bajomedieval, a partir de la documentación del Colegio de España, en particular la relativa a su patrimonio agrario y las estructuras de explotación, valiéndose para ello tanto del análisis cuantitativo –la medición de los diversos indicadores económicos, de la población, la producción y la productividad a los precios, los salarios y la renta–, como de la teoría económica y de los planteamientos conceptuales y metodológicos desarrollados por la historiografía agraria italiana. La propia obra, la más «italiana» de Iradiel y no solo por el observatorio, se sitúa dentro de esta misma tradición historiográfica, en la línea, como ya he señalado anteriormente, de Sereni, Zangheri, Poni y Giorgetti, a quienes se alude explícitamente en la introducción. También conviene destacar que las sólidas y elaboradas conclusiones de la tesis no lo habrían sido tanto de no haberse apoyado en un riguroso trabajo empírico previo, basado en el análisis de múltiples indicadores. Indicadores que muestran sin duda la importancia de la coyuntura, de las fluctuaciones a corto plazo, de las crisis intercíclicas, pero que también confirman, por encima de éstas, el movimiento de fondo, el predominio de la estructura sobre la coyuntura. Y el predominio de la estructura reenvía en último término al predominio de lo social.

      Tras dejar atrás la crisis bajomedieval, el campo boloñés parece experimentar entre 1465 y 1495 un verdadero crecimiento, que lo sitúa, al igual que a la vecina Lombardía, en la vía del progreso agrario, en lo que el autor llama una «agricultura de transición». En estos treinta años, en efecto, y a pesar de las enormes oscilaciones, de las fuertes subidas seguidas por caídas no menos drásticas, más acusadas en los precios que en la producción y en otros indicadores, todos ellos coinciden en un movimiento sostenido al alza. Aumento de la producción agrícola en primer lugar, sobre todo del trigo, en coincidencia con el incremento de los rendimientos por simiente y por hectárea, acompañado del retroceso de los cereales inferiores (centeno, sorgo, mijo) y de la aparición de nuevos cultivos (plantas industriales como el lino y el cáñamo, leguminosas como las habas y las vezas). El aumento de la producción y de los rendimientos es mayor e incluso anterior al de la población y los precios. Por tanto, las transformaciones agrarias no son producto del incremento demográfico y de la progresiva reducción de las reservas naturales, del desequilibrio entre producción y consumo. Malthus quedaba atrás. A partir de 1490, sin embargo, el aumento de la producción parece haber tocado techo. Demasiados obstáculos técnicos y sociales, demasiados cuellos de botella: rendimientos decrecientes, escaso progreso de la ganadería campesina... El progreso agrario había dado muestras de haber ido más allá de la mera recuperación del estancamiento secular o plurisecular, pero la vía al capitalismo todavía estaba lejos de quedar expedita o consolidada, como pondrían de manifiesto las recesiones económicas posteriores, el retorno al feudalismo, en particular con la crisis del siglo XVII. El movimiento de fondo también desvela una dramática paradoja para los campesinos: en las fases A, el aumento de la producción se amortigua con la baja de los precios, mientras que en las fases B, el retroceso de la producción no se compensa con el alza de los precios debido a la escasez de la oferta campesina. En años de crisis, la caída de los ingresos campesinos les obliga a contraer préstamos monetarios y cerealistas, sumiendo a la población rural en un endeudamiento generalizado y permanente. Es aquí, en la pauperización e incluso proletarización de los colonos –la mezzadria o aparcería era la forma contractual hegemónica en el campo boloñés–, en las prestaciones gratuitas e incluso el trabajo asalariado forzoso, en los condicionamientos sociales, en la «supervivencia del feudalismo», más que en el retraso tecnológico, en la coyuntura o en otro tipo de obstáculos, en donde Iradiel detecta los principales frenos a la expansión capitalista. Entre ellos, el peso del autoconsumo, la organización productiva y laboral de base familiar y patriarcal, un desarrollo fundado más sobre la intensidad del trabajo que sobre la intensidad del capital y las mismas condiciones de las masas campesinas, que, a pesar de ser mejores en general, no permitían una ampliación suficiente de la demanda interna de bienes no agrícolas. La tesis había permitido confirmar e incluso medir el progreso agrario y el desarrollo económico, el inicio de la transición hacia el capitalismo, pero también los obstáculos y las interrupciones, los retrocesos, cuya superación exigiría mayores y más profundas transformaciones sociales y políticas.

      En los años siguientes, finales de los setenta y principios de los ochenta, que coinciden con su traslado de Salamanca a Valencia, Iradiel actualizará y refinará sus planteamientos tanto sobre las estructuras agrarias como sobre la organización industrial, e incluso combinándolos, en diversos artículos publicados en el Anuario de Estudios Medievales y, sobre todo, en Studia historica. Historia medieval («Estructuras de producción y de consumo de productos agrarios en los siglos XIV y XV. El modelo del Colegio Español de Bolonia»; «Bases económicas del Hospital de Santiago en Cuenca: tendencias del desarrollo económico y estructura

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