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en los siglos XIV y XV, es menos un escenario geográfico en el que transcurren los hechos históricos que una realidad en la que se evidencia la articulación de redes marítimas con diversa proyección geográfica, a diferentes escalas, con flujos comerciales de naturaleza e intensidad variable, con varias categorías y tipos de mercado, y en la que se desarrolla una cultura económica común, vehiculada por la circulación de personas, bienes e ideas y favorecida por la cada vez mayor integración de los mercados y los tráficos comerciales. Pero, más que espacio unitario de expansión económica y de confrontación política, Iradiel entiende el Mediterráneo como instrumento de análisis de historia global, como observatorio en el que examinar estos procesos y, a la vez, proponer un enfoque comparativo, contrastando las diferentes realidades locales y nacionales, convencido de que la historia no puede ni debe agotarse en el marco o el sesgo local o nacional, sino que debe aspirar a ser global, transnacional, conectada, cruzada... No se trata solo de comparar por comparar, o de verificar la expresión local de dinámicas generales, sino de construir una escala más amplia de conexiones múltiples –confluencias, pasajes, transferencias, continuidades–, a menudo ignoradas o minusvaloradas a causa de las divisiones impuestas por las fronteras estatales. Por el contrario, la apelación a amplias escalas de análisis, en una perspectiva incluso de globalización o de mundialización, no solo pretende superar las compartimentaciones nacionales de la investigación, y el eurocentrismo que las impregna, sino también restaurar una «historia ambiciosa» y «reencontrar el sentido global de los fenómenos sociales que constituye la verdadera carta de naturaleza de las ciencias sociales y de los métodos de investigación».

      De estos y otros temas tratan precisamente dos de sus más recientes contribuciones, ambas con el Mediterráneo en el título: la conferencia que impartió en la Real Academia de la Historia, en junio de 2019, «Mediterráneo y Corona de Aragón (siglos XIV-XV). Una historia conectada y transnacional», y el texto, todavía en curso de publicación, «La historia del Mediterráneo en la era de la globalización. ¿Tiene sentido hablar del Mediterráneo como unidad a lo largo de la historia?», presentado al segundo seminario internacional Ciutats mediterrànies: l’espai i el territori, organizado por el Institut d’Estudis Catalans y el Institut Europeu de la Mediterrània, en noviembre de 2016. Por otra parte, pocos mejor situados que él para, precisamente a partir de este conocimiento sustantivo de la realidad mediterránea bajomedieval, refutar las tesis de aquellos historiadores económicos que en los últimos años han venido insistiendo en la creciente divergencia económica entre el norte y el sur de Europa, la llamada «Pequeña Divergencia», ya desde 1300 y en favor de la región del Mar del Norte, es decir, justo en un momento en que las economías inglesa y holandesa estaban todavía bastante atrasadas con respecto a las mediterráneas. La historia económica y social, que vivió sus tiempos de esplendor con Fernand Braudel y su gran obra sobre el Mediterráneo y en la que se inscribe también la producción historiográfica de tantos otros grandes historiadores, de Federigo Melis al propio Paulino Iradiel, no pasa hoy por sus mejores momentos, desplazada tanto por la historia cultural como, en su propio terreno, por la econometría –una historia económica más propia de economistas que de historiadores– y por los apriorismos y prejuicios no ya eurocéntricos, sino noroccideurocéntricos. Ni Braudel, ni Melis, ni Cipolla ni tantos otros grandes historiadores económicos de las últimas décadas, incluido el mismo Iradiel, parecen tener ya cabida en una historia económica que se escribe con ecuaciones y que traslada a la Baja Edad Media, sin el menor rigor histórico, los viejos clichés sobre el atraso del mundo mediterráneo en los tiempos modernos.

      Podría pensarse que esta vinculación de Paulino Iradiel con el Mediterráneo comienza y está motivada por su incorporación al Departamento de Historia Medieval de la Universidad de Valencia, en 1981, y que se podrían distinguir dos partes en su producción historiográfica, separadas o impuestas por su adscripción académica, una primera centrada fundamentalmente en Castilla y una segunda en la que el observatorio de análisis se traslada decididamente al reino de Valencia, la Corona de Aragón y el Mediterráneo occidental. El hecho de que sus trabajos sobre la economía y la sociedad castellanas –de las estructuras agrarias a la organización industrial, o del feudalismo agrario al artesanado corporativo, pasando por sus incisivas reflexiones sobre cuestiones de método y de historiografía– daten en su mayor parte de la segunda mitad de los años setenta y la primera de los ochenta, mientras que desde entonces, es decir, en las últimas tres décadas y media, se haya ocupado preferentemente del escenario valenciano y mediterráneo, parecería abonar esta idea. En realidad, y dejando aparte que Castilla nunca ha dejado de estar presente en sus intereses historiográficos, como confirman otros estudios más tardíos y sus consideraciones a menudo aceradas sobre el medievalismo hispánico, lo cierto es que la vinculación mediterránea de Paulino Iradiel es bastante anterior a su llegada a Valencia y se remonta incluso a los años de la adolescencia, cuando cursaba el bachillerato en un instituto de Tortosa, el gran puerto de exportación, en la Baja Edad Media, del trigo que llegaba por el Ebro desde el interior catalán y, sobre todo, aragonés. Allí, en la capital del Bajo Ebro, en un colegio de la congregación a la que pertenecía un hermano suyo sacerdote, este navarro nacido en Miranda de Arga en 1945 conocería por primera vez el Gran Mar y entablaría con él una larga e intensa relación que dura ya más de sesenta años.

      Más tarde, a mediados de los sesenta, se trasladó a Salamanca, en donde estaba instalado su hermano y en cuya universidad se licenciaría en 1969. Por entonces, la única universidad con que contaba Navarra era la privada del Opus Dei, y los inconvenientes no dejaban de ser los mismos en cualquier otra universidad para un estudiante que tuviese que desplazarse lejos de su residencia familiar. En Salamanca estaba ya su hermano, lo que facilitaba las cosas y además volvía a ser determinante en su formación. Y sobre todo estaba la universidad, una de las más antiguas y prestigiosas del país y en aquellos momentos, ya en los años finales del franquismo, de nuevo entre las más avanzadas intelectualmente y las más críticas con la dictadura. No es solo que el propio Iradiel recuerde con afecto –en una entrevista que concedió hace unos años– la vivacidad cultural, académica e incluso política de la universidad en que estudió, los aires de renovación historiográfica, de apertura a las grandes corrientes europeas, del marxismo a la escuela francesa de los Annales. Lo recuerda también en otra entrevista y con no menos fervor José Ángel García de Cortázar, profesor de historia medieval en la Universidad de Salamanca desde 1964, el mismo año en que llegó a ella como estudiante Paulino Iradiel. Cortázar había sido invitado por Miguel Artola, quien ocupaba la cátedra de Historia General de España, y en la misma facultad coincidieron también en aquellos años los filólogos Lázaro Carreter y Manuel Díaz y Díaz, el catedrático de historia antigua José María Blázquez y el geógrafo Ángel Cabo. Artola fue clave en la renovación historiográfica de la época y su influencia se haría notar tanto en García de Cortázar como, directamente o a través de éste, en la nueva generación de historiadores medievalistas y de otras épocas que se estaba formando en la universidad salmantina y en la española en general, instando entre otras cosas a superar los límites estrechos del puro empirismo a la vez que se recalcaba la necesidad de una buena teoría que guiase la investigación. «Nada hay más práctico que una buena teoría», le repetía a menudo Artola a García de Cortázar, a quien también aconsejaba leer a Max Weber. Todo ello fructificaría poco después en dos obras capitales del medievalismo español de principios de los setenta que encarnan muy bien la inflexión que se había producido en la disciplina: la Historia general de la Edad Media, publicada en dos volúmenes por José Ángel García de Cortázar y Julio Valdeón en 1971 y La época medieval, de García de Cortázar, que apareció en 1973 como volumen II de la Historia de España Alfaguara, dirigida por Miguel Artola.

      En Salamanca Iradiel tuvo como compañeros de estudios a Pablo Fernández Albaladejo, discípulo directo de Artola, Luis María Bilbao, Miguel Ángel Quintanilla, Ángel García Sanz, Vicente Pérez Moreda y José Ignacio Fortea Pérez, y en 1969 leyó su tesis de licenciatura sobre la industria textil castellana bajo la dirección de José Luis Martín. Este último, salmantino pero formado en Barcelona junto a Emilio Sáez, había llegado a Salamanca tres años antes, en 1966, con un amplio bagaje de lecturas que incluían a Ramon d’Abadal, Jaume Vicens Vives y Pierre Vilar y un buen conocimiento de la historia de Cataluña y de la Corona de Aragón, a la que contribuyó con diversos estudios, en

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