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rápidos, en un sistema en el que las contradicciones políticas y económicas cada vez eran más evidentes, forzaron el ritmo de la radicalización de las masas y supusieron un potente estímulo para el crecimiento del movimiento sindical español.

      Las ideas libertarias relativas a la libertad, y su crítica al poder y a la autoridad arbitraria se habían difundido por las diferentes regiones de España de un modo u otro desde la Revolución francesa: el sansimonismo en Cataluña, el fourierismo en Cádiz, etc. Sin embargo, fue, sobre todo, la influencia de las ideas federalistas y antiestatistas del anarquista francés Pierre-Joseph Proudhon en radicales españoles como Ramón de la Sagra y Francesc Pi i Margall en la década de los cincuenta del siglo XIX lo que imprimió el sello federal al movimiento sindicalista español. Pero hasta 1868, año en que el italiano Giuseppe Fanelli y otros introdujeron en España la Alianza Internacional de la Democracia Socialista de Mijaíl Bakunin, el anarquismo no dejó de ser una doctrina de abstractas especulaciones filosóficas sobre el uso y abuso del poder político para convertirse en una teoría de aplicación práctica.

      El núcleo de la crítica del capitalismo y del estatismo de Bakunin, que con tanto entusiasmo fue recibida por los radicales españoles, era que el orden existente en la sociedad era preservado por tres fuerzas: el Estado, la religión y la propiedad. Como el Estado siempre había sido el instrumento con el que la elite gobernante salvaguardaba sus intereses y privilegios, no podía, por lo tanto, utilizarse como arma para derrocar al capitalismo, tal como los socialistas autoritarios afirmaban. El Estado, por consiguiente, era el principal enemigo. Para Bakunin, la democracia representativa también era un gran fraude con el que la elite gobernante convencía a las masas de que construyeran su propia prisión. Pero Bakunin reservó sus críticas más duras para el socialismo del Estado marxista, que profetizó que sería el régimen más tiránico de todos. Según él, el poder concentrado en el Estado conduciría «al dominio de los científicos, los más aristócratas, los más déspotas, los más arrogantes» de los gobernantes. El anarquismo era lo único que podía garantizar la existencia de una sociedad libre, en que el Estado sería reemplazado por federaciones libres, basadas en comunas locales que poblarían provincias, naciones y continentes, y finalmente constituirían una federación mundial que representaría a toda la humanidad. Esas ideas articulaban valores, aspiraciones y tradiciones del pueblo español, y tuvieron muy buena acogida en el ambiente federalista de la época. Era la única alternativa aceptable al intervencionismo estatal que quería la burguesía mercantil de base agraria para establecer un eficaz sistema de transportes y comunicaciones que le permitiera irrumpir en los florecientes mercados continentales y mundiales, y a la centralizada y burocratizada estructura exigida por la facción marxista dominante de la Internacional.

      El programa de la Alianza de la Democracia Socialista de Bakunin fue recibido con entusiasmo por los radicales de la clase trabajadora y, especialmente, por los campesinos sin tierras. El programa de Bakunin sostenía que el capitalismo era el peor de todos los sistemas económicos porque defendía que la propiedad era un derecho natural y el principal legitimador del orden social. La consecuencia de ello era una sociedad dividida en clases en que contrastaban la pobreza, la ignorancia, el trabajo duro y la inseguridad de la mayoría, con la abundancia, la satisfacción, el poder y la seguridad de unos pocos. La propuesta de Bakunin era reemplazar al capitalismo con un sistema basado en la asociación voluntaria de productores copropietarios de las empresas, cuyos beneficios se repartirían entre los miembros de las sociedades, no de manera igualitaria, sino justa.

      El papel revolucionario de los anarquistas en el seno del incipiente movimiento sindicalista español fue expuesto con claridad por primera vez en los estatutos de la sección española de la Primera Internacional, la Asociación Internacional de Trabajadores (IWMA/AIT), constituida el 2 de mayo de 1869 bajo los auspicios de la Alianza. El programa, estatutos y estructura de esa organización sentaron las bases y fijaron el modelo del movimiento anarquista español, en vigor durante muchos años. La Alianza, el primer instrumento organizativo del anarquismo español, fue la progenitora y la fuente de inspiración de una larga lista de organizaciones de trabajadores cuyos principales rasgos diferenciadores y característicos fueron el antiestatismo y el colectivismo, que les animaron a resistir los embates del ejercicio del poder por parte de cualquier facción política y de todos los grupos que amenazaban su integridad antiautoritaria.

      Su programa exigía la completa reconstrucción de la sociedad mediante una estrategia diferente a la propuesta por el socialismo estatal, con los medios apropiados para alcanzar los respectivos fines: la federación de comunas autónomas basadas en la propiedad y el control de los medios de producción por parte de los trabajadores. Los anarquistas de la Alianza creían firmemente que los trabajadores y los oprimidos en general debían generar y controlar sus propias luchas. «Ningún redentor de lo alto libera»– ni en la fila de piquetes, ni en las barricadas.

      La postura de la FRE respecto a la actividad política fue explicada en la siguiente resolución:

      Nosotros opinamos... que la esperanza de bienestar depositada por la gente en la conservación del Estado ya se ha cobrado muchas vidas.

      Que la autoridad y los privilegios son los soportes más firmes que apuntalan esta sociedad de injusticia, una sociedad cuya reconstitución sobre las bases de la igualdad y la libertad es un derecho que nos incumbe a todos.

      Que el sistema de explotación por el capital favorecido por el gobierno o el estado político no es más que la misma, y creciente, explotación de siempre y que el sometimiento forzoso a los caprichos de la burguesía en nombre del derecho legal o jurídico indica su carácter obligatorio.

      Después de que la facción marxista los expulsase de la Internacional en el manipulado congreso de La Haya que tuvo lugar entre el 2 y el 7 de septiembre de 1872, los comunistas y federalistas libertarios celebraron su propio congreso sólo una semana más tarde, el 15 de septiembre, en Saint Imier. Ese congreso, al que la FRE se adhirió, sentó los principios básicos del anarquismo organizado, principios que debían servir de guía a las futuras generaciones de activistas anarquistas. En ellos se ve con claridad lo que ha inspirado y guiado a los militantes anarquistas hasta el día de hoy. Tuvieron una influencia especial en los sindicalistas anarquistas, que medio siglo más tarde fundarían la Federación Anarquista Ibérica.

      Las resoluciones aprobadas en el congreso de Saint Imier eran federalistas, antipolíticas y antiestatistas. No fueron el fruto de especulaciones filosóficas abstractas, sino la esencia depurada de duras experiencias revolucionarias anteriores.

      Y estamos convencidos –

      De que toda organización política no puede ser otra cosa que la organización del dominio en beneficio de una clase y en detrimento de las masas, y que el proletariado, si quisiera hacerse con el poder, se convertiría en una clase dominante y explotadora;

      El congreso, reunido en Saint Imier, declara:

      1. Que la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado.

      2. Que toda organización de un poder político llamado provisional y revolucionario para llevar a esa destrucción no puede

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